¡Volvemos a la carga germanos! Pido disculpas por este largo parón al que he tenido sometido el blog y también a todos vosotros, que me seguís por el interés que demostráis en lo que aquí se publica. El trabajo, los estudios del máster y la falta de tiempo han provocado ese parón, pero con esta primera de dos reseñas que pretendo llevar a cabo acerca del número 50 de Desperta Ferro quiero volver a dar vida al blog. De nuevo, ¡muchas gracias por estar ahí!
En esta primera de dos reseñas del número 50 de Desperta Ferro Antigua y Medieval, «Adrianópolis», vamos a analizar brevemente las causas políticas y sociales que llevaron a la batalla del mismo nombre que marcó un antes y un después en la Antigüedad Tardía romana. En la segunda entrada analizaremos tácticas de combate y los hechos que rodearon a la batalla en sí misma, así como las consecuencias del acontecimiento.
Los gérmenes del apocalipsis. Por Guy Halsall (University of York).
En este artículo encontraremos un rápido y detallado repaso por cómo se fue gestando el posterior desastre en las fronteras del Este del Imperio. El autor nos habla de la verdadera identidad de esos godos que mencionaban las fuentes clásicas, y para ello cita la obra del ya conocido Jordanes, en el siglo VI, aunque alertando de la limitada fiabilidad que podemos tener al respecto de este texto. Algunos historiadores hemos rechazado muchas veces partes del relato de Jordanes por considerarlo fantasioso, pero hay algunas otras que sí parecen coincidir con la realidad, tal es el caso de la obra de Dexipo, la Scythica, recientemente descubierta como nos recuerda el autor del artículo y que pone de relieve algunos aspectos de la historia goda que sí coinciden con los que menciona Jordanes.
Entonces el autor nos plantea una pregunta muy interesante: ¿Qué sabríamos de los godos sin la obra de Jordanes? Parece que los godos aparecen en el siglo III, cuando el Imperio atravesaba un período de transformación profunda. Esta inestabilidad se traspasó también al otro lado de la frontera, pues bárbaros y romanos coexistían en estrecha relación y los cambios que sucedieron en el lado del Imperio también provocaron inestabilidad y violencia en el lado del Barbaricum. Se conformaron confederaciones de tribus como la del pueblo godo, el pueblo franco o la de los alamanes, pero ¿Qué sabemos entonces realmente de los godos? Sabemos que la aristocracia goda hablaba un dialecto oriental, lo cual demuestra su origen externo, pero ¿Qué hay del origen de esta aristocracia? ¿Era un pueblo nuevo o uno ya antiguo? El autor nos llama la atención aquí sobre tres fenómenos relevantes.

– El abandono por parte de Roma de la provincia de Dacia, conquistada por Trajano. Este suceso generó un vacío de poder que hubo que llenar con algún pueblo bárbaro que ofreciera estabilidad y protección a cambio de sumisión. Parece ser que así sucedió con los alamanes, que el autor define hasta cierto punto como una creación romana.
– El liderazgo en estas situaciones solía recaer en guerreros de gran renombre dentro del Barbaricum, tal es el caso del pueblo longobardo, con gran relevancia en las invasiones del alto Danubio durante el siglo II.
– La existencia de una ruta del ámbar que, desde el mar Báltico, recorrían los ríos Oder y Vístula hasta alcanzar el Danubio y el mar Negro. Los godos intentaron controlar esta ruta por los beneficios que podía acarrear hacerlo.
Con estos tres elementos el autor concluye que los godos eran un pueblo asentado en el extremo más oriental de la ruta del ámbar que, cuando la región de Dacia entró en inestabilidad política por la retirada de Roma, empleó todo su potencial militar para hacerse con la hegemonía en la región.
La crisis huna del siglo IV.
Acabamos el siglo III y el autor nos habla del devenir de los godos en el siglo IV. Entre los años 340 y 360 se produjeron muchos movimientos a lo largo de la frontera. El godo era un pueblo ya muy romanizado, hasta el punto de haber asentamientos comerciales estables al otro lado del Danubio y, además, estar ya cristianizados, aunque en el arrianismo y no en el catolicismo como profesaba la religión romana.
Las fuentes de la época nos hablan de que la jerarquía goda pasaba por los ancianos de cada aldea, por los príncipes locales y reyezuelos hasta alcanzar la figura del juez, que corona la cima de la escala. El autor nos aclara que la figura de ese juez parece hacer referencia a la de un “juez de reyes”, con capacidad de someter a reyes de menor categoría. Otra aclaración que nos ofrece el autor es que como los romanos se sometían al imperio de la ley, probablemente los godos hicieran lo mismo para reivindicar su igualdad con el pueblo romano, revelando así la gran influencia que habían recibido de ellos.
Los acontecimientos empiezan a torcerse cuando llega al poder el emperador Juliano, apodado “El Apóstata”. Era el año 362 cuando los godos solicitaron una mejora en los términos del tratado que tenían suscrito con el emperador, pero éste no sólo desestimó la petición, sino que los amenazó con una campaña de castigo contra ellos. Cuando el emperador murió en la funesta campaña que llevó a cabo contra los sasánidas, los godos comenzaron a intervenir en la política romana, apoyaron a Procopio, que quería arrebatar el poder a Valente, aunque fracasó por poco.

Parece que Valente, para vengarse por la afrenta bárbara, movilizó un ejército enorme y atacó a los tervingios en 367. Los godos huyeron a los Cárpatos y Valente nunca pudo obtener una victoria rotunda hasta que en 369 hubo de desistir. Las trompetas de guerra sonaban en Persia y el emperador selló una paz con los godos por la cual Roma dejaría de pagar tributo alguno a los bárbaros y restringía el comercio a sólo tres localizaciones en el Danubio. En Occidente sucedía algo similar, pues Valentiniano, hermano de Valente, sellaba un pacto con los alamanes en unas condiciones muy parecidas tras una guerra infructuosa para unos o para otros.
Cuando los hunos comenzaron a presionar y a derrotar a los godos desde el este, la facción de Fritigerno, que aparece ahora como rey opositor de Atanarico, el que había lidiado con Valente, solicitan entrar en el Imperio para salvaguardarse así de la aniquilación. Valente se encontraba ahora a miles de kilómetros combatiendo en Persia, pero que los bárbaros solicitaran ser admitidos en el Imperio no era cosa nueva, de hecho, Constantino había admitido un gran contingente de sármatas en el 332, ¿Qué podía salir mal si ahora hacían lo mismo? La sutil diferencia que nos remarca el autor del artículo es que, cuando Constantino dio su visto bueno, él y su ejército supervisaron la entrada de los sármatas en el Imperio y Valente estaba actuando según le contaban las noticias con semanas de retraso y delegando las decisiones en los hombres que estaban sobre el terreno. Esto tendría sus consecuencias en las siguientes semanas.
Antes de la batalla. El Imperio romano en vísperas del desastre. Por José Soto Chica (Universidad de Granada).
En este artículo podremos descubrir una acertada descripción de la situación global del Imperio previa a la batalla de Adrianópolis. José Soto nos muestra las claves para desmontar el mito de un territorio enfermo y aquejado ya por la descomposición desde el siglo III.
Como decimos, tradicionalmente se ha interpretado que el siglo III fue un episodio de decadencia política, en primer lugar, por toda esa miríada de “emperadores-soldado” que no hicieron sino agilizar la descomposición estatal convirtiendo al Estado en un irremediable recaudador de impuestos cada vez más gravosos; y económica, en segundo lugar, pues atrás quedaba ya el esplendor de las ciudades marmóreas de época augustea que, poco a poco, iban quedando abandonadas.
Afortunadamente esta concepción empezó a desmontarse a mediados del siglo XX cuando comenzaban a aparecer lugares entre cuya datación se encontraba el siglo IV, y que mostraban en cambio una enorme vitalidad social y económica. Tal fue el caso de Britania, donde no se volvió a vivir un desarrollo semejante hasta el siglo XIV (10 siglos después), o Siria, Argelia, Túnez, o Libia, donde no se llegó a igualar el desarrollo hasta el siglo XIX. ¿Entonces no hubo crisis?
Por supuesto, pero no en el sentido del decaimiento y el retraimiento sino como un proceso de reorganización y cambio de los modos y usos de la ciudad. En todo el período clásico, la ciudad había sido foco económico, social, administrativo y político; sus calles eran ortogonales y gozaban de unos servicios públicos de primera categoría, o al menos en muchos casos. Esto comienza a cambiar ahora, pues, aunque la ciudad mantiene su papel administrativo, toma más importancia ahora su papel de centro religioso, y quienes ostentaban el resto de poderes (económico y político sobre todo), ven ahora en el campo el mejor lugar para vivir y desarrollar toda su parafernalia, y no en la ciudad, donde antes dedicaban todos sus esfuerzos de patrocinio y promoción.

Ahora empiezan a despegar con fuerza las villae, los centros de ostentación política de la nobleza romana, espacios con impresionantes mosaicos, termas, bibliotecas, iglesias, molinos, talleres artesanales, etc.
El mundo religioso cobra ahora una mayor importancia porque entra con fuerza el cristianismo amparado por Constantino, y en el siglo IV es ya la religión mayoritaria de las provincias orientales, Egipto y África, las regiones más ricas del Imperio.
La seguridad y la presión constante en las fronteras fueron otro tema muy recurrente en este período. Lo que el Imperio proporcionaba a sus súbditos era sobre todo seguridad para vivir, prosperar y poder desarrollar una actividad que proporcionase riqueza. Según lo que nos dicen las fuentes, el 0,92% de la población del Imperio servía en el ejército romano, un porcentaje que rondaría entre los 600.000 soldados de tierra y unos 45.000 marineros.
Pero el Imperio, a pesar de esta increíble infraestructura tenía un problema. En occidente, Valentiniano I y su hijo Graciano demostraron una gran competencia en sostener a los bárbaros y asegurar las fronteras, pero en oriente, Valente estaba hecho de otra pasta. Era un hombre sin olfato político o militar, y su mediocridad le costó el desastre godo en Adrianópolis.
Los godos en el siglo IV. Por Michel Kazanski (CNRS).
En este artículo podremos comprender los entresijos de las jefaturas godas del siglo IV. El autor nos expone brevemente la diferencia entre los godos tervingios —que vivían al oeste del río Dniéster— y los godos greutungos, que vivían al este. Los godos seguían un modelo de jefatura compleja, mediante la cual un jefe supremo que ejercía la jefatura central dominaba diversas jefaturas periféricas y tal es el caso de los godos de este siglo.
Se nos presenta también un interesante fenómeno como es la cultura de Cherniajov —la gran riqueza—, un fenómeno podríamos decir “bárbaro” por el lugar donde se produce pero que las fuentes romanas lo distinguen del resto de pueblos bárbaros.
Parece que sus antecedentes fueron las guerras marcomanas de Marco Aurelio, que provocaron grandes movilizaciones en el seno de las tribus bárbaras. Esta cultura, pues, comienza a gestarse en torno al 220-230 y termina de cuajar en el siglo IV, formada por bárbaros germanos de toda clase y condición, así como por romanos exiliados, desertores del ejército, etc. Aspectos como la cerámica gris a torno, prácticas rituales y funerarias específicas y la abundancia de construcciones realizadas en piedra revelan esta presencia de la cultura romana en dicha cultura.

El autor distingue tres grupos dentro de esta cultura: el grupo del alto Dniéster, el de Volinia y el de la estepa. Tantos asentamientos parecen haber, así como necrópolis, que se estima una población aproximada de entre 250.000-300.000 habitantes en un territorio que hoy comprendería desde el río Dónets al este, hasta Transilvania por el oeste y desde el bajo Danubio por el sur hasta Kiev por el norte.
Los poblados son de tipo abierto y sin fortificar, en terrenos que son aptos para la agricultura y que rondan entre las 2 y las 10 hectáreas. Las casas son de una o dos habitaciones con una chimenea central, y están levantadas en tapial y madera, agrupando bajo el mismo techo el espacio de habitación y el espacio para el ganado. En general se han documentado un montón de artefactos relacionados con la agricultura, lo que revela su gran desarrollo en la región, y también se han rescatado semillas de cáñamo, cebada, centeno, guisantes, lentejas y mijo.
Para concluir, el autor afirma que los godos son el pueblo más avanzado del siglo IV, pues habían superado sus diferencias tribales y su nivel de cultura material era como el de las áreas rurales del Imperio.
El cruce del Danubio. Por Francisco Javier Guzmán Armario (Universidad de Cádiz).
En este capítulo se nos expone por fin el hecho fundamental que cambiaría la Historia para siempre: la batalla de Adrianópolis, que sentó las bases del pueblo godo en suelo imperial y que al final acabaría por causar la ruina del Imperio. Para conocer estos hechos el autor echa mano de Amiano Marcelino, fuente fundamental para comprender este suceso y disipar, siempre en la medida de lo posible, las dudas y las nieblas al respecto.
Podemos disfrutar en este artículo de un magnífico mapa detallado de la zona de Tracia para comprender mejor el efecto que la presión de los hunos tuvo en los pueblos que poblaban aquellas llanuras que, en el caso del pueblo godo, se trataban de los tervingios al oeste y los greutungos al este. Éstos últimos serán derrotados y dispersados por los hunos en dos expediciones de castigo, mientras que los del oeste, viéndolas venir, se verán obligados a huir arrastrando y empujando a su vez a otros pueblos.

La buena voluntad que Fritigerno, rey de los tervingios, expuso ante el emperador Valente para poder acceder al Imperio con su pueblo como guerreros y labradores, no supo ser aprovechada correctamente. A los godos se les permitió pasar siempre y cuando depositaran las armas y rehenes para asegurarse su sumisión, pero hecho esto no se les permitió habitar ciudades romanas ni tampoco se les abasteció de ninguna manera —recordemos que estamos ante una multitud de gente hambrienta—. Esto, que lo relata Amiano Marcelino, desató la tormenta que acabaría con la propia vida del emperador Valente.
El tiempo pasaba y el acoso romano a los godos no parecía tener un desenlace claro. Algunos grupos godos se fortificaron en riscos, otros se esparcieron por las provincias saqueándolas, y el emperador no era capaz de poner fin a aquello. Finalmente se acudió a las cercanías de la ciudad romana de Adrianópolis con el emperador a la cabeza y Fritigerno mandó ofertas de paz hasta en dos ocasiones, ambas rechazadas por Valente. El destino romano estaba sellado.