Esta última serie de dos artículos acerca de la ciudad de Granada en época visigoda se corresponde con las hipótesis más importantes y con las conclusiones extraídas en mi trabajo de fin de máster. Si bien nos habíamos encontrado con dificultades y con pocos datos para establecer de forma fehaciente la ubicación y la estructura de la ciudad altoimperial de Granada, no es menor el reto de abordar el tema de su continuidad. Para ello debemos contextualizar el territorio granadino en el contexto geopolítico general del Imperio occidental en lo que podríamos denominar como Antigüedad Tardía, que yo establezco entre el siglo IV y VII d.C. Si podíamos hablar de una gran proliferación de villas rústicas en contraposición a la ciudad durante el siglo III y especialmente el IV, será el siglo V la clave del cambio del modelo que hasta ahora se había producido de forma ininterrumpida desde el siglo II a.C. en la Península Ibérica. ¡Bienvenidos a Hispania!
Contexto general.
Es notorio para ejemplificar este ambiente de cambio todos los procesos que tienen lugar en importantes ciudades de Hispania como Hispalis, Tarraco, Emerita o, por poner un ejemplo más cercano a nuestra zona de estudio, Malaca. En Hispalis, en Tarraco y en Emerita se apreció ya desde el siglo IV un cambio sustancial en la configuración urbana que, por otra parte, fue común a todas las ciudades bajoimperiales: el trazado urbano se modificó mediante la invasión de las calles por parte de viviendas o estancias privadas y el nivel de la calle se acrecentó a medida que los viejos edificios públicos, ya en ruinas, eran dejados en el lugar de su derrumbe provocando por ello un cambio de cota del suelo. Los sistemas de saneamiento, también abandonados, provocaban la colmatación de estas cloacas en las ciudades inutilizándolas ya de forma definitiva. En fin, en términos generales, podemos hablar de un abandono generalizado por parte de las élites urbanas –ahora rurales– cuya labor fundamental hasta el momento había sido patrocinar y sostener el bienestar de la ciudad ejerciendo el evergetismo, que en cambio no desaparecerá, como ya sabemos, sino que pasará de unas manos a otras pero que dejará de ser el impulsor de la ciudad antigua, en definitiva. Este concepto lo trataremos un poco más adelante. Este proceso de cambio se producirá de forma más lenta en las capitales provinciales, donde los representantes de la administración imperial sostendrán aún y prácticamente hasta el final del imperio todo lo relacionado con la edilicia y el mantenimiento que hasta ahora correspondería a las curias locales, ya en franca decadencia.

Citando ese ejemplo específico de Malaca, me parece especialmente ilustrativo el ejemplo de la evolución del teatro romano, sito al pie de las murallas de la alcazaba. El teatro de Malaca, igual que sucede en otros casos como en el de Cartago Nova, deja de tener su función más o menos por el siglo III para nunca más volver a albergar espectáculos. No sucederá así con los anfiteatros, pues conocemos que en Tarraco y ya en época visigoda, se siguieron celebrando juegos, aunque muy poco alargados en el tiempo, finalizando en el siglo V. Como decíamos, el teatro romano de Malaca pierde su función en el siglo III y durante los dos siglos siguientes conocerá la instalación de unas infraestructuras productivas basadas en la salazón de pescados, instaladas en el siglo III y ampliadas en el IV. En Cartagena, se instalará un mercado en el mismo mediante una serie de tabernas en el siglo IV para pasar a ser finalmente un barrio residencial de la ciudad en el siglo VI. Bien es cierto que en otras ciudades menos relevantes a nivel político o comercial la situación de abandono y expolio será la nota predominante, impidiendo que haya solución de continuidad; pero lo cierto es que las transformaciones que vemos en otras ciudades durante la Antigüedad Tardía nos permiten hablar de un reaprovechamiento del espacio que ya no sirve para la realización de otro, totalmente diferente respecto al anterior y que permite a la ciudad seguir funcionando. Seguramente para los malagueños del siglo V nada significara ya el teatro de la ciudad, visto como un puñado de ruinas aprovechables desde el punto de vista arquitectónico. Seguramente las élites restantes en la ciudad vieran en esos vestigios la posibilidad de seguir invirtiendo en la ciudad. Y así lo hicieron, desde luego, pues evidentemente la creación de una factoría de salazones indica una actividad productiva y comercial realmente intensa, aun estando inserta ya en la crisis del Imperio occidental.
El siglo V será el momento en que el cristianismo alcance su máximo auge en la ciudad tardoantigua y, retomando la cuestión anterior, el evergetismo pasará definitivamente a manos “privadas”, las manos de los obispos cuando el imperio haya desaparecido finalmente. Este fenómeno evidentemente no se apreciará en un nuevo auge de las estructuras públicas, sino que será un fenómeno visible sobre todo extramuros, más allá de las murallas de la ciudad. La creación de loca martyria, en muchos casos también intramuros en aquellos edificios –generalmente de juegos– donde había sido martirizado algún cristiano, provocó la proliferación de arrabales extramuros y de sepulturas ad sanctos en torno a esos nuevos lugares de culto. Este fenómeno refleja el vuelco de la ciudad hacia el mundo rural inmediatamente colindante para su ocupación, traspasando incluso el límite establecido por las murallas, el antiguo pomerium, que con tanta nitidez reflejaba esa frontera entre lo civilizado y lo incivilizado en la ideología clásica.
Todos estos factores no serían ajenos a la vega de Granada en estos siglos, sin lugar a dudas. La vieja ciudad de Iliberri (en adelante Eliberri según la propia evolución histórica del término) perdería poco a poco su trazado y su preponderancia sobre el territorio a favor de un cinturón de villas perfectamente organizadas y en funcionamiento durante mucho tiempo, como sucede en la villa de los Mondragones y en la villa de la calle Recogidas, entre otras, villas que experimentan un auge en el siglo IV coincidiendo con la decadencia urbana y que decrecerán en el siglo V, si bien es especialmente llamativo el caso de los Mondragones, donde la villa estará por lo menos habitada hasta el siglo VII.
Granada en época tardoantigua.
No obstante, la pregunta que muchos se hacen y que aquí también la formularemos es ¿Qué sucedió en la ciudad de Granada en época tardía? Los escasos datos arqueológicos hallados en la colina del Albaicín, al menos referidos a estructuras, así como las aún más escasas fuentes no nos permiten elaborar un conocimiento plenamente consolidado, tan sólo la certeza de la existencia de una comunidad de carácter residual que ya habría perdido tiempo atrás su rasgo característico de “ciudadana”.

Estos datos incluyen principalmente un conjunto de necrópolis, las cuales ya hemos mencionado, en la colina del Albaicín, como la de la calle de la Colcha con 12 enterramientos datados entre los siglos III y IV d.C., la necrópolis de la calle Panaderos con 6 enterramientos datados entre los siglos V y VIII d.C., con lo cual ya estaríamos hablando de algunos individuos paleoandalusíes que nos remitirían a esa primera oleada de pobladores bereberes de la invasión del 711 y que se asentarían en las ruinas de Eliberri y finalmente las necrópolis del Camino del Sacromonte así como la que se ubicó en la salida del actual arco de las Pesas. Además de esas necrópolis encontramos restos arquitectónicos y muebles que se resumen en muros y suelos de escasa entidad constructiva en la Plaza de Santa Isabel la Real.
Una joya a nivel arqueológico para este período lo tenemos en la calle Espaldas de San Nicolás, junto al lienzo Norte de muralla, donde se dataron más fosas que contenían restos de cerámica tardorromana y visigoda: sigillata africana, lucernas paleocristianas, jarritas visigodas con incisiones a peine, ollas con mamelones, etc. La nivelación realizada en época zirí para la construcción de la muralla arrasó con gran parte de estos registros.
La cuestión de la muralla también nos trae a Eliberri para preguntarnos si siguió en funcionamiento y manteniéndose durante la Antigüedad Tardía. Parece que las murallas ibéricas se mantuvieron tanto en época romana, tardorromana y tardoantigua, así se constató en la intervención llevada a cabo en el Carmen de la Muralla. Además, otro dato, en este caso histórico, que apoya que la muralla siguió en activo hasta el siglo VIII nos lo proporciona la crónica anónima del siglo XI recogida en la colección de tradiciones de Ajbar Mach-Mua al respecto de la invasión de 711: “Mandó otro destacamento a Rayya, otro a Granada, capital de Elvira, y se dirigió él hacia Toledo con el grueso de las tropas. El destacamento que fue hacia Rayya la conquistó, y sus habitantes huyeron a lo más elevado de los montes; marchó enseguida a unirse con el que había ido a Elvira, sitiaron y tomaron su capital y encontraron en ella muchos judíos (…)”[1]. Como vemos, se dice que Elvira, probablemente Eliberri, hubo de ser sitiada y conquistada, con lo cual es evidente que al menos unas murallas bien mantenidas entre los sitiadores y los sitiados debía de haber.
Un asunto que a mi juicio descoloca todo lo demás es lo referido a las acuñaciones monetarias en época tardía en Eliberri. Tan sólo en las ciudades más importantes del reino visigodo encontramos emisiones monetarias continuadas en el tiempo y según los reinados, tal es el caso de las capitales provinciales como Toledo, Mérida o Sevilla, pero también en Granada. Sabemos que después del reinado de Chindasvinto (642-653) se produce una reducción enorme de las cecas emisoras de moneda y sobreviven únicamente aquellas que radican en los centros urbanos más preponderantes. En Eliberri no sólo se emite moneda con Chindasvinto sino que se emite moneda durante los tres reinados posteriores: en época de Ervigio (680-687), Egica (687-702) y Witiza (700-702). La razón de que esto sea así y esté tan mal refrendado por el resto de la cultura material es algo que habrá que seguir investigando.

Finalmente, un asunto más debe llamar nuestra atención, pero esta vez desde el punto de vista histórico. Se trata del concilio de Elvira, celebrado entre el año 300-302 y que fue el primero de los concilios de la Península Ibérica. En él se congregaron obispos de todas las diócesis de Hispania, aunque provinieron preferentemente de la Bética. Todas estas personalidades eclesiásticas se reunirían en algún edificio de culto cristiano de algún tipo, si bien parece lejana ya y poco probable las reuniones en casas de notables conocidas como domus eclessiae. Este concilio nos es de gran utilidad a la hora de inspeccionar sus cánones en busca de elementos que hagan referencia a las prácticas cotidianas de los cristianos y más concretamente de los eliberritanos.
Así pues, podemos comprobar cómo, en palabras del padre Sotomayor, en el concilio se hacen referencia a los siguientes aspectos de la vida cotidiana de los cristianos del momento:
Las comunidades cristianas hispanas en esos años están formadas por individuos procedentes de todas las clases sociales: Hay entre los cristianos quienes han sido flámines y sacerdotes de las religiones del Imperio Romano; los hay duunviros o magistrados del municipio, matronas o señoras que poseen esclavos, propietarios de terrenos arrendados, agricultores, comerciantes, prestamistas, aurigas y libertos. Los cristianos son todavía minoría en su ciudad y no forman un grupo aparte dentro de ella. Viven mezclados con sus familias y conciudadanos no cristianos, promiscuidad que se advierte en sus actividades, en algunas creencias y opiniones y en la vida social. Hay matrimonios mixtos (con paganos, con judíos y con herejes), hay quienes pagan ofrendas a su antiguo culto pagano y quienes prestan vestido para procesiones paganas. Hay esclavos que continúan practicando su culto pagano en casas de señores cristianos, hay casos de asistencia pasiva de cristianos a cultos paganos, a veces hay casos extremos de idolatría, y hay quien usa de maleficios con el intento de matar a sus enemigos.[2]
Algo que la arqueología aún tendrá que esclarecer es el lugar de celebración de este concilio tan multitudinario y de tanta importancia al ser el primero de la Península. De momento no se ha hallado ninguna estructura arquitectónica de la suficiente entidad como para servir de sede de un concilio; igual que es difícil asociar una estructura a la celebración de un concilio eclesiástico. Con lo que nos tenemos que quedar de momento es con la certeza de que la ciudad de Eliberri tenía la suficiente entidad y la vida social como para celebrar un concilio a nivel nacional. Más adelante intentaremos arrojar algo de luz a esta cuestión con nuestras hipótesis.
[1] TEJERIZO LINARES, G.: Natiuola: La primera Granada, pág. 167, Granada, 2012.
[2] ORFILA PONS, M.: ad supra., págs. 161-162, Granada, 2011.
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Bibliografía online:
Excelente artículo. Acabo de conocer tu blog y pinta muy bien. Voy a ponerme al día con su lectura. Siento una gran admiración por personas como tú que, desinteresadamente, dedican tiempo y esfuerzo a difundir la cultura. ¡Enhorabuena!.
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