El teatro griego y el romano ¿Cómo se diferencian?

Hoy vamos a hacer un breve recorrido por dos edificios emblemáticos de la Antigüedad: los teatros. ¿Qué es un teatro griego y un teatro romano? ¿Son iguales? ¿Estaban concebidos para lo mismo? ¿Dónde se ubicaban? Os invito a encontrar las respuestas a estas preguntas en esta breve entrada que os solucionará las dudas para siempre. ¡Bienvenidos a Romana Insolentia!

El teatro en Grecia y en Roma.

Figura 1. Menandro con máscaras de teatro. Fuente: Princeton University Art Museum a través de nationalgeographic.com

Podemos establecer el origen del teatro griego como edificio plenamente consolidado entre los siglos V y III a.C., y está presente tanto en la Grecia continental como en las colonias de Asia Menor y la Magna Grecia (sur de Italia y Sicilia). La funcionalidad original del teatro griego es un poco oscura, pero dado que la función de la representación teatral en Grecia buscaba la «catarsis» o purificación del alma a través de la tragedia; suponemos que, en origen, esta agrupación de personas en torno a un punto central tendría un sentido religioso que después se fue diluyendo hasta desaparecer en Roma.

El teatro como edificio y como representación tuvo un sentido muy distinto en Roma, donde lo que se buscaba era la diversión a través de la obra y la conexión con los actores, a los que se creía protagonistas de escenas que afectaban a todos y que, por ello, suponían un modo de ridiculizar y obviar ciertas situaciones de la vida diaria.

Figura 2. Teatro griego de Dodona (izquierda) y teatro romano de Mérida (derecha). Fuente: wikimedia.org.

Partes del teatro griego.

El teatro griego se diferencia del romano en varios elementos que describimos a continuación:

El teatro se ubicaba fuera de la ciudad, normalmente aprovechando alguna ladera natural donde colocar el graderío. Contaba con cávea, orchestra, proskenion y la skene o escena. La orchestra era circular o con forma de herradura, y la cávea abarcaba dos tercios de la orchestra.

Figura 3. Partes de un teatro griego, siendo las principales la skene, el proskenion, la orchestra y la cávea. Importante aspecto es el parodos o pasillos por los que accedían los actores y que describiremos a continuación. Fuente: wikimedia.org.

Como decíamos, en Grecia la orchestra es circular o de herradura, y aquí se ubicaba el coro que cantaba la obra de teatro, ya que los actores no hablaban en ningún momento, situándose éstos en el proskenion, que podría asemejarse al escenario que nosotros identificamos hoy.

Las gradas del teatro griego se ubicaban directamente sobre una colina para aprovechar así mejor la acústica; rebajando la roca hasta elaborar los graderíos. Estas gradas envolvían casi por completo la orchestra donde se encontraba el coro, y se accedía a ellas por unas escaleras exteriores.

Los actores entraban al escenario a través del párodos, entradas laterales descubiertas que daban acceso a la cávea y la orchestra.

En cuanto al proskenion, se trata de la plataforma que ocupaba la parte anterior de la skene o escena. Ahí actuaban los actores, siempre en silencio y acompañados por los cánticos del coro situado en la orchestra.

La skene era una construcción tangente a la orchestra que cumplía la función de telón de fondo. sobresaliendo de las gradas lateralmente.

Figura 4. Reconstrucción de un teatro griego con la skene o escena cerrando el conjunto. Fuente: unprofesor.com

Partes del teatro romano.

A diferencia que en Grecia, en Roma el teatro se ubicaba dentro de la ciudad. La orchestra era semicircular y, del mismo modo que en Grecia, los actores no actuaban en ella. En el caso romano era el lugar donde se ubicaban los personajes relevantes para que contemplaran mejor el espectáculo.

La cávea estaba dividida en ima cavea, media cavea y summa cavea.

  • La ima cavea ocupaba la parte inferior del graderío y estaba destinada a la clase social de los équites y senadores.
  • La media cavea ocupaba la parte central del graderío y estaba destinada a la plebe.
  • La suma cavea era la zona más alta del graderío y estaba destinada a los libertos, esclavos y mujeres.

A pesar de haber alguna excepción, las gradas se construían con mampostería y hormigón y no se ubicaban en la ladera de un monte. Estaban sostenidas por todo un sistema de bóvedas que permitía el tránsito bajo ellas de los espectadores que accedían a sus asientos a través de escaleras que conducían a los vomitorios para que éstos se distribuyeran por sus asientos. Además, y a diferencia de en el caso griego, en Roma las gradas nunca sobrepasaban la orchestra.

El párodos en Roma se denominó aditus, y constituía un corredor cerrado y cubierto por una bóveda de cañón que daba acceso a la orchestra. Sobre cada uno de estos aditus había un palco para las autoridades.

El proscenio sí mantuvo la misma funcionalidad que en Grecia como una plataforma donde actuaban los actores.

Por último, la scaena era mucho más alta que en Grecia, coincidiendo con la anchura del semicírculo de la orchestra y no sobresalía de las gradas.

Como elemento característico del teatro romano, hemos de comentar que existía un espacio llamado pórtico, una construcción adyacente al teatro donde el público se refugiaba en caso de lluvia.

Figura 5. Reconstrucción del teatro romano de Mérida identificando todas sus partes. Fuente: temasycomentariosartepaeg.blogspot.com

Imagen destacada: Teatro romano de Palmira, cuya fachada fue dañada por el Estado Islámico en 2016.

Adrianópolis. El equilibrio de poder entre Roma y los godos.

En esta entrada desgranaremos la batalla de Adrianópolis con fuentes y con apreciaciones acertadas acerca del desarrollo y consecuencias de la batalla. Veremos cómo Valente sucumbió en persona ante la nueva realidad que se gestaba en Europa: la del protagonismo de los bárbaros frente a la hegemonía romana.

Decisiones funestas.

Según hemos ido viendo, los godos tervingios no eran un grupo homogéneo liderado por un jefe claro, sino que eran multitud de pueblos y etnias liderados por un cabecilla que, en ocasiones, ganaba cierto protagonismo. Como podemos ver, Fritigerno fue quien destacó entre los demás dirigentes godos, pero no era el único que se desplazaba y combatía en los Balcanes. Así que nos encontramos ante una caótica contienda en la que participaron numerosos combatientes que no tenían una jefatura clara o suprema. Ese maremágnum de bandas y guerreros jugó a favor de los bárbaros, ya que impedía a los romanos acudir a un único punto a combatir.

Imagen 1. Sólido del augusto Graciano. Fuente: biddr.com

Mientras tanto, Graciano, el augusto occidental, acudía en persona a ayudar a Valente como una especie de salvador victorioso, ya que sus tropas habían derrotado a los alamanes y también habían acabado con una partida de guerra de jinetes alanos en su camino hacia Constantinopla. Valente, por tanto, se mostraba impaciente por poder lograr una victoria decisiva que le permitiera afianzar su poder y su fama respecto a su colega occidental. Es por eso por lo que cuando su comandante Víctor logró significativas victorias sobre algunas bandas de saqueadores godos y otro de sus generales, Sebastiano, logró otras tantas victorias contra unos seguidores de Fritigerno, Valente se convenció a sí mismo de que podía enfrentarse a los tervingios sin ayuda de nadie más, una decisión funesta porque Fritigerno, asustado por los acontecimientos, comenzó a reunir a sus dispersas bandas y a acercarse a los grupos de greutungos que también pululaban por la región dirigidos por Sáfrax y Alateo.

Imagen 2. Sólido del augusto Valente. Fuente: tauleryfau.bidinsidecom

Desoyendo a todos, incluso a sus comandantes y a Graciano, que le pedían encarecidamente que esperara, Valente avanzó a Adrianópolis con un ejército no inferior a 40.000 soldados. La marcha del ejército romano hacia el campamento de Fritigerno se hizo bajo un sol de justicia de principios de agosto, y allí formaron. El godo llevaba varios días tratando de negociar y de retrasar a Valente para que a sus bandas les diera tiempo de regresar y, contra todo lo que cabría esperarse de un emperador capaz, Valente se dejó enredar por Fritigerno.

El emperador tenía dos opciones igualmente válidas: podía atacar de inmediato a Fritigerno y aplastarlo con su superioridad numérica y táctica, o bien fortificar una posición para que sus hombres comieran y descansaran; pero Valente no hizo ni una cosa ni otra, dejando que sus hombres formaran bajo el sol que abrasaba sus cuerpos y haciéndoles padecer de hambre y de sed y dejando también que Fritigerno se fortaleciese cada vez más con cada grupo de guerreros que regresaba.

El inicio y el desarrollo de la batalla.

Valente no pudo retener a sus tropas y estas se lanzaron al ataque hartas de esperar y llenas de miedo y estrés. El ala derecha de la caballería romana protegía el despliegue de la infantería, pero el ala izquierda se había retrasado por la congestión de los caminos llenos de transporte de víveres y aún se encontraba muy por detrás de su lugar en la batalla, haciendo peligrar mucho el flanco izquierdo de la infantería. Pronto la infantería ligera romana y los arqueros fueron rechazados por los godos que resistían tras sus carros dispuestos en círculo sobre la colina, pero eso no tenía por qué ser algo irremediable.

Imagen 3. Ilustración que recrea la batalla de Adrianópolis y que refleja la intensidad y la tensión del momento. Ilustración de Radu Oltean recogida en «Adrianópolis» de Desperta Ferro Ediciones. Fuente: flickr.com

Lo que sí sucedió a continuación sería lo que decantase la batalla, porque coincidió con la llegada de los greutungos de Sáfrax y Alateo a la llamada de Fritigerno. Viendo el flanco izquierdo desprotegido, los greutungos cargaron de manera devastadora contra las legiones, desatando una matanza y un caos increíbles a los que pronto se sumaron las tropas de Fritigerno, abandonando sus posiciones en la colina.

La batalla fue convirtiéndose en un infierno. El calor, el polvo y el humo impedían a los soldados ubicarse bien en el campo de batalla, mientras que los godos tenían muy visible el campamento de carros. Aun con todo, las legiones resistieron de manera hercúlea.

Amiano Marcelino nos cuenta cómo al final los romanos rompieron filas, sucumbiendo al pánico que a tantos ejércitos había derrotado. Los caminos de Adrianópolis se llenaron de miles de hombres que huían y buscaban refugio tras sus murallas. Valente no sobrevivió al enfrentamiento, pues quedó aislado en un refugio aislado que pronto fue rodeado y quemado por los bárbaros, poniendo fin a su historia en este lugar.

El análisis del conflicto.

La caballería germánica desempeñó un indudable papel en la batalla al caer sobre el desprotegido flanco romano, pero no podemos caer en el tópico de pensar que fue esto lo que decantó la batalla, pues muchos de estos jinetes desmontaron y lucharon a pie tras el choque inicial, tal y como era costumbre en los pueblos germánicos. En segundo lugar, la infantería germánica también jugó un papel fundamental al resistir los envites de la infantería ligera romana y de las legiones.

Imagen 4. Reconstrucción del escenario del conflicto de Adrianópolis en fases. Fuente: wikimedia.org.

Pero hay algo que también hay que afirmar, y es que en esta batalla se demostró que las tropas romanas eran más disciplinadas y estaban mejor armadas que las bárbaras, y Amiano Marcelino resalta una y otra vez el valor de los romanos y la férrea determinación al combatir. Pero entonces, si los romanos aguantaron sus posiciones combatiendo durante horas, ¿por qué perdieron? Podemos afirmar que la causa fundamental la hallamos en la mala información y en el liderazgo pésimo que sufrieron. Analicemos por qué.

¿Qué pasó con las cifras? Los exploradores romanos no supieron evaluar correctamente la fuerza enemiga, pues estimaron en “algo más de 10.000 guerreros” las fuerzas de Fritigerno y así se lo hicieron saber a Valente. Pero a la hora de la verdad, en Adrianópolis, a esos 10.000 combatientes se les sumaron los greutungos y otras bandas, por lo que la cifra ascendió a cerca de 35.000 efectivos, triplicando ampliamente las cifras que Valente había barajado. Además, a este error se sumó otro de graves consecuencias, pues los exploradores romanos no supieron ubicar correctamente a las fuerzas enemigas. Valente y sus comandantes estaban seguros de que todos ellos estaban concentrados en el campamento de carros, y en realidad no era así en absoluto, pues muchas de las fuerzas de Fritigerno estaban dispersas por el campo a unas millas de allí y acudieron a la batalla en el momento exacto.

¿Y en cuanto al mando? Valente tomó pésimas decisiones, haciéndolo todo mal. En primer lugar, porque obvió cualquier consejo de índole estratégica que sus comandantes le proporcionaban, poniendo por encima su interés en obtener gloria y fama. Si hubiera esperado a Graciano, el resultado de esta batalla habría sido muy diferente. En segundo lugar, Valente no aprovechó la ventaja inicial de la sorpresa y no desplegó acertadamente a sus tropas para doblegar al enemigo.

Las consecuencias de Adrianópolis.

La batalla que nos ocupa no fue la batalla de un Imperio que era decadente y que estaba condenado a la desaparición, pues la prueba de ello es que el Imperio de oriente resistió durante mil años más. Pero esta batalla sí que marcó el inicio de una nueva fase en la relación entre romanos y bárbaros y, por supuesto, fue el inicio de la génesis de los visigodos.

No olvidemos que la formación de “pueblos” en este período está muy ligada a la aparición de líderes carismáticos y guerreros capaces de lograr triunfos que aportaran prestigio y bienestar a sus huestes. Ese prestigio hacía que el individuo en cuestión comenzara a identificarse con algo nuevo, como partícipe o incluso fundador de una nueva identidad que aglutinaba elementos a menudo muy dispares. Es por ello por lo que no sería Fritigerno quien iniciaría este nuevo caminar del pueblo godo, sino otro personaje que ha pasado a la Historia con gran trascendencia por sus gestas dirigiendo a los visigodos en su migración hacia Occidente, Alarico.

Bibliografía:

Imagen destacada extraída de despertaferro-ediciones.com, concretamente del evento de recreación tardoantigua de Saint-Romain en 2010.

Jiménez Garnica, Ana Mª. (2010): Nuevas gentes, nuevo Imperio: los godos y Occidente en el siglo V, Editorial UNED, Madrid.

Sanz Serrano, R. (2009): Historia de los godos, una epopeya histórica de Escandinavia a Toledo, La Esfera de los Libros, Madrid.

Soto Chica, J. (2020): Los visigodos. Hijos de un dios furioso, Desperta Ferro Ediciones, Madrid.

Allanando el camino hacia Adrianópolis. Las causas del desastre.

La batalla de Adrianópolis supuso un punto de inflexión en las relaciones entre Roma y los godos. Éstos, acosados y desesperados por los hunos que descendían desde las estepas, presionaban cada vez más las fronteras del Danubio, pidiendo asilo para defenderse de las hordas de las estepas. Veremos aquí cómo se desató el desastre antes de la batalla.

Surgen nuevos líderes tervingios.

Hemos visto cómo el pacto de paz entre Valente y Atanarico suponía el empeoramiento de las condiciones pactadas tradicionalmente por godos y romanos, pero, aún así, el emperador comprendía la necesidad de seguir manteniendo en el poder a un godo que ya conocía para que mantuviera sujetas a sus bandas guerreras antes que tener a esas bandas pululando libremente por la frontera.

Imagen 1. Goths crossing a river de Évariste Vital Luminais. Esta representación romántica de la migración goda podría corresponderse con el cruce del Danubio por este pueblo en el siglo IV. Fuente: antareshistoria.com

Atanarico era muy consciente de que su poder había sido menguado y de que su reino estaba prácticamente deshecho para soportar el empuje de los hunos. Entonces, ¿por qué no condujo a su pueblo hacia territorio imperial solicitando el acceso y dejó que Alavivo y Fritigerno le usurpasen la autoridad? Tradicionalmente se ha tenido en cuenta que Atanarico se debía a un juramento realizado a su padre, mediante el cual nunca pisaría territorio romano. Pero esta explicación carece de lógica en cuando Amiano Marcelino nos dice cómo Atanarico y su gente estaban esperando para entrar después de que los jefes tervingios Alavivo y Fritigerno lo hubieran hecho ya. Amiano nos aclara también que existía una prohibición expresa de las autoridades romanas a que pasaran otros godos que no fueran los de los jefes mencionados.

Atanarico se vio privado de su vía de escape, y además había sido incapaz de sujetar a sus seguidores y de salvaguardar las fronteras como se había dispuesto en los tratados. Y por si eso fuera poco, había perseguido a los cristianos hasta el punto de martirizar a San Sabas “El Godo”, cuyo cuerpo fue rescatado por soldados romanos en operaciones de auténticos comandos. Por todo ello, Atanarico consideró mejor retirarse a lo profundo de los bosques y las montañas abriéndose paso entre sármatas y carpos para ver cómo se desarrollaban los acontecimientos.

El colapso de la frontera.

Cuando a Valente le llegaron los informes que mencionaban a miles de refugiados godos intentando cruzar el Danubio e instalarse en el Imperio, tuvo que sopesar si le convenía más tener a miles de colonos que trabajaran la tierra y sirvieran en el ejército y también debilitar a su federado, Atanarico, pues se vería privado de una considerable parte de sus fuerzas que, conducidas por Alavivo y Fritigerno, serían un arma para utilizar contra él. Y esto fue lo que decantó al emperador a acoger a los seguidores de estos caudillos sin ser consciente de que estos no querían desempeñar el papel de servidores sumisos del Imperio.

Imagen 2. Representación de Angus McBride de los godos cruzando el Danubio ante las autoridades romanas, que no supieron dirigir correctamente la masiva afluencia de refugiados. Fuente: Pinterest.com

Desgranando los detalles que nos proporciona Amiano Marcelino, encontramos que los godos de Alavivo y Fritigerno renunciaban a su condición de federados, ya que, al solicitar asilo, entregar las armas y someterse al emperador, adquirían un nuevo estatus. Tenemos que tener presente que, mientras estos hechos se sucedían, nuevos grupos de refugiados se iban sumando a estos dos caudillos, bandas de diverso origen, es decir, no sólo estaban en movimiento los tervingios y los greutungos, sino que otros muchos pueblos los seguían debido al acoso generalizado de los hunos. Y esto supuso el caos.

Valente se encontraba en Siria enfangado en una guerra con los sarracenos dirigidos por Mavia, al tiempo que se producían saqueos desde Egipto al Éufrates. Así que fueron dos oficiales imperiales, Lupicino y Máximo, los encargados de organizar la acogida de los refugiados en Tracia, añadiendo su granito de arena al caos. Vamos a desentrañar el desastre.

En primer lugar, las autoridades imperiales fueron incapaces de organizar convenientemente el paso del Danubio por las ingentes multitudes humanas de refugiados. Las fuentes mencionan la caótica y anárquica forma de proceder y los espantosos naufragios en un río muy crecido por el deshielo invernal. Además de eso, las fuentes señalan el fracaso de las autoridades romanas al desarmar a los godos y no sólo eso, sino también por no ser capaces de elaborar un simple pero esencial censo de personas. En otras palabras, los romanos estaban dejando pasar a miles de hombres armados, sin tener idea de cuántos eran y que, por su nuevo estatus de sometidos al emperador, tenían que proveer de tierras y alimentos. Si a esto le añadimos la infiltración de bandas guerreras enteras de diversos pueblos, tal y como menciona Zósimo, tenemos además la generalización de los saqueos durante 377 desde “Mesia a Tesalia”.

Imagen 3. Esta representación del enfrentamiento de Adrianópolis nos sirve para ilustrar la batalla que tuvo lugar en la ciudad de Marcianópolis entre los romanos de Lupicino y los godos de Fritigerno, el primer desastre de este enfrentamiento que desembocaría definitivamente en Adrianópolis poco después. Fuente: guerrasconhistoria.wordpress.com

La situación pintaba realmente negra, ¿no creéis?, pero eso no era todo, porque tenemos que añadir que los oficiales al cargo de todo esto decidieron sacar provecho personal y comenzaron a extorsionar a los refugiados, a los que cobraban cifras desorbitadas por cosas que debían proveerles de forma gratuita o a un coste simbólico. La corrupción se generalizó y se hizo mucho más atrevida y violenta, pues muchos godos campesinos y sus familias eran esclavizados directamente y vendidos a propietarios romanos. La desesperación y la rabia llegaron a tal límite que estallaron de forma violenta. Los godos se organizaban en grupos que saqueaban aldeas y villas, mientras los destacamentos romanos los atacaban y asaltaban. Lupicino trató de sofocar la revuelta tomando como rehenes a Alavivo y Fritigerno en la ciudad de Marcianópolis, pero todo salió mal; pues Fritigerno logró que lo soltaran y se convirtió inmediatamente en el líder de la rebelión. Lupicino demostró además ser un pésimo comandante, ya que fue arrastrado y barrido por Fritigerno en una batalla campal.

Tras la derrota de Marcianópolis, las fuerzas romanas locales se vieron incapaces de controlar no sólo a Fritigerno y su séquito, sino también la propia frontera danubiana. Greutungos, alanos, taifales, carpos, sármatas, esciros y bandas de hunos cruzaron en tropel la frontera; y es que las tropas romanas que debían detenerlos ni siquiera estaban ahí, porque Valente se las había llevado a Siria confiando en que Atanarico contendría a toda esa multitud.

El camino hacia Adrianópolis.

En semejantes circunstancias, no es de extrañar que las insuficientes tropas romanas perdieran el control de los Balcanes y que, como es de esperar, cientos de refugiados godos con sus caudillos correspondientes siguieran cruzando el Danubio. Pero estaríamos en un error si pensáramos solamente en bárbaros, ya que, a estas bandas se unieron también miles de esclavos y gente desesperada de origen romano.

Imagen 4. Sólido del emperador Valente mostrándose diademado en el anverso y acompañado de la victoria en el reverso. Fuente: monedas-antiguas.blogspot.com

Valente comprendió que debía volver de inmediato a los Balcanes para hacerse cargo de la situación, pero corto de guerreros comprendió que sería sensato pedir ayuda a su sobrino Graciano, augusto de Occidente, quien respondió fielmente enviando tropas en su ayuda. Lo siguiente que hizo Valente fue enviar algunas legiones por delante para controlar la situación de forma preliminar, pero fueron dispersadas por Fritigerno debido a la incompetencia de los comandantes romanos, aumentando todavía más la fama del líder tervingio. El emperador se desesperaba, y ya cerca de Constantinopla, envió por delante a la caballería para contener a los bárbaros, pero tampoco fue suficiente, y las correrías continuaron sin control por Tracia hasta llegar a los mismos arrabales de Constantinopla.

Tan sólo podemos anotar una clara victoria para los romanos en este momento, y es que los greutungos, que se habían dispersado por los Balcanes saqueándolo todo a su paso, se habían coaligado con un gran grupo de jinetes taifales. Su líder, Famovio, trató de lograr la misma fama que había alcanzado Fritigerno derrotando a los romanos, pero las tropas enviadas por Graciano derrotaron a los bárbaros dando muerte a Famovio y capturando a los supervivientes, que fueron deportados a Italia para labrar los campos y servir en el ejército. En esta situación nos encontramos cuando Adrianópolis comenzaba a verse ya en el horizonte.

Bibliografía:

Imagen de cabecera: Recreación de Constantinopla durante la Antigüedad Tardía. Fuente: algargosarte.blogspot.com

Jiménez Garnica, Ana Mª. (2010): Nuevas gentes, nuevo Imperio: los godos y Occidente en el siglo V, Editorial UNED, Madrid.

Sanz Serrano, R. (2009): Historia de los godos, una epopeya histórica de Escandinavia a Toledo, La Esfera de los Libros, Madrid.

Soto Chica, J. (2020): Los visigodos. Hijos de un dios furioso, Desperta Ferro Ediciones, Madrid.

Conociendo a los tervingios: nacimiento, auge y transformación

En la entrada de hoy rastrearemos a los tervingios a través de las fuentes, y también recorreremos sus acciones a lo largo de la frontera del Danubio hasta dar con Valente en la gran batalla de Adrianópolis, de la que nos ocuparemos en una entrada posterior.

Rastreando las fuentes.

Podemos atribuir al controvertido testimonio del “Divino Claudio”, una de las vidas de emperadores contenidas en la Historia Augusta, la primera aparición de los tervingios como tal en una fuente. Son citados en torno al 268 en una lista de tribus que avanzaron sobre la frontera romana produciendo saqueos en lugares muy dispares del Imperio de Oriente. En esta lista también encontramos pueblos como los peucinos, greutungos, gépidos, hérulos y algunos otros pueblos recogidos en términos ya un poco obsoletos para la fecha como los escitas y los celtas. Veinte años después, en un panegírico del emperador Maximiano pronunciado por el poeta Claudio Mamertino en 292, en Tréveris, se mencionó a los tervingios de forma expresa relacionándolos con el agitado maremágnum de pueblos bárbaros en la frontera.

Que los tervingios aparezcan citados en un poema pronunciado muy lejos de donde eran originarios tiene que revelarnos que éstos no podían ser una novedad, y que su poder era lo suficientemente grande como para ser recogidos como protagonistas. Y es que su poder era manifiesto, ya que estaban empujando a los gépidos y a los vándalos de sus hábitats originales, del mismo modo que harían con los carpos y los sármatas. Será Jordanes el que intente engrandecer un poco esta historia al enlazar a los Amalos, la familia real a la que pertenecía Teodorico el Grande donde Jordanes servía, con la familia de los Baltos, familia a la que pertenecía Ataúlfo, segundo rey visigodo.

Imagen 1. Caudillo visigodo recibe a un probable legado romano con alguna propuesta. Fuente: archivoshistoria.com

Amiano Marcelino distingue entre el término de “magistrado” o de “juez” para referirse a Atanarico, el soberano tervingio que guerreó con Valente entre 367 y 369, mientras que para referirse a Ermenrico, el jefe de los greutungos, usa el término “rey”. La investigación histórica ha querido ver aquí que tal vez los tervingios tenían unos jefes con poder político limitado y que no tenían linaje real; pero Zósimo sí que menciona que los tervingios tenían dicho linaje, algo que también mencionan otros textos del siglo IV.

De lo que no cabe duda es de que los tervingios fueron muy capaces de sobrevivir y expandirse en la tumultuosa frontera romana. Temistio, cuyos escritos se fechan entre 369 y 370, señala la existencia de varios reyes tervingios que aceptaban la jefatura suprema del juez Atanarico, el cual los dirigía en la guerra y representaba ante Valente.

La evolución de los tervingios.

Nos gustaría que el lector visualizara ahora la ciudad de Roma en el siglo III, cuando el emperador Aureliano, en un fastuoso triunfo, mostró a los romanos la gloria y el poder de Roma reconstituidos al mostrar a Zenobia de Palmira cargada de cadenas de oro junto a todos los tesoros de Oriente; pero también pudieron ver los romanos a un grupo de amazonas godas, multitud de cautivos godos atados y, lo más relevante, el carro del rey de los godos.

Imagen 2. Reconstrucción virtual del rostro del emperador Aureliano por el artista Haroun Binous, una llamativa e interesante forma de acercarnos el pasado. Fuente: muhimu.es.

Este detalle, aparentemente un apunte literario sin importancia, es muy llamativo porque fue el vehículo elegido por el emperador para mostrarse a los romanos. Y no es que el emperador no tuviera carros a su disposición, mucho más ricos y decorados que este, sino porque estaba claro que Aureliano quería mostrar su aplastante victoria sobre los godos mostrándose sobre el carro de su rey. ¿Entonces es que los godos tenían un rey que fue derrotado por Aureliano? ¿No estábamos hablando de bandas dirigidas por caudillos que no dejaban impronta política o dinástica? Trebonio Polión nos informa de que Aureliano venció a Canabaudes, a quien había matado junto a 100.000 de sus guerreros. Restando importancia a las cifras, parece ser que ese tal Canabaudes tenía la suficiente entidad o poder como para ser el candidato perfecto para ser rey de los godos, tanto poder como para que Aureliano se llevara su rústico y bárbaro carro para pasearse por Roma, es decir, Canabaudes era un caudillo que destacaba sobre cualquier jefe godo como nunca antes hizo ninguno. Podemos por tanto aventurar un paralelismo con que este jefe godo fuera un juez o rey de los tervingios para el año 268.

Jordanes menciona en sus escritos que los godos contaban con un rey de nombre Geberico, quien luchó contra los vándalos y logró expulsarlos de la Dacia. Este rey puede ubicarse en torno al año 292, cuando Claudio Mamertino nos ofrecía noticias acerca del desplazamiento de los vándalos de sus tierras a manos de los godos, pero no sería un caudillo aislado, pues antes de él encontraríamos a Canabaudes y, si atendemos a la petición de auxilio de los vándalos a Constantino en el 334 porque los godos de Ariarico los seguían acosando, podemos establecer una línea dinástica entre estos tres personajes sucesivos.

Imagen 3. Grabado idealizado del rey tervingio Atanarico, realizado en el siglo XVIII por Manuel Rodríguez. Fuente: wikimedia.org

Esta línea dinástica encontró turbulencias en torno al año 376 cuando Atanarico perdió el control del estado tervingio a manos de los caudillos Alavivo y Fritigerno. ¿Quiénes eran estos? Cabe pensar como lo más probable que fueran reyezuelos ligados a la figura política de Atanarico, pero de un linaje lo suficientemente importante como para disputarle el liderazgo del reino tervingio, lo que nos sugiere que uno de ellos o ambos, fueran descendientes de la familia real a la que pertenecían Canabaudes y Geberico.

El empujón imperial.

Bien es cierto que, como dijimos en entradas anteriores, los tervingios recibieron un inestimable empujón imperial para asentar su hegemonía. Roma no sólo convirtió a estos godos en sus interlocutores válidos a través de pactos o foedera para emplearlos como guerreros o para establecer rutas comerciales, sino que intervino activamente para eliminar al que se alzaba como poderoso rival de los tervingios, una tribu que según se nos dice en la Origo Constantini Imperatoris era la “más numerosa y poderosa de las tribus godas”, en el 334; allanando sin duda el camino de los tervingios para establecer su hegemonía.

Imagen 4. Recreación de la construcción de una torre de vigilancia en el limes danubiano. Los limitanei, o tropas de la frontera, la fortifican y ultiman los detalles. Fuente: arrecaballo.es

Parece que fue Atanarico, hijo de Aorico, quien tuvo el enfrentamiento más duro con Roma, y de hecho hablaremos de sus periplos relacionados con ésta. Parece que el origen de estos enfrentamientos fue que, desde el año 332, el poder tervingio no había dejado de crecer y ahora se buscaba una relación más igualada con el Imperio.

Atanarico intervino activamente con el envío de tropas en la rebelión de Procopio, primo de Juliano, cuando Joviano fue elegido como nuevo augusto. Como Procopio podía —y seguramente sería— considerado un potencial peligro por el nuevo emperador, renunció a sus cargos públicos y se retiró a sus fincas en Capadocia. Muerto Joviano, fue Valente el que ascendió al trono, quien consideró que no le convenía que un miembro de la familia de Constantino El Grande siguiera vivo y envió hombres para detenerlo. Procopio huyó a Crimea y aprovechó que Valente preparaba una campaña contra Persia para ir a Constantinopla y comenzar allí una rebelión, obteniendo algunos éxitos iniciales. Aquí entra en el juego Atanarico, apoyando al pretendiente que creía más sólido, enviando 10.000 guerreros en su ayuda; pero Procopio fue vencido en la batalla de Nicolea el 26 de mayo de 366, siendo ajusticiado poco después.

Imagen 5. El limes danubiano o moesio transcurría siguiendo el río Danubio hasta su desembocadura. Esta región se vio seriamente comprometida desde el siglo III. Fuente: arrecaballo.es

Atanarico se veía ahora en una posición tremendamente comprometida, porque había apoyado al bando perdedor de la guerra civil romana y había perdido 10.000 guerreros, un tercio de su fuerza total.

Así que Valente, viendo que Atanarico había traicionado a los dos augustos legítimos —él y su hermano Valentiniano—, decidió que aplastaría a los godos. Comenzó a reunir y a abastecer un formidable ejército para cruzar el Danubio al año siguiente y acabar con Atanarico y los tervingios.

Las campañas godas de Valente fueron tediosas, caras y sin éxitos claros o notables, ya que Atanarico optó por la guerra de guerrillas y se retiró a las montañas de los Cárpatos, ya que no quería un enfrentamiento directo con Valente. En el 369, en la tercera campaña, Valente logró enfrentarse por fin a los tervingios cuando éstos y su juez supremo acudieron en ayuda de los greutungos que el emperador ya combatía. Valente logró la victoria sobre los bárbaros, pero, como decimos, no fue una victoria decisiva y poco cambiaba la situación respecto al punto de inicio. Ambos protagonistas empezaron a recibir presiones: por un lado, Valente recibía presión del senado de Constantinopla urgiéndole a acabar ya aquella costosa e incierta guerra, y por otro estaba Atanarico, que no había sido derrotado, pero era muy consciente de que otra campaña romana más llevaría a su gente a la inanición y a la consecuente muerte por el hambre o por la espada.

Así que Valente, consciente de que no podía costearse una cuarta campaña goda teniendo la persa ya casi lista, decidió que sus generales Víctor y Ariteo gestionaran la paz con los tervingios, pero dejando muy claro su victoria para aumentar el prestigio imperial que tanto necesitaba. Pero claro, Atanarico también tenía que dejar alto el listón si quería mantener el liderazgo y evitar insurgencias o incluso que se deshiciera su confederación. Así que Atanarico dejó claro a Víctor y Ariteo que quería la paz pero que no se humillaría para lograrla, acudiendo tanto él como Valente al río, a territorio en teoría neutral, para firmar una paz “entre iguales”. Valente tenía que aceptar, aunque no era lo que él quería, no sólo porque necesitaba las manos libres para guerrear con Persia, sino porque necesitaba que Atanarico siguiera conteniendo a su gente para no tener una confederación deshecha en numerosas bandas de saqueadores imposibles de controlar en la frontera.

Imagen 6. Recreación del tránsito de personas y mercancías en el limes danubiano. Cuando los godos violentaban esta frontera era muy difícil detener tantas bandas guerreras; por eso desde Roma siempre se trató de buscar un caudillo que liderara a todas las bandas o a la mayoría de ellas. Fuente: Arrecaballo.es

Así que ambos se entrevistaron en el Danubio y acordaron unos términos duros para los godos, pero aceptables. Los términos del nuevo foedus no dejan lugar a duda de la derrota de Atanarico. En primer lugar, los 10.000 guerreros mandados en ayuda de Procopio no volverían a sus tierras, sino que serían alistados en el ejército romano de Valente. En segundo lugar, los tervingios se comprometerían a no cruzar el Danubio bajo ningún contexto, cesando así las incursiones en el delta del río. En tercer lugar, los tervingios renunciaban a los subsidios y prebendas del Imperio, y finalmente, se limitaba el comercio con Roma a dos puntos, dos ciudades designadas por el emperador para que los funcionarios imperiales controlaran mejor el tráfico y gestionaran los impuestos.

Valente podía, por fin, despreocuparse del Danubio y centrarse en Persia, mientras Atanarico vio seriamente comprometido su poder. Es en este momento, en 370, cuando Alavivo y Fritigerno comenzaron a socavar el poder del juez supremo y de su clan, los Baltos. En este contexto tan convulso y de disgregación los godos tendrán que afrontar la nueva amenaza que se cernía sobre ellos desde las estepas: los hunos.

Bibliografía:

Imagen destacada: Reconstrucción del limes romano en Kastell Zugmantel, Taunus, Alemania.

Jiménez Garnica, Ana Mª. (2010): Nuevas gentes, nuevo Imperio: los godos y Occidente en el siglo V, Editorial UNED, Madrid.

Sanz Serrano, R. (2009): Historia de los godos, una epopeya histórica de Escandinavia a Toledo, La Esfera de los Libros, Madrid.

Soto Chica, J. (2020): Los visigodos. Hijos de un dios furioso, Desperta Ferro Ediciones, Madrid.