La batalla de Adrianópolis supuso un punto de inflexión en las relaciones entre Roma y los godos. Éstos, acosados y desesperados por los hunos que descendían desde las estepas, presionaban cada vez más las fronteras del Danubio, pidiendo asilo para defenderse de las hordas de las estepas. Veremos aquí cómo se desató el desastre antes de la batalla.
Surgen nuevos líderes tervingios.
Hemos visto cómo el pacto de paz entre Valente y Atanarico suponía el empeoramiento de las condiciones pactadas tradicionalmente por godos y romanos, pero, aún así, el emperador comprendía la necesidad de seguir manteniendo en el poder a un godo que ya conocía para que mantuviera sujetas a sus bandas guerreras antes que tener a esas bandas pululando libremente por la frontera.

Atanarico era muy consciente de que su poder había sido menguado y de que su reino estaba prácticamente deshecho para soportar el empuje de los hunos. Entonces, ¿por qué no condujo a su pueblo hacia territorio imperial solicitando el acceso y dejó que Alavivo y Fritigerno le usurpasen la autoridad? Tradicionalmente se ha tenido en cuenta que Atanarico se debía a un juramento realizado a su padre, mediante el cual nunca pisaría territorio romano. Pero esta explicación carece de lógica en cuando Amiano Marcelino nos dice cómo Atanarico y su gente estaban esperando para entrar después de que los jefes tervingios Alavivo y Fritigerno lo hubieran hecho ya. Amiano nos aclara también que existía una prohibición expresa de las autoridades romanas a que pasaran otros godos que no fueran los de los jefes mencionados.
Atanarico se vio privado de su vía de escape, y además había sido incapaz de sujetar a sus seguidores y de salvaguardar las fronteras como se había dispuesto en los tratados. Y por si eso fuera poco, había perseguido a los cristianos hasta el punto de martirizar a San Sabas “El Godo”, cuyo cuerpo fue rescatado por soldados romanos en operaciones de auténticos comandos. Por todo ello, Atanarico consideró mejor retirarse a lo profundo de los bosques y las montañas abriéndose paso entre sármatas y carpos para ver cómo se desarrollaban los acontecimientos.
El colapso de la frontera.
Cuando a Valente le llegaron los informes que mencionaban a miles de refugiados godos intentando cruzar el Danubio e instalarse en el Imperio, tuvo que sopesar si le convenía más tener a miles de colonos que trabajaran la tierra y sirvieran en el ejército y también debilitar a su federado, Atanarico, pues se vería privado de una considerable parte de sus fuerzas que, conducidas por Alavivo y Fritigerno, serían un arma para utilizar contra él. Y esto fue lo que decantó al emperador a acoger a los seguidores de estos caudillos sin ser consciente de que estos no querían desempeñar el papel de servidores sumisos del Imperio.

Desgranando los detalles que nos proporciona Amiano Marcelino, encontramos que los godos de Alavivo y Fritigerno renunciaban a su condición de federados, ya que, al solicitar asilo, entregar las armas y someterse al emperador, adquirían un nuevo estatus. Tenemos que tener presente que, mientras estos hechos se sucedían, nuevos grupos de refugiados se iban sumando a estos dos caudillos, bandas de diverso origen, es decir, no sólo estaban en movimiento los tervingios y los greutungos, sino que otros muchos pueblos los seguían debido al acoso generalizado de los hunos. Y esto supuso el caos.
Valente se encontraba en Siria enfangado en una guerra con los sarracenos dirigidos por Mavia, al tiempo que se producían saqueos desde Egipto al Éufrates. Así que fueron dos oficiales imperiales, Lupicino y Máximo, los encargados de organizar la acogida de los refugiados en Tracia, añadiendo su granito de arena al caos. Vamos a desentrañar el desastre.
En primer lugar, las autoridades imperiales fueron incapaces de organizar convenientemente el paso del Danubio por las ingentes multitudes humanas de refugiados. Las fuentes mencionan la caótica y anárquica forma de proceder y los espantosos naufragios en un río muy crecido por el deshielo invernal. Además de eso, las fuentes señalan el fracaso de las autoridades romanas al desarmar a los godos y no sólo eso, sino también por no ser capaces de elaborar un simple pero esencial censo de personas. En otras palabras, los romanos estaban dejando pasar a miles de hombres armados, sin tener idea de cuántos eran y que, por su nuevo estatus de sometidos al emperador, tenían que proveer de tierras y alimentos. Si a esto le añadimos la infiltración de bandas guerreras enteras de diversos pueblos, tal y como menciona Zósimo, tenemos además la generalización de los saqueos durante 377 desde “Mesia a Tesalia”.

La situación pintaba realmente negra, ¿no creéis?, pero eso no era todo, porque tenemos que añadir que los oficiales al cargo de todo esto decidieron sacar provecho personal y comenzaron a extorsionar a los refugiados, a los que cobraban cifras desorbitadas por cosas que debían proveerles de forma gratuita o a un coste simbólico. La corrupción se generalizó y se hizo mucho más atrevida y violenta, pues muchos godos campesinos y sus familias eran esclavizados directamente y vendidos a propietarios romanos. La desesperación y la rabia llegaron a tal límite que estallaron de forma violenta. Los godos se organizaban en grupos que saqueaban aldeas y villas, mientras los destacamentos romanos los atacaban y asaltaban. Lupicino trató de sofocar la revuelta tomando como rehenes a Alavivo y Fritigerno en la ciudad de Marcianópolis, pero todo salió mal; pues Fritigerno logró que lo soltaran y se convirtió inmediatamente en el líder de la rebelión. Lupicino demostró además ser un pésimo comandante, ya que fue arrastrado y barrido por Fritigerno en una batalla campal.
Tras la derrota de Marcianópolis, las fuerzas romanas locales se vieron incapaces de controlar no sólo a Fritigerno y su séquito, sino también la propia frontera danubiana. Greutungos, alanos, taifales, carpos, sármatas, esciros y bandas de hunos cruzaron en tropel la frontera; y es que las tropas romanas que debían detenerlos ni siquiera estaban ahí, porque Valente se las había llevado a Siria confiando en que Atanarico contendría a toda esa multitud.
El camino hacia Adrianópolis.
En semejantes circunstancias, no es de extrañar que las insuficientes tropas romanas perdieran el control de los Balcanes y que, como es de esperar, cientos de refugiados godos con sus caudillos correspondientes siguieran cruzando el Danubio. Pero estaríamos en un error si pensáramos solamente en bárbaros, ya que, a estas bandas se unieron también miles de esclavos y gente desesperada de origen romano.

Valente comprendió que debía volver de inmediato a los Balcanes para hacerse cargo de la situación, pero corto de guerreros comprendió que sería sensato pedir ayuda a su sobrino Graciano, augusto de Occidente, quien respondió fielmente enviando tropas en su ayuda. Lo siguiente que hizo Valente fue enviar algunas legiones por delante para controlar la situación de forma preliminar, pero fueron dispersadas por Fritigerno debido a la incompetencia de los comandantes romanos, aumentando todavía más la fama del líder tervingio. El emperador se desesperaba, y ya cerca de Constantinopla, envió por delante a la caballería para contener a los bárbaros, pero tampoco fue suficiente, y las correrías continuaron sin control por Tracia hasta llegar a los mismos arrabales de Constantinopla.
Tan sólo podemos anotar una clara victoria para los romanos en este momento, y es que los greutungos, que se habían dispersado por los Balcanes saqueándolo todo a su paso, se habían coaligado con un gran grupo de jinetes taifales. Su líder, Famovio, trató de lograr la misma fama que había alcanzado Fritigerno derrotando a los romanos, pero las tropas enviadas por Graciano derrotaron a los bárbaros dando muerte a Famovio y capturando a los supervivientes, que fueron deportados a Italia para labrar los campos y servir en el ejército. En esta situación nos encontramos cuando Adrianópolis comenzaba a verse ya en el horizonte.
Bibliografía:
Imagen de cabecera: Recreación de Constantinopla durante la Antigüedad Tardía. Fuente: algargosarte.blogspot.com
Jiménez Garnica, Ana Mª. (2010): Nuevas gentes, nuevo Imperio: los godos y Occidente en el siglo V, Editorial UNED, Madrid.
Sanz Serrano, R. (2009): Historia de los godos, una epopeya histórica de Escandinavia a Toledo, La Esfera de los Libros, Madrid.
Soto Chica, J. (2020): Los visigodos. Hijos de un dios furioso, Desperta Ferro Ediciones, Madrid.