Adrianópolis. El equilibrio de poder entre Roma y los godos.

En esta entrada desgranaremos la batalla de Adrianópolis con fuentes y con apreciaciones acertadas acerca del desarrollo y consecuencias de la batalla. Veremos cómo Valente sucumbió en persona ante la nueva realidad que se gestaba en Europa: la del protagonismo de los bárbaros frente a la hegemonía romana.

Decisiones funestas.

Según hemos ido viendo, los godos tervingios no eran un grupo homogéneo liderado por un jefe claro, sino que eran multitud de pueblos y etnias liderados por un cabecilla que, en ocasiones, ganaba cierto protagonismo. Como podemos ver, Fritigerno fue quien destacó entre los demás dirigentes godos, pero no era el único que se desplazaba y combatía en los Balcanes. Así que nos encontramos ante una caótica contienda en la que participaron numerosos combatientes que no tenían una jefatura clara o suprema. Ese maremágnum de bandas y guerreros jugó a favor de los bárbaros, ya que impedía a los romanos acudir a un único punto a combatir.

Imagen 1. Sólido del augusto Graciano. Fuente: biddr.com

Mientras tanto, Graciano, el augusto occidental, acudía en persona a ayudar a Valente como una especie de salvador victorioso, ya que sus tropas habían derrotado a los alamanes y también habían acabado con una partida de guerra de jinetes alanos en su camino hacia Constantinopla. Valente, por tanto, se mostraba impaciente por poder lograr una victoria decisiva que le permitiera afianzar su poder y su fama respecto a su colega occidental. Es por eso por lo que cuando su comandante Víctor logró significativas victorias sobre algunas bandas de saqueadores godos y otro de sus generales, Sebastiano, logró otras tantas victorias contra unos seguidores de Fritigerno, Valente se convenció a sí mismo de que podía enfrentarse a los tervingios sin ayuda de nadie más, una decisión funesta porque Fritigerno, asustado por los acontecimientos, comenzó a reunir a sus dispersas bandas y a acercarse a los grupos de greutungos que también pululaban por la región dirigidos por Sáfrax y Alateo.

Imagen 2. Sólido del augusto Valente. Fuente: tauleryfau.bidinsidecom

Desoyendo a todos, incluso a sus comandantes y a Graciano, que le pedían encarecidamente que esperara, Valente avanzó a Adrianópolis con un ejército no inferior a 40.000 soldados. La marcha del ejército romano hacia el campamento de Fritigerno se hizo bajo un sol de justicia de principios de agosto, y allí formaron. El godo llevaba varios días tratando de negociar y de retrasar a Valente para que a sus bandas les diera tiempo de regresar y, contra todo lo que cabría esperarse de un emperador capaz, Valente se dejó enredar por Fritigerno.

El emperador tenía dos opciones igualmente válidas: podía atacar de inmediato a Fritigerno y aplastarlo con su superioridad numérica y táctica, o bien fortificar una posición para que sus hombres comieran y descansaran; pero Valente no hizo ni una cosa ni otra, dejando que sus hombres formaran bajo el sol que abrasaba sus cuerpos y haciéndoles padecer de hambre y de sed y dejando también que Fritigerno se fortaleciese cada vez más con cada grupo de guerreros que regresaba.

El inicio y el desarrollo de la batalla.

Valente no pudo retener a sus tropas y estas se lanzaron al ataque hartas de esperar y llenas de miedo y estrés. El ala derecha de la caballería romana protegía el despliegue de la infantería, pero el ala izquierda se había retrasado por la congestión de los caminos llenos de transporte de víveres y aún se encontraba muy por detrás de su lugar en la batalla, haciendo peligrar mucho el flanco izquierdo de la infantería. Pronto la infantería ligera romana y los arqueros fueron rechazados por los godos que resistían tras sus carros dispuestos en círculo sobre la colina, pero eso no tenía por qué ser algo irremediable.

Imagen 3. Ilustración que recrea la batalla de Adrianópolis y que refleja la intensidad y la tensión del momento. Ilustración de Radu Oltean recogida en «Adrianópolis» de Desperta Ferro Ediciones. Fuente: flickr.com

Lo que sí sucedió a continuación sería lo que decantase la batalla, porque coincidió con la llegada de los greutungos de Sáfrax y Alateo a la llamada de Fritigerno. Viendo el flanco izquierdo desprotegido, los greutungos cargaron de manera devastadora contra las legiones, desatando una matanza y un caos increíbles a los que pronto se sumaron las tropas de Fritigerno, abandonando sus posiciones en la colina.

La batalla fue convirtiéndose en un infierno. El calor, el polvo y el humo impedían a los soldados ubicarse bien en el campo de batalla, mientras que los godos tenían muy visible el campamento de carros. Aun con todo, las legiones resistieron de manera hercúlea.

Amiano Marcelino nos cuenta cómo al final los romanos rompieron filas, sucumbiendo al pánico que a tantos ejércitos había derrotado. Los caminos de Adrianópolis se llenaron de miles de hombres que huían y buscaban refugio tras sus murallas. Valente no sobrevivió al enfrentamiento, pues quedó aislado en un refugio aislado que pronto fue rodeado y quemado por los bárbaros, poniendo fin a su historia en este lugar.

El análisis del conflicto.

La caballería germánica desempeñó un indudable papel en la batalla al caer sobre el desprotegido flanco romano, pero no podemos caer en el tópico de pensar que fue esto lo que decantó la batalla, pues muchos de estos jinetes desmontaron y lucharon a pie tras el choque inicial, tal y como era costumbre en los pueblos germánicos. En segundo lugar, la infantería germánica también jugó un papel fundamental al resistir los envites de la infantería ligera romana y de las legiones.

Imagen 4. Reconstrucción del escenario del conflicto de Adrianópolis en fases. Fuente: wikimedia.org.

Pero hay algo que también hay que afirmar, y es que en esta batalla se demostró que las tropas romanas eran más disciplinadas y estaban mejor armadas que las bárbaras, y Amiano Marcelino resalta una y otra vez el valor de los romanos y la férrea determinación al combatir. Pero entonces, si los romanos aguantaron sus posiciones combatiendo durante horas, ¿por qué perdieron? Podemos afirmar que la causa fundamental la hallamos en la mala información y en el liderazgo pésimo que sufrieron. Analicemos por qué.

¿Qué pasó con las cifras? Los exploradores romanos no supieron evaluar correctamente la fuerza enemiga, pues estimaron en “algo más de 10.000 guerreros” las fuerzas de Fritigerno y así se lo hicieron saber a Valente. Pero a la hora de la verdad, en Adrianópolis, a esos 10.000 combatientes se les sumaron los greutungos y otras bandas, por lo que la cifra ascendió a cerca de 35.000 efectivos, triplicando ampliamente las cifras que Valente había barajado. Además, a este error se sumó otro de graves consecuencias, pues los exploradores romanos no supieron ubicar correctamente a las fuerzas enemigas. Valente y sus comandantes estaban seguros de que todos ellos estaban concentrados en el campamento de carros, y en realidad no era así en absoluto, pues muchas de las fuerzas de Fritigerno estaban dispersas por el campo a unas millas de allí y acudieron a la batalla en el momento exacto.

¿Y en cuanto al mando? Valente tomó pésimas decisiones, haciéndolo todo mal. En primer lugar, porque obvió cualquier consejo de índole estratégica que sus comandantes le proporcionaban, poniendo por encima su interés en obtener gloria y fama. Si hubiera esperado a Graciano, el resultado de esta batalla habría sido muy diferente. En segundo lugar, Valente no aprovechó la ventaja inicial de la sorpresa y no desplegó acertadamente a sus tropas para doblegar al enemigo.

Las consecuencias de Adrianópolis.

La batalla que nos ocupa no fue la batalla de un Imperio que era decadente y que estaba condenado a la desaparición, pues la prueba de ello es que el Imperio de oriente resistió durante mil años más. Pero esta batalla sí que marcó el inicio de una nueva fase en la relación entre romanos y bárbaros y, por supuesto, fue el inicio de la génesis de los visigodos.

No olvidemos que la formación de “pueblos” en este período está muy ligada a la aparición de líderes carismáticos y guerreros capaces de lograr triunfos que aportaran prestigio y bienestar a sus huestes. Ese prestigio hacía que el individuo en cuestión comenzara a identificarse con algo nuevo, como partícipe o incluso fundador de una nueva identidad que aglutinaba elementos a menudo muy dispares. Es por ello por lo que no sería Fritigerno quien iniciaría este nuevo caminar del pueblo godo, sino otro personaje que ha pasado a la Historia con gran trascendencia por sus gestas dirigiendo a los visigodos en su migración hacia Occidente, Alarico.

Bibliografía:

Imagen destacada extraída de despertaferro-ediciones.com, concretamente del evento de recreación tardoantigua de Saint-Romain en 2010.

Jiménez Garnica, Ana Mª. (2010): Nuevas gentes, nuevo Imperio: los godos y Occidente en el siglo V, Editorial UNED, Madrid.

Sanz Serrano, R. (2009): Historia de los godos, una epopeya histórica de Escandinavia a Toledo, La Esfera de los Libros, Madrid.

Soto Chica, J. (2020): Los visigodos. Hijos de un dios furioso, Desperta Ferro Ediciones, Madrid.

Allanando el camino hacia Adrianópolis. Las causas del desastre.

La batalla de Adrianópolis supuso un punto de inflexión en las relaciones entre Roma y los godos. Éstos, acosados y desesperados por los hunos que descendían desde las estepas, presionaban cada vez más las fronteras del Danubio, pidiendo asilo para defenderse de las hordas de las estepas. Veremos aquí cómo se desató el desastre antes de la batalla.

Surgen nuevos líderes tervingios.

Hemos visto cómo el pacto de paz entre Valente y Atanarico suponía el empeoramiento de las condiciones pactadas tradicionalmente por godos y romanos, pero, aún así, el emperador comprendía la necesidad de seguir manteniendo en el poder a un godo que ya conocía para que mantuviera sujetas a sus bandas guerreras antes que tener a esas bandas pululando libremente por la frontera.

Imagen 1. Goths crossing a river de Évariste Vital Luminais. Esta representación romántica de la migración goda podría corresponderse con el cruce del Danubio por este pueblo en el siglo IV. Fuente: antareshistoria.com

Atanarico era muy consciente de que su poder había sido menguado y de que su reino estaba prácticamente deshecho para soportar el empuje de los hunos. Entonces, ¿por qué no condujo a su pueblo hacia territorio imperial solicitando el acceso y dejó que Alavivo y Fritigerno le usurpasen la autoridad? Tradicionalmente se ha tenido en cuenta que Atanarico se debía a un juramento realizado a su padre, mediante el cual nunca pisaría territorio romano. Pero esta explicación carece de lógica en cuando Amiano Marcelino nos dice cómo Atanarico y su gente estaban esperando para entrar después de que los jefes tervingios Alavivo y Fritigerno lo hubieran hecho ya. Amiano nos aclara también que existía una prohibición expresa de las autoridades romanas a que pasaran otros godos que no fueran los de los jefes mencionados.

Atanarico se vio privado de su vía de escape, y además había sido incapaz de sujetar a sus seguidores y de salvaguardar las fronteras como se había dispuesto en los tratados. Y por si eso fuera poco, había perseguido a los cristianos hasta el punto de martirizar a San Sabas “El Godo”, cuyo cuerpo fue rescatado por soldados romanos en operaciones de auténticos comandos. Por todo ello, Atanarico consideró mejor retirarse a lo profundo de los bosques y las montañas abriéndose paso entre sármatas y carpos para ver cómo se desarrollaban los acontecimientos.

El colapso de la frontera.

Cuando a Valente le llegaron los informes que mencionaban a miles de refugiados godos intentando cruzar el Danubio e instalarse en el Imperio, tuvo que sopesar si le convenía más tener a miles de colonos que trabajaran la tierra y sirvieran en el ejército y también debilitar a su federado, Atanarico, pues se vería privado de una considerable parte de sus fuerzas que, conducidas por Alavivo y Fritigerno, serían un arma para utilizar contra él. Y esto fue lo que decantó al emperador a acoger a los seguidores de estos caudillos sin ser consciente de que estos no querían desempeñar el papel de servidores sumisos del Imperio.

Imagen 2. Representación de Angus McBride de los godos cruzando el Danubio ante las autoridades romanas, que no supieron dirigir correctamente la masiva afluencia de refugiados. Fuente: Pinterest.com

Desgranando los detalles que nos proporciona Amiano Marcelino, encontramos que los godos de Alavivo y Fritigerno renunciaban a su condición de federados, ya que, al solicitar asilo, entregar las armas y someterse al emperador, adquirían un nuevo estatus. Tenemos que tener presente que, mientras estos hechos se sucedían, nuevos grupos de refugiados se iban sumando a estos dos caudillos, bandas de diverso origen, es decir, no sólo estaban en movimiento los tervingios y los greutungos, sino que otros muchos pueblos los seguían debido al acoso generalizado de los hunos. Y esto supuso el caos.

Valente se encontraba en Siria enfangado en una guerra con los sarracenos dirigidos por Mavia, al tiempo que se producían saqueos desde Egipto al Éufrates. Así que fueron dos oficiales imperiales, Lupicino y Máximo, los encargados de organizar la acogida de los refugiados en Tracia, añadiendo su granito de arena al caos. Vamos a desentrañar el desastre.

En primer lugar, las autoridades imperiales fueron incapaces de organizar convenientemente el paso del Danubio por las ingentes multitudes humanas de refugiados. Las fuentes mencionan la caótica y anárquica forma de proceder y los espantosos naufragios en un río muy crecido por el deshielo invernal. Además de eso, las fuentes señalan el fracaso de las autoridades romanas al desarmar a los godos y no sólo eso, sino también por no ser capaces de elaborar un simple pero esencial censo de personas. En otras palabras, los romanos estaban dejando pasar a miles de hombres armados, sin tener idea de cuántos eran y que, por su nuevo estatus de sometidos al emperador, tenían que proveer de tierras y alimentos. Si a esto le añadimos la infiltración de bandas guerreras enteras de diversos pueblos, tal y como menciona Zósimo, tenemos además la generalización de los saqueos durante 377 desde “Mesia a Tesalia”.

Imagen 3. Esta representación del enfrentamiento de Adrianópolis nos sirve para ilustrar la batalla que tuvo lugar en la ciudad de Marcianópolis entre los romanos de Lupicino y los godos de Fritigerno, el primer desastre de este enfrentamiento que desembocaría definitivamente en Adrianópolis poco después. Fuente: guerrasconhistoria.wordpress.com

La situación pintaba realmente negra, ¿no creéis?, pero eso no era todo, porque tenemos que añadir que los oficiales al cargo de todo esto decidieron sacar provecho personal y comenzaron a extorsionar a los refugiados, a los que cobraban cifras desorbitadas por cosas que debían proveerles de forma gratuita o a un coste simbólico. La corrupción se generalizó y se hizo mucho más atrevida y violenta, pues muchos godos campesinos y sus familias eran esclavizados directamente y vendidos a propietarios romanos. La desesperación y la rabia llegaron a tal límite que estallaron de forma violenta. Los godos se organizaban en grupos que saqueaban aldeas y villas, mientras los destacamentos romanos los atacaban y asaltaban. Lupicino trató de sofocar la revuelta tomando como rehenes a Alavivo y Fritigerno en la ciudad de Marcianópolis, pero todo salió mal; pues Fritigerno logró que lo soltaran y se convirtió inmediatamente en el líder de la rebelión. Lupicino demostró además ser un pésimo comandante, ya que fue arrastrado y barrido por Fritigerno en una batalla campal.

Tras la derrota de Marcianópolis, las fuerzas romanas locales se vieron incapaces de controlar no sólo a Fritigerno y su séquito, sino también la propia frontera danubiana. Greutungos, alanos, taifales, carpos, sármatas, esciros y bandas de hunos cruzaron en tropel la frontera; y es que las tropas romanas que debían detenerlos ni siquiera estaban ahí, porque Valente se las había llevado a Siria confiando en que Atanarico contendría a toda esa multitud.

El camino hacia Adrianópolis.

En semejantes circunstancias, no es de extrañar que las insuficientes tropas romanas perdieran el control de los Balcanes y que, como es de esperar, cientos de refugiados godos con sus caudillos correspondientes siguieran cruzando el Danubio. Pero estaríamos en un error si pensáramos solamente en bárbaros, ya que, a estas bandas se unieron también miles de esclavos y gente desesperada de origen romano.

Imagen 4. Sólido del emperador Valente mostrándose diademado en el anverso y acompañado de la victoria en el reverso. Fuente: monedas-antiguas.blogspot.com

Valente comprendió que debía volver de inmediato a los Balcanes para hacerse cargo de la situación, pero corto de guerreros comprendió que sería sensato pedir ayuda a su sobrino Graciano, augusto de Occidente, quien respondió fielmente enviando tropas en su ayuda. Lo siguiente que hizo Valente fue enviar algunas legiones por delante para controlar la situación de forma preliminar, pero fueron dispersadas por Fritigerno debido a la incompetencia de los comandantes romanos, aumentando todavía más la fama del líder tervingio. El emperador se desesperaba, y ya cerca de Constantinopla, envió por delante a la caballería para contener a los bárbaros, pero tampoco fue suficiente, y las correrías continuaron sin control por Tracia hasta llegar a los mismos arrabales de Constantinopla.

Tan sólo podemos anotar una clara victoria para los romanos en este momento, y es que los greutungos, que se habían dispersado por los Balcanes saqueándolo todo a su paso, se habían coaligado con un gran grupo de jinetes taifales. Su líder, Famovio, trató de lograr la misma fama que había alcanzado Fritigerno derrotando a los romanos, pero las tropas enviadas por Graciano derrotaron a los bárbaros dando muerte a Famovio y capturando a los supervivientes, que fueron deportados a Italia para labrar los campos y servir en el ejército. En esta situación nos encontramos cuando Adrianópolis comenzaba a verse ya en el horizonte.

Bibliografía:

Imagen de cabecera: Recreación de Constantinopla durante la Antigüedad Tardía. Fuente: algargosarte.blogspot.com

Jiménez Garnica, Ana Mª. (2010): Nuevas gentes, nuevo Imperio: los godos y Occidente en el siglo V, Editorial UNED, Madrid.

Sanz Serrano, R. (2009): Historia de los godos, una epopeya histórica de Escandinavia a Toledo, La Esfera de los Libros, Madrid.

Soto Chica, J. (2020): Los visigodos. Hijos de un dios furioso, Desperta Ferro Ediciones, Madrid.

Un cambio en la percepción: De ser bárbaros a iguales.

Hemos estado viendo en entradas anteriores cómo los godos nacieron y se movieron por las tierras de Europa Oriental hasta llegar a las fronteras con Roma. También hemos visto la evolución en sus estructuras sociales y políticas desde que los romanos empezaran a hablar de ellos en el siglo I d.C. para pasar a ser poco a poco otra cosa diferente… ¿Cómo evolucionaron esas bandas de godos para pasar a ser un auténtico agente político reconocido por Roma? Vamos a descubrirlo.

Un sistema basado en relaciones desiguales.

Imagen 1. Jefes y nobles celtas discuten algún tipo de alianza o acción conjunta durante el Alto Imperio romano. Fuente: romaimperial.com.

Desde que Roma estableciese relaciones diplomáticas o militares con los germanos, éstas siempre habían sido fuertemente desiguales. Nunca se toleró que hubiera vecinos fuertes en las fronteras y, de ser así, se organizaban campañas para destruirlo, tal y como hizo Trajano contra los dacios en el siglo II d.C. Pero esto cambió casi por completo un siglo después.

Tal y como sabemos, Roma había logrado rechazar a los godos y a otros pueblos invasores en el siglo III, pero cuando el Imperio firmó un primer foedus con un grupo de godos en el 332 d.C., ya iniciado el siglo IV, no sólo se estaba reconociendo a aquel grupo de godos como un aliado, sino que se le trataba por tanto en igualdad de condiciones y se le reconocía como interlocutor reconocido de cara a tratar con otros pueblos bárbaros. ¿Qué ha pasado aquí?

Todos sabemos lo que supusieron las invasiones del siglo V para el Imperio romano, pero nadie suele detenerse en las del siglo III y en el esfuerzo titánico que Roma hubo de hacer para rechazarlas movilizando ingentes cantidades de hombres y recursos. Entonces, ¿por qué Roma encajó mejor las invasiones del siglo III que las del siglo V? Tal y como comenta José Soto, se trató únicamente de la férrea voluntad de resistir de los romanos del siglo III, mientras que esa voluntad no fue tan firme dos siglos después.

Imagen 2. Asalto bárbaro al limes romano, seguramente en el Danubio, en las invasiones del siglo III. Fuente: arrecaballo.es.

Los bárbaros del siglo III eran igual de fieros y numerosos que los del siglo V; lo que sí es cierto es que su organización no estaba tan afianzada como en momentos posteriores, así como, por paradójico que pueda resultar, su grado de romanización.

Los romanos del siglo III, en cambio, tenían una gran voluntad de resistir, pero, además, el Imperio contó con emperadores tan vivaces y combativos como Claudio II o Aureliano; figuras claves en la lucha contra los invasores. La Roma del siglo III confió mucho más en sí misma y en su capacidad de sobreponerse a los germanos que la Roma del siglo V, mucho más titubeante y dependiente de los propios germanos para su subsistencia, concretamente de los godos.

Como último elemento de génesis de los tervingios tenemos que mencionar que fueron los propios emperadores romanos, sobre todo Constantino, el que estabilizó la situación de anarquía que los bárbaros tenían a través del reconocimiento de jueces y jefes guerreros entre los godos para que éstos sobresalieran en su sociedad y pudieran organizarla de algún modo, logrando así controlar mucho mejor a esos pueblos organizados en grandes núcleos que no en pequeñas bandas guerreras incontrolables y anárquicas como había sido hasta ese momento.

¿Qué ha cambiado tanto?

Imagen 3. Invasiones bárbaras del siglo III d.C. en ambas partes del Imperio. Fuente: arrecaballo.es.

Si nos retrotraemos brevemente, a inicios del siglo III los godos eran habitantes de pequeños asentamientos en régimen de subsistencia, mientras que en el siglo IV nos hallamos con grandes aldeas que, en muchos casos, explotan sus recursos de manera muy avanzada a imagen y semejanza del Imperio. Y no sólo eran asentamientos dedicados al campo, sino que también producían artículos para exportar mientras importaban otros. Ya no estamos ante los pobres godos del Báltico, sino ante sociedades que consumen y producen objetos de gran calidad. La arqueología nos muestra cómo la tierra se trabajaba ya con arados con reja de hierro y cómo se roturaban nuevas tierras; con el incremento de población correspondiente. No sólo eso, sino que, como muestra José Soto, en la actual Ucrania, había una auténtica “factoría” dedicada a la producción de herramientas y armas de hierro; encontrándose allí restos de 15 herrerías agrupadas donde trabajarían al menos 45 artesanos produciendo objetos que se exportaban muy lejos. Y, como en el caso del hierro, también tenemos ejemplos de producción de ánforas, joyas, vidrio y textiles. ¿Y cómo habían cambiado tanto en apenas un siglo?

Pues, como es lógico pensar, a través de las invasiones, ya que lo primero que éstas facilitaron fue el mestizaje tanto bárbaro en el interior de estas sociedades como en el cautiverio de romanos que fueron llevados a sus asentamientos más allá del Danubio. La convivencia de estos cautivos de origen romano junto con los señores godos fomentó que se produjeran estos cambios de manera tan rápida, ya que los conocimientos de estos se emplearon en el campo y en la producción artesanal.

Esa influencia romana se produjo no sólo en lo económico, sino también en lo cultural. Es ahora cuando comienza a extenderse entre los godos el cristianismo romano, siendo el principal promotor del mismo el nieto de unos cautivos romanos apresados en el 257. Hablamos de Ulfilas, que significa “el pequeño lobo” en lengua goda; y que este romano de pura cepa recibiera un nombre godo refleja esa nueva realidad del mestizaje entre sociedades que estamos poniendo en evidencia. Ulfilas, que nació hacia el 311, conocía el latín, el griego y la lengua goda, lo que refleja que los cautivos romanos gozaban de cierta autonomía educativa y cultural a pesar de que sus señores godos seguían siendo paganos.

Imagen 4. Grabado de 1890 que muestra al obispo arriano Ulfilas enseñando la fe y los Evangelios a varios caudillos godos. La importancia de Ulfilas en el devenir político y cultural de los visigodos fue indiscutible. Fuente: wikimedia.org.

La cristianización de Gotia se convirtió en un factor a tener muy en cuenta de cara a las relaciones políticas entre los godos y el Imperio para tener un elemento común de cara a las negociaciones. Así lo interpretaron también los señores godos, pues cuando las relaciones con Roma eran cordiales no estorbaban a los cristianos, pero cuando éstas no eran buenas, perseguían a los cristianos como medida de presión. Así que Ulfilas jugó un papel fundamental al traducir a la lengua goda los Evangelios, y este hecho refleja que había suficientes y potenciales oyentes que leyeran y escucharan sus palabras.

¿Y qué sucede con las transformaciones políticas?

Lo primero que tenemos que tener presente es que, a lo largo del siglo III vemos numerosos ataques de bandas germánicas a territorio romano encabezadas por líderes que van y vienen, es decir, no son gobernantes que dejen un legado o que amplíen alguno existente; simplemente se dedican al pillaje y no tienen relevancia política alguna. En segundo lugar, las fuentes primarias desmienten a Jordanes y a la historiografía tradicional en tanto que ni los tervingios ni los greutungos eran antecesores directos de visigodos y ostrogodos, ni estas eran las dos únicas realidades godas del siglo IV. Para no alargar mucho este hecho con demasiados ejemplos, podemos afirmar que, siguiendo las fuentes, en apenas 20 años nos encontramos con ocho jefes o reyes godos independientes entre sí y que no se sucedieron unos a otros; de hecho, ni siquiera tenían lazos familiares entre ellos. También parece secundar esto la arqueología, ya que entre finales del siglo III e inicios del IV se han hallado media docena de grandes complejos fortificados que parecen haber sido el centro político de otras tantas jefaturas.

Imagen 5. Detalle del sarcófago Ludovisi, donde se muestra probablemente a Claudio II el Gótico o a Galieno en una de sus victorias sobre los germanos en el siglo III. Fuente: pinterest.es.

La realidad política de los tervingios y los greutungos parece haberse gestado a mediados del siglo III en pleno apogeo de los ataques godos al Imperio, y aunque posteriormente se convirtieron en realidades poderosas, no fueron ni uniformes ni tampoco las únicas de las formaciones godas, fueron simplemente las más vistosas formaciones godas para los romanos.

¿Qué papel jugaron entonces los tervingios en el nacimiento de los visigodos? Pues desde luego jugaron un papel importante en su nacimiento, pero desde luego no fue ni el único ni el más decisivo. Podemos ver cómo los godos de Alarico, el primer y auténtico “rey visigodo”, estaban conformados por varios grupos de origen tervingio y también greutungo. Además, había numerosos elementos étnicos de origen alano y huno, taifales y masas de romanos de dispar origen. Nos encontramos, en definitiva, ante una realidad muy alejada de la homogeneidad historiográfica del siglo XIX y de principios del siglo XX, tiempos en que se presentaban las invasiones germánicas como una especie de “inyección racial” visigoda donde unos vigorosos y apuestos germanos renovaron la decadencia romana.

Tendremos que seguir recorriendo unas pocas cuestiones más para comprender bien el nacimiento de los visigodos, ¿Cómo y cuando surgieron los tervingios? ¿Cómo se gestó entre ellos una dinastía real? ¿Qué relación tenían con los visigodos de Alarico?

Bibliografía:

Imagen de cabecera: Vista del castillo Devin, en Eslovaquia, en el limes danubiano.

Jiménez Garnica, Ana Mª. (2010): Nuevas gentes, nuevo Imperio: los godos y Occidente en el siglo V, Editorial UNED, Madrid.

Sanz Serrano, R. (2009): Historia de los godos, una epopeya histórica de Escandinavia a Toledo, La Esfera de los Libros, Madrid.

Soto Chica, J. (2020): Los visigodos. Hijos de un dios furioso, Desperta Ferro Ediciones, Madrid.