En la entrada anterior pudimos comprobar cómo la ciudad fue un centro de exportación de artes y oficios, bien fuera en modo de artesanos o de servicios más especializados también en este período que nos ocupa. Hoy haremos mención al último aspecto en el que la ciudad era fundamental para el desarrollo económico del territorio; un aspecto en el cual Hispania siguió estando en la órbita mediterránea. Hoy hablamos del comercio, ¡Bienvenidos a Hispania!
Las circunstancias y el comercio marítimo.
Es un hecho innegable que la caída del Imperio supuso un declive muy importante –en algunos casos la desaparición–, de muchas rutas comerciales que habían estado activas bajo el auspicio del gobierno romano. A partir del siglo V, la estructura comercial unitaria del Imperio desaparece y con ella la seguridad que las fuerzas romanas podían procurar a las vías de intercambio para limpiarlas de bandidos y piratas. A partir de este momento serán los distintos reinos germánicos los encargados de mantener en mayor o menor medida la seguridad y la estabilidad de estas rutas.
Imagen 1. Operarios portuarios proceden a pesar y calibrar metales. Mosaico de Sousse, Túnez. Fuente: nationalgeographic.com
En Hispania en general, el comercio quedó en manos privadas aunque los monarcas visigodos intentaron siempre protegerlo y potenciarlo. En este ámbito, se mantuvo la figura de los navicularii, comerciantes de muy distintas procedencias –aunque en época romana fueron principalmente sirios y orientales–, también llamados mercatores y que gozaban de la protección de los distintos Estados para así llevar a cabo actividades comerciales en los puertos del Mediterráneo. También los judíos desempeñaron un importante papel en el comercio, comunidades que tuvieron una gran representación como en Sevilla, Málaga, Córdoba, Cádiz, Elche, Cartagena y en la isla de Menorca.
Con la conquista romana de lo que ellos denominaron Spania, puertos como el de Cartagena recobraron una especial vitalidad al convertirse de nuevo en punto de destino de mercancías, hombres e ideas –un concepto muy importante y que a menudo suele obviarse–, provenientes de todo el Oriente mediterráneo. Comerciantes estos que, lejos de quedarse en los puertos, también los tenemos presentes en el interior, tal es así el caso que encontramos en las Vidas de los Santos Padres Emeritenses, donde se narra que el obispo de Mérida, Paulo, reconoció a su sobrino Fidel entre los comerciantes que venían de Oriente.
Imagen 2. Navegantes romanos maniobran en el mar embravecido. Relieve procedente de un sarcófago fechado de los siglos I al III. Gliptoteca Carlsberg, Copenhague. Fuente: nationalgeographic.com
Fue gracias a estos navicularios, que la delegación encabezada por Leandro de Sevilla y Juan de Biclaro llegó a Constantinopla y, a la inversa, personajes como Martín de Dumio arribaron a Hispania. Otro ejemplo muy representativo lo encontramos en la notificación de su conversión al catolicismo que Recaredo envió al Papa Gregorio, en la que le decía que lamentaba que los abades que le había enviado con regalos hubieran naufragado en las costas de Marsella; sucedido lo cual aprovechó una visita del mismo Papa a Málaga para hacerle entrega de un cáliz de oro incrustado de piedras preciosas. Estos y otros ejemplos nos dan buena cuenta de la vitalidad y la frecuencia con que las costas hispanas eran navegadas por estos navicularios acarreando todo tipo de mercancías y personas.
El comercio de interior.
Imagen 3. Mapa de las calzadas romanas de la Península Ibérica, la verdadera arteria de comunicación de Hispania con el resto de Europa. Fuente: pinterest.com
Las vías heredadas de época romana fueron un objetivo fundamental en la política conservacionista de la monarquía goda, ya que estos caminos unieron durante siglos a comunidades del interior además de comunicar a las ciudades con los puertos marítimos y fluviales, estos últimos también muy frecuentados y además regulados legalmente. Si bien la Península carece de grandes ríos como en el resto del continente europeo, bien es cierto que por ejemplo el Guadalquivir era navegable hasta Linares (Jaén), el Ebro lo era hasta Calahorra (La Rioja), el Guadiana lo era hasta Mérida, e igualmente el Tajo era navegable en un recorrido importante.
Si bien sabemos que los reyes intentaron mantener las vías en buen estado, ya que por ahí no sólo transitaban las mercancías sino también los soldados, no siempre consiguieron que los particulares se mantuvieran al margen de utilizarlas en su beneficio. Se trasluce a menudo en los concilios que las vías estaban en mal estado, que eran impracticables sobre todo en invierno, y que a menudo solían estar infestadas de ladrones y bandidos.
Podemos agrupar las vías principales en las siguientes:
- La vía de la Plata, que comunicaba la Bética con el noroeste pasando por Mérida y Badajoz hasta Astorga.
- La vía Augústea o Hercúlea, que ha quedado fosilizada en lo que conocemos como “autovía del Mediterráneo”, unía la Bética con todo el Levante y Cataluña, prolongándose a Narbona y a otras ciudades aquitanas.
- La vía del Oro, que enlazaba Astorga con Burdeos por el interior unía León, Palencia y Burgos para pasar a Pamplona, Vitoria e Irún de camino a Burdeos.
El mantenimiento de las vías correspondía en cambio a los propietarios particulares, que para ello solían obligar a los siervos a trabajar gratuitamente para su reparación.
¿Qué vendía Hispania?
Esta recurrente pregunta, que podríamos responder con “un poco de todo”, nos obliga a categorizar un poco más para clarificar la cuestión, y es que si en algo estaba especializado el reino de Hispania era principalmente en productos agrícolas. Antiguamente sí podía exportar minerales y metales preciosos, pero en estos momentos las canteras y minas estaban ya prácticamente en desuso en toda la Península hablando siempre de exportación a gran escala.
Imagen 4. Reconstrucción de cómo irían colocadas las ánforas romanas en un viaje en barco. Estas, por su tipología, contendrían vino. Fuente: revistadehistoria.es
Si atendemos la descripción de Pomponio Mela, había productos muy valorados que se exportaban, como por ejemplo el esparto y los textiles, el garum, el vino y el aceite y el utillaje para barcos (en Rosa Sanz, 2009, p.470). El poeta Ausonio se centraba sobre todo en la exquisitez del garum producido en Barcelona y que el pueblo conocía como “salmuera”; e Isidoro nos distingue varias clases de zumo de uva, no sólo el vino, sino también el mosto y el vino rosado, que seguramente se comercializaran a nivel provincial al menos. Finalmente y dadas estas fechas, también sabemos que el jamón era un producto genuinamente ibérico muy apreciado en el Mediterráneo, junto al vino y el aceite como ya dijimos.
Una producción de productos del campo que, evidentemente, tendrían sus centros de producción en las villas y en las aldeas, tal y como ya hemos desgranado en una entrada anterior.
Imagen 4. La importancia del comercio queda atestiguada por esta fantástica foto del monte Testaccio (Roma), una colina artificial creada exclusivamente con ánforas olearias, muchas de las cuales procedían de la Bética. Fuente: toletum-network.com
El autoabastecimiento.
Un hecho fundamental es que las villas funcionarían como pequeños centros mercantiles a nivel local y regional, dada la producción en estos lugares de los productos más demandados y necesarios. No sólo por producir jamón, vino o aceite por poner un ejemplo, sino que en las villas habría artesanos, carpinteros y herreros que fabricarían toda una serie de utillajes necesarios para el día a día del campo y que ofrecerían a los demandantes más próximos. Este hecho lo tenemos atestiguado en villas como la de Veranes (Gijón), El Romeral (Albesa) o en Malena (Zaragoza), donde se han hallado hornos de cocción de cerámicas –aunque ésta concretamente sería una infraestructura más generalizada–, aperos de labranza y estructuras para trabajar el metal y fabricar utillaje. Un comercio regional que abastecería al territorio más inmediato, siendo éste conformado no sólo por aldeas sino por pueblos, castros, castillos y otros centros fortificados de capacidad productiva más reducida.
Imagen 5. Ilustrativa recreación de una villa romana en la cotidianidad con todos los espacios diferenciados y denominados. No es de extrañar que estos centros productores fueran también centros mercantiles de cara a su entorno más inmediato. Fuente: museocaldoval.gal
Con el cambio de mentalidad y de ideología, muchas de estas villas cambiaron su fisionomía para convertirse en monasterios, otras frenaron su producción comercial, y otras la mantuvieron; un hecho este, el de los monasterios, que también habría que analizar aparte, pues en ellos está atestiguada la producción de vino y aceite además del mantenimiento y crianza de rebaños; productos básicos y manufacturados que podrían intercambiar para así obtener objetos litúrgicos, por ejemplo. Sea como fuere, sabemos por la Edad Media, que esta actividad de monasterios y cenobios les acabó por resultar muy rentable económica, legal y territorialmente.
Bibliografía:
SANZ SERRANO, R: Historia de los godos. Una epopeya histórica de Escandinavia a Toledo, Madrid, 2009.
THOMPSON, E.A.: Los godos en España, Madrid, 2014.