La decadencia del Imperio de Occidente

En entradas anteriores hemos realizado un recorrido por todo el Barbaricum de más allá de las fronteras imperiales, hemos conocido a los pueblos que lo componían y los motivos que los llevaron a ser tan osados con sus vecinos mediterráneos. Hemos visto cómo el Estado romano integraba a los jóvenes bárbaros en las filas de las legiones para así aculturarlos a la manera romana y esperar con ello que esos jóvenes sirviesen de defensa previa contra los bárbaros de más allá del limes. Hoy vamos a trasladarnos al siglo III para conocer los problemas que, de forma creciente, pusieron en jaque a los sucesivos emperadores occidentales.

El comienzo de la decadencia de la hegemonía romana.

Podemos situar el punto de partida a mediados de este siglo, ya que en el año 251 d.C. el emperador Trajano Decio murió en la batalla de Abrittus contra una confederación de pueblos germánicos. La magnitud de esta muerte sienta una base para los peligros que están por venir para el Imperio, ya que los bárbaros habían dejado de ser una amenaza que combatir en escaramuzas. Ahora se habían llevado por delante la vida de un emperador. Tan sólo diez años después el emperador Valeriano era sometido a la esclavitud luchando en el frente oriental contra los persas.

Imagen 1. Áureo del emperador Trajano Decio, muerto en la batalla de Abrito en 251 d.C. a manos de los godos de Cniva. Fuente: aureocalico.bidinside.com

En este caos es cuando tenemos noticias de posibles godos atacando las provincias danubianas bajo la denominación de gépidos. Esto podemos saberlo porque siglos más tarde San Isidoro menciona que fue en aquel momento cuando los godos descendieron de los montes que habitaban y devastaron las provincias llegando incluso hasta el Peloponeso griego e incluso a Bizancio en el año 258. Zósimo nos relata el peligro de estos tiempos, incluso los peligros que los bárbaros suponían para Roma:

Los escitas se aunaron en un propósito común y congregaron todos sus pueblos y linajes en un solo cuerpo, una fracción del cual devastaba Iliria y saqueaba las ciudades de aquella zona, mientras que la otra, tras invadir Italia, marchaba sobre Roma. En tanto que Galieno se hacía fuerte en los lugares de más allá de los Alpes y se ocupaba de guerrear contra los germanos, el Senado, viendo que Roma se hallaba en situación extrema, armó a los soldados que se encontraban en la ciudad, entregó igualmente armas a los más fuertes de entre la plebe y reunió un ejército que superaba en número a los bárbaros; atemorizadas ante ello, las fuerzas enemigas abandonaron Roma, pero se lanzaron sobre Italia, a la que castigaron prácticamente en su totalidad.

Los godos continuaron sus acciones conjuntas con los escitas en el Mar Negro, obligando al emperador Claudio II apodado “El Gótico” por sus victorias sobre aquellos, a reorganizar las defensas. A esta situación de peligro en Oriente se sumó la llegada de los germanos al extremo occidental del Imperio, pues grupos principalmente de francos y alamanes llegaron hasta la Península Ibérica. Orosio (en Rosa Sanz, pp. 97-98) denuncia la extrema violencia de estos grupos en regiones como Tarragona, y aunque si bien sus textos se han tildado de apocalípticos y catastrofistas, no hay que darlos por malos. La única suerte de los habitantes del Imperio era la incapacidad por aquel entonces de los godos y otros pueblos de no saber organizarse políticamente ya que el número de integrantes de esos grupos era muy reducido y el control que podían ejercer sobre ciudades y regiones era nulo.

La fortificación de las ciudades del Imperio.

Hasta tal punto este terror caló en la mentalidad romana que Roma fue fortificada con una nueva muralla construida por el emperador Aureliano entre 270 y 275, mientras que sus sucesores, Galieno y Probo, se vieron obligados a tratar con los grupos que merodeaban por las provincias integrándolos en el Imperio mediante la estructura de foeda o contratos de servicio militar a cambio de tierras. A estos grupos se los distribuyó por las provincias del limes, que sin dejar de sufrir el continuo devenir de las incursiones, ya estaban prácticamente barbarizadas.

Imagen 2. Plano de Roma. En oscuro tenemos el recinto protegido por las murallas servianas, del siglo IV a.C., las primeras murallas de Roma, y del recinto protegido por las murallas aurelianas, realizadas a finales del siglo III d.C. ante la amenaza bárbara. Los siglos III y IV d.C. fueron un momento de auge de la fortificación de los municipios romanos de todo el Imperio ante la amenaza cada vez más frecuente de ataques bárbaros. Fuente: wikimedia.org

Los acontecimientos que hemos descrito para el siglo III nos dan la impresión de que los bárbaros conocían lo que se gestaba más allá de su particular limes con los romanos. Ataques en los extremos de las fronteras siendo además aparentemente coordinados nos dan la impresión de ello. Además deberían conocer todas las guerras civiles que sacudían también las estructuras imperiales, conocían el escaso valor militar de las legiones en aquel período y la incapacidad del Estado para pagar a sus mercenarios tras décadas de guerras civiles. El culmen de ese descontento puede comprobarse en que algunas de las provincias brindaban su ayuda a estos bárbaros para intentar sacudirse de esa desesperada situación.

El traslado de la capital imperial a Constantinopla en tiempos de Constantino, pensando que así estaría mucho más protegido, provocó la mayoría de sucesos que tendrán lugar en el siglo IV. Los emperadores se aislaron progresivamente en sus cortes rodeados de eunucos y asesores que realmente dirigían los designios del Imperio. Poco a poco la visión del emperador-general que dirigía a las legiones fue desapareciendo y en su lugar apareció el emperador recluido en la Corte y protegido por un costoso aparato simbólico representado en las monedas y el arte. En un momento dado el obispo Sinesio de Cirene, al tiempo que se lamentaba de los problemas militares, incluso instaba al emperador Arcadio a mantener una mayor humildad de costumbres y de vida; no obstante la monarquía estaba ya muy lejos del Senado o del ejército, se había vuelto incontrolable y ello suponía que se encontraba cuestionada por muchos frentes: El Senado quedó como una institución honorífica, los decisiones las tomaba el consejo imperial o sacrum consistorium, concretamente al maestro de oficios que compartía el poder con el responsable de la justicia y el responsable del tesoro imperial. Ahora una burocracia interminable, despreocupada y anquilosada, miraba con indiferencia los problemas militares de las fronteras.

Las provincias gozaron entonces de mayor autonomía y al mando de los gobernadores provinciales se agruparon en diócesis al frente de cada cual se encontraba un vicario. Estas diócesis dependían en último término del general de caballería, el de infantería y éstos a su vez del magister militum praesentalis o general de los ejércitos; que a estas alturas era ya de procedencia bárbara. Esta organización tan autónoma respecto de la autoridad imperial provocó que no siempre los gobernadores locales o provinciales estuvieran de acuerdo con los designios de los generales; y fue la causa de numerosos movimientos rebeldes y secesionistas en el siglo IV con los bárbaros como indiscutibles protagonistas.

Bibliografía:

SANZ SERRANO, R: Historia de los godos. Una epopeya histórica de Escandinavia a Toledo, Madrid, 2009.

FERNÁNDEZ DELGADO, A.: “La caída de Roma” en Desperta Ferro, 1, pp. 6-9.

La aparición de los godos en la sociedad y el ejército romano.

Hemos visto en la entrada anterior cómo los bárbaros y entre ellos los godos fueron vistos desde la óptica romana de orden y civilización. También hemos recorrido los orígenes que las culturas mediterráneas daban a esos extranjeros, muchas veces no más allá de cuentos o historias mitológicas, pero siempre colocando una clara barrera entre ellos y los de más allá, inaugurando el concepto de frontera o limes que veníamos explicando también en la entrada anterior, teniendo su reflejo material más relevante en el muro de Hadriano. Sigue leyendo La aparición de los godos en la sociedad y el ejército romano.

Bárbaros en las fronteras. La visión romana acerca del extranjero y su choque cultural con Roma

En la anterior entrada pudimos observar cómo las gentes entendidas como grupos familiares más o menos extensos eran originarios, según los romanos, de lugares lejanos, inhóspitos y muchas veces fantásticos, como los hiperbóreos; que eran originarios de un lugar donde nunca salía el sol. Poco a poco esas gentes fueron migrando hacia el Sur y hacia el Oeste, en dirección a las fronteras del Imperio y empujadas por diversas razones como hambrunas, pestes, guerra o la búsqueda de territorios más favorables para el cultivo y el asentamiento humano. El Imperio era el remedio perfecto a todas esas contingencias. Poco a poco lograrán permeabilizar el mítico limes o frontera del Imperio, un concepto muy importante para la población romana y acabarán como federados e integrantes de los ejércitos imperiales; un atributo característico de la Roma bajoimperial. Sigue leyendo Bárbaros en las fronteras. La visión romana acerca del extranjero y su choque cultural con Roma

Romana Insolentia, el nacimiento de un blog visigodo.

Con estas dos palabras calificaba San Isidoro de Sevilla a finales del siglo VI la actuación del emperador bizantino Mauricio en Hispania al respecto de la conversión de Recaredo I al credo católico-niceno en el año 589 en el III Concilio de Toledo. Dos palabras, puramente hispanas y visigodas, para calificar al enemigo, al extranjero, cuya presencia en Hispania en cambio estaba reconocida por la monarquía goda desde tiempos del rey Atanagildo, abuelo de Recaredo. Con el calificativo de «Romana insolentia» se refería San Isidoro a lo revoltosos que se habían vuelto los bizantinos en el Levante peninsular, lo que hoy comprendería Murcia, parte de Valencia y Almería aprovechando la inestabilidad generada en el seno del reino visigodo a raíz de la conversión del rey Recaredo y su corte a un credo predominante ya en toda la Cristiandad y con el que con tanto ahínco se había enfrentado su padre Leovigildo poco tiempo antes hasta el punto de perseguir a su primogénito y darle captura.

Mucho de lo dicho arriba podremos descubrirlo juntos en sucesivas entregas, sorprendiéndonos de todo lo que da de sí la historia y las anécdotas visigodas. No sólo aprenderemos aspectos del pequeño lapso histórico que supuso el reino visigodo, sino que no sumergeremos en otros aspectos históricos, arqueológicos, artísticos y geográficos que han configurado el mundo tal y como lo conocemos, siempre desde un punto de vista muy didáctico y accesible.

Que Hispania sea un territorio de encuentro para todos, ¡visigodos y visigodas!

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Imagen 1. Idealización de la conversión del rey visigodo Recaredo al catolicismo, Antonio Muñoz Degrain. Museo del Prado.

Imagen de cabecera: Legisladores de época visigoda, cuadro de don Carlos Rivera, Congreso de los Diputados.