Esta entrada supone el inicio de una trilogía de artículos que irán encaminados a divulgar el pasado romano republicano, imperial y tardorromano y finalmente tardoantiguo de la ciudad de Granada (España). Espero que os guste, he rescatado este trabajo de la universidad y creo que es una gran idea desempolvarlo con vosotros 🙂 ¡Bienvenidos a Hispania!
Granada en el período ibero-romano (Siglos III-I a.C.)
En el año 218 a.C. comenzaba la ocupación romana de la Península Ibérica en el contexto de la Segunda Guerra Púnica (218-202 a.C.). Esta guerra sobrevino por la violación del tratado de Mastia del 348 a.C., mediante el cual Roma y Cartago se repartían de alguna manera la Península, estableciendo en la actual Murcia la línea más septentrional del territorio que quedaba bajo la influencia cartaginesa. Posteriormente en dos tratados firmados en 279 a.C. y 241 a.C. se establecía que Cartago respetaría a las ciudades ibéricas aliadas con Roma así como Roma respetaría a las aliadas de Cartago. A partir del 237 a.C. los cartagineses comenzaron a dominar y someter la Península y a sus gentes, de buen grado o de malo, pues son continuas las referencias a sublevaciones entre los iberos contra los cartagineses. Sea como fuere, el sur peninsular con ciudades tan importantes como Gadir o Cartago Nova servía de importante fuente de abastecimiento a Cartago mediante todo tipo de recursos, especialmente metalíferos para pagar a los mercenarios.

Este avance imparable llevará a que finalmente Aníbal conquiste Sagunto, aliada de Roma, en el 219 a.C. así como a atravesar el Ebro en 218 a.C. La ruptura del tratado del Ebro llevó finalmente a que ambas potencias se volviesen a enfrentar. La marcha de Aníbal por tierra hacia Roma se vio contrastada con el envío por parte de Roma de un ejército conformado por unos 25.000 hombres al mando de Cneo Cornelio Escipión a Ampurias. El avance romano hacia el sur fue muy satisfactorio e incluso logrando la derrota de los hermanos de Aníbal en la batalla de Cesse, lo que después sería Tarraco. La toma de Sagunto y la liberación de los rehenes terminaron por fortalecer la posición de Roma en la Península, si bien la derrota de Osuna ralentizó ese avance.
La llegada de Publio Cornelio Escipión (hijo) a la Península en 210 a.C. terminó por decantar la balanza a favor de Roma. Conquistó Cartago Nova en 209 y Gadir en 206, terminando con los dos polos principales en la Península. Finalmente, en la batalla de Zama (202 a.C.), la Segunda Guerra Púnica terminó con la derrota de Aníbal por este mismo general y con la rendición de Cartago un año después. A partir de este momento los territorios peninsulares quedaban en mayor o menor medida bajo la órbita de la República romana, estableciéndose en el año 197 a.C. la primera división provincial.
Este primer momento podríamos definirlo como de convivencia entre lo indígena y lo romano, pues no estaba prevista la conquista fáctica de estos territorios sino que la ocupación había devenido de forma casual para combatir a los cartagineses. Siendo así el período comprendido desde el siglo III a.C. hasta que Augusto terminase de conquistar la Península en el I a.C. podríamos denominarlo como período “ibero-romano”, en el cual los elementos indígenas proliferan y siguen utilizándose aún bajo la dominación nominal romana, si bien poco a poco la latinización irá calando cada vez más. Así pues hasta prácticamente el siglo I a.C., los oppida ibéricos seguirán emitiendo moneda en caracteres ibéricos aunque ya dentro del ponderal romano y lo mismo pasará con los órganos de gobierno, pues las élites indígenas seguirán rigiendo sus poblados como hasta ahora. Será en el siglo II a.C. cuando Roma comience a ocupar de forma efectiva los territorios, sobre todo en base a la riqueza mineral de los mismos.

Se atribuye a T. Sempronio Graco la conquista de la Bastetania, donde lógicamente se encontraba Iliberri entre 180 y 179 a.C. La Tercera Guerra Púnica y la destrucción de Cartago en 146 a.C. permitieron que todo el Mediterráneo occidental quedase en manos romanas, facilitando sobremanera los contactos entre Italia y la Península, aunque esta siguió protagonizando importantes enfrentamientos en la órbita de la República, como la rebelión de Viriato en 149 a.C. así como las guerras celtibéricas con la conquista de Numancia en 133 a.C. y finalmente con las guerras sertorianas que tuvieron fin en el 71 a.C. Habían pasado ya más de 100 años desde que la Península entrara dentro de la órbita romana y ahora ésta estaba en el punto de mira de Cneo Pompeyo durante su primer consulado. Éste mantuvo una relación muy estrecha con los territorios hispanos e invirtió grandes cantidades de tiempo y esfuerzo en urbanizarlos y en vertebrarlos dentro de la órbita territorial romana. Es a partir de este momento en que se da por finalizada la cultura ibérica como tal y es ahora cuando ya se implantan los modelos de gobierno aplicados en Italia a Hispania así como el momento en que se cortan las amonedaciones típicamente ibéricas por las romanas tanto en caracteres como en simbología, tal fue el caso de las amonedaciones de Iliberri.
El interés que suscitó el territorio de este oppidum para Roma podría venir de manos de un control estratégico del territorio desde la costa hacia el interior dada la cercanía de la vía Heraclea, que después sería la vía Augusta. También son conocidas las referencias de Gómez-Moreno acerca de los depósitos de oro de la Hoya de la Campana del cerro del Sol. No obstante parece más plausible la riqueza agrícola del territorio la que determinó el interés de Roma por esta zona, tal y como atestiguarán las numerosas villae de época imperial.

Desde este punto de vista económico no pueden perderse de vista las amonedaciones de Iliberri. Las primeras datan del siglo II a.C. y se caracterizan por tener los caracteres en alfabeto ibérico, leyenda que se ha traducido como i.l.du./ri./r, el topónimo del oppidum (ORFILA PONS, 2011). Estas emisiones reflejan la identidad de la comunidad ibérica que residía en la colina del Albaicín y que la mostraba ante otras comunidades ibéricas y ante Roma, que al fin y al cabo era la recaudadora, por lo que estas acuñaciones responden sobre todo a un tema de prestigio, ya que, además, no fueron emisiones continuadas y masivas permaneciendo largo tiempo en circulación. Según Chaves, estas monedas se acuñarían en momentos de necesidad concretos, sobre todo las de plata, destinadas al pago de las tropas (CHAVES TRISTÁN, 1994).
En el siglo I a.C. estas monedas perderán sus caracteres indígenas para incluir ya la traducción al latín de los mismos. Este cambio sustancial significa no sólo una imposición administrativa sino e imparable avance del latín como lengua vehicular en los territorios bajo el dominio romano así como el éxito de la llamada romanización entre sus habitantes, tal sería el caso de los de Iliberri. Las monedas que encarnan esta nueva acuñación son las siete encontradas en la placeta de San José, en un contexto que no aporta una datación cronológica fiable pero que no por ello pone en duda la autenticidad de las piezas. Se caracterizan por presentar una cabeza viril mirando hacia la derecha con un casco redondo mientras que en el reverso está representada una triqueta formada por tres piernas flexionadas en posición estrellada con un rostro humano representado en el centro, pudiéndose leer entre las piernas la leyenda FLORENTIA (ORFILA, 2011). Esta conclusión cronológica viene de manos de la categoría de municipio otorgada a Iliberri en época de César como Municipium Florentinum Iliberritanum así como al peso de las monedas en comparación con otras emisiones hispanas del mismo período.
Siendo así, debemos plantear una ciudad romana heredera del trazado urbano preexistente, en este caso un oppidum ubicado en una colina, con lo cual toda la ciudad deberá adaptarse a la topografía del terreno y a la estructura urbana anterior. Por otra parte Iliberri se encuentra aislada del mar o de grandes vías fluviales, con los inconvenientes que ello representa para el mundo antiguo. Esto, unido a lo que se había mencionado acerca de esa coexistencia de la cultura material romana republicana e indígena, da respuesta a que en los contextos más tempranos del Albaicín, concretamente en lo que denominamos ibero-romano, los materiales y las estructuras estén mezcladas y en los mismos contextos estratigráficos; ya que, seguramente, en un primer momento de ocupación las élites indígenas harían suyas las formas romanas y su cultura material además de mantener en uso las suyas propias.

Ejemplos arqueológicos de esta cuestión es por ejemplo la excavación llevada a cabo en la calle Cruz de Quirós nº 8, en la cual se hallaron restos murarios de una habitación de época ibérica con niveles de ocupación de época romana (ORFILA, 2011). Este hallazgo reveló que la ladera Oeste del Albaicín ya estuvo ocupada en época ibérica y después en época republicana por una domus. O el caso de la excavación en la calle María la Miel nº 11 donde se recuperó cerámica ibérica y romana mezclada así como material de construcción romano. Finalmente la excavación sistemática del Carmen de la Muralla de los años 1983-84 permitió la recuperación de copas-lucernas de cerámica ibérica que se conocen como de “barniz negro” y que tuvieron su auge entre los siglos III y I a.C. Además se recuperó vajilla de barniz negro de producción itálica “campaniense A” y “campaniense B” y aretina también con barniz negro. Todos estos materiales nos sitúan sin problemas entre los siglos II y I a.C. (ORFILA, 2011).
Otro elemento muy relevante del urbanismo y que no tenemos que perder de vista es la presencia de la muralla ibérica que rodearía el oppidum y que sirvió también como cinturón a la ciudad romano-republicana. Esta muralla está datada en la misma excavación del Carmen de la Muralla así como en el solar de la actual mezquita en San Nicolás y junto al Callejón de las Tomasas, si bien este último tramo estuvo amortizado ya como cimentación de una serie de muros de carga de esta época, con lo cual cabe pensar que en el siglo II-I a.C., la ciudad ibero-romana traspasó la muralla por este punto para ocupar la ladera SE del Albaicín en dirección al río Darro. Esta muralla primitiva rodearía toda la amesetación natural de la colina que configuraría el primer asentamiento ibérico. Siendo así, la muralla transcurriría por el Este por la plaza de San Nicolás, por el Norte iría por el Carmen de la Muralla tal y como se ha constatado y que iría a parar al Callejón del Gallo por el Oeste. Enlazaría con el Sur en la calle Álamo del Marqués. Los restos hallados en la placeta de San José indicarían el límite Suroeste de la ciudad. La línea Sur de la muralla es sinuosa en este punto a raíz de los escasos restos y seguiría la forma de la colina aunque bien podría iniciarse en la placeta de Cruz Verde siguiendo por la calle Aljibe del Trillo enlazando con los restos de María la Miel y la esquina del Camino Nuevo de San Nicolás.
Es difícil rastrear las manifestaciones funerarias de época ibero-romana para Granada. Conocemos las necrópolis ibéricas como la del Mirador de Rolando que contuvo enterramientos de época republicana y siguiendo el rito de la incineración, como era costumbre entre los iberos. También están los restos recuperados en la confluencia de la calle San Antón con Alhamar en 1977 y que ofrecían una cronología aproximada del 150-100 a.C. Esto nos permite interpretar esta zona como un área cementerial en época republicana (ORFILA, 2011).
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