La batalla que no sucedió en Guadalete.

Hoy comentamos en el blog las últimas novedades referidas a la investigación sobre la batalla de Guadalete, la más famosa y funesta de las batallas de los visigodos de Toledo —y la última a gran escala—, ya que su desenlace determinó la suerte del reino visigodo de Hispania. José Soto, en su obra “Imperios y Bárbaros. La guerra en la Edad Oscura”, reeditada próximamente por quinta vez por Desperta Ferro Ediciones; expone las conclusiones de las investigaciones en las que ha participado para arrojar luz sobre esta batalla tan oscurecida y mitificada por la Historia de nuestro país en un capítulo que nos ha encantado y que no deja a nadie indiferente. ¿Queréis descubrirlo? ¡Bienvenidos a Hispania!

La batalla de Guadalete o de los Montes Transductinos.

José Soto expone en este primer apartado del capítulo cómo la historiografía española se empeñó en desligar la batalla del lugar donde se produjo. Todos hemos estudiado la batalla de Guadalete acontecida en ese mismo lugar, en el río Guadalete, en Cádiz. Pero lo cierto, es que las propias fuentes primarias contradicen la hipótesis que durante largo tiempo defendió el gran historiador Claudio Sánchez-Albornoz, ubicando la batalla en el río Guadalete hasta el punto de calar en nuestros libros y en nuestra memoria colectiva desatendiendo a la principal fuente que arroja luz sobre esta batalla que es la Crónica Mozárabe de 754, una fuente que, no olvidemos, es contemporánea a los hechos al escribirse solamente 43 años después.

Esta fuente dice claramente lo siguiente: “Se fue (el rey) a las montañas transductinas para luchar contra ellos (los musulmanes), y cayó en esta batalla al fugarse todo el ejército godo que, por rivalidad y dolosamente, había ido con él sólo por la ambición del reino” (Soto Chica, 2023). Analicemos esta cuestión.

Tal y como nos dice el autor, “Transducta” es la forma tardía de la actual Algeciras que, en época antigua era Iulia Traducta, tal y como queda acreditado en el Anónimo de Rávena escrito hacia el 670, donde se menciona a Algeciras como Traducta y Transducta, la forma habitual de denominarla a finales del siglo VII y principios del VIII.

Como decíamos, Sánchez-Albornoz se empeñó en llevarse la batalla al río Guadalete pero, más recientemente, autores como Gozalbes Cravioto y Beneroso Santos ubicaron los montes transductinos en el peñón de Gibraltar, algo improbable ya que el propio autor de la Crónica Mozárabe habla de Gibraltar como las “Columnas Herculis” y, del mismo modo, si el autor se refiriera a Gibraltar en singular hubiera utilizado el topónimo promontorio Transductino y no Transductini Promonturiis, esto es, en plural. De este modo, la toponimia parece indicarnos la ubicación de estos promontorios transductinos en las actuales sierras del Cabrito, del Algarrobo, de Ojén, de Algeciras, Saladavieja, Torrejosa, del Bugeo, Sierra Luna, del Niño, Blanquilla, Montecoche, Sierra Arca y Sierra Carbonera; sierras que hay que atravesar para llegar a Algeciras.

Figura 1. Vista del campo de batalla desde la posición visigoda según las últimas investigaciones. Fuente: elpais.com

En el capítulo, además, el autor realiza una justificación sobre los itinerarios que seguirían tanto las tropas de Tariq como las de Rodrigo para enfrentarse en la batalla siguiendo las calzadas romanas que todavía estarían en uso y que tuvieran más fácil acceso, una justificación del todo interesante que os animamos a descubrir en el libro.

No sólo por seguir a las fuentes hemos de descartar Guadalete como el lugar de la batalla, sino que, además, hay importantes razones estratégicas y militares a tener en cuenta para desligar ambos conceptos. Las fuentes coinciden en afirmar que Tariq no tenía caballería entre sus filas, mucho menos como para adentrarse en un territorio hostil a exponerse a combatir en una amplísima llanura que, sin duda, sería dominada por la potente caballería visigoda. Además, en Algeciras estaba la base logística de Tariq donde retirarse en caso de que las cosas fueran mal y donde se aprovisionaba. ¿Cómo alejarse entonces de allí casi 100 kilómetros? Plantear la batalla, por tanto, al pie del cerro de Torrejosa y junto a la laguna de la Janda cuadra con la información que nos aportan la totalidad de las fuentes árabes, con la forma de combatir de los ejércitos del momento y con los testimonios de la Crónica Mozárabe.

Figura 2. Ubicación de la batalla con las rutas seguidas por los ejércitos. Fuente: elespañol.com

La situación del reino de Toledo.

Es importante analizar también la situación interna del reino visigodo, ya que una derrota de este calado no se entiende sin un contexto político y social previo que fomente el desastre. Siguiendo el testimonio de la Crónica Mozárabe de 754 el cuadro general se presenta bastante sombrío al referir episodios de sequía, hambre, plagas y trastornos políticos variados entre los años finales del siglo VII y principio del VIII.

Figura 3. Extensión del reino visigodo a inicios del siglo VIII. Fuente: wikimedia.org.

José Soto expone aquí las conclusiones del trabajo que, junto a otros investigadores, publicaron en la revista Nature Communications en septiembre de 2023. Este estudio recoge el análisis de 107 registros de polen vinculados a plantas del género Artemisia, un tipo de planta muy vinculado con la aridez y la sequía entre los años 690 y 725 aproximadamente; una sequía lo suficientemente grave como para trastornar y desarticular las estructuras de la Hispania visigoda.

Este estudio entronca con los testimonios recogidos en el Ajbar machmúa, que afirma que, en los años anteriores al desembarco de Tariq, la mitad de la población hispana había perecido debido al azote del hambre y la peste; hechos recogidos también en la Crónica Mozárabe.

Figura 4. Representación imaginaria de Rodrigo. Fuente: wikimedia.org de la obra depositada en el museo del Prado.

Además de estos desastres nos encontramos con la siempre conflictiva sucesión visigoda al trono. La Crónica Mozárabe no deja lugar a dudas cuando expone que, a la muerte de Witiza en 710, Rodrigo actuó de forma ilícita, quebrando así cualquier unidad que restara en el reino de Toledo; lo cual desató la guerra civil una vez más que se extendió incluso más allá de la derrota de 711. Recordemos que, a la par que Rodrigo se proclamaba rey en Córdoba, Agila II lo hacía en el valle del Ebro y en Septimania, apoyado por los vascones. El reino, por tanto, no estaba en las mejores condiciones para afrontar una invasión del poder emergente del momento: los musulmanes que, de forma fulgurante, se habían expandido desde Oriente y que, como habían hecho en el caso sasánida y bizantino, supieron aprovechar el momento exacto para llegar.

Rodrigo enfrentó a los musulmanes con un contingente antes de acudir él mismo a tratar de detenerlos. Las fuentes apuntan que el duque de la Bética fue enviado para detener a Tariq, pero fracasó, siendo derrotado y perseguido hasta la misma Córdoba. Si atendemos a la ley de reclutamiento promulgada por Ervigio —la cual obligaba a todo hombre libre a tomar las armas en un radio de 100 millas a la redonda de donde se producía el conflicto o la invasión—; el duque debía contar con un nutrido grupo de guerreros de leva a los que sumaría sus 2000 o 3000 hombres más fieles y mejor armados. Un considerable ejército que fue derrotado cuyas bajas alarmó a Rodrigo y le instó a dejar de lado la campaña contra Agila II para volcarse al sur de la península.

Los ejércitos enfrentados.

Si volvemos al desarrollo de la batalla, tenemos que preguntarnos en primer lugar con qué fuerzas contaba Tariq para abordar la empresa de la invasión. José Soto realiza un recorrido por las diferentes fuentes árabes para concluir que Tariq cruzó el Estrecho de Gibraltar con sus tropas más veteranas de árabes, egipcios y sirios, el corazón de cualquier ejército omeya de aquel período y que alcanzarían la cifra aproximada de 1700 individuos. Seguidamente, afianzada Algeciras como puerto, desembarcaría en la península sus refuerzos hasta alcanzar los 7000 guerreros. Una vez completada esta hueste, las fuentes nos hablan de los refuerzos enviados por el valí de Ifriqiya, Musa ibn Nusayr, que le envió otros 5000 hombres más, juntándose finalmente unos 12000 o 13000 guerreros siendo flexibles. En cuanto a la composición étnica de la tropa podemos decir que la Crónica Mozárabe expone el carácter mixto de la misma, hablándose de unos 2000 árabes y unos 10000 bereberes, casi todos infantes, no lo olvidemos, ya que las fuentes coinciden en señalar que “Tariq no contaba con una caballería digna de tal nombre” (Soto Chica, 2023).

Figura 5. Un soldado árabe (de frente) se enfrenta en combate singular a un soldado persa (de espaldas). El aspecto de ese soldado árabe sería similar al cuerpo de 1700 guerreros árabes, egipcios y sirios que Tariq llevaría consigo a la invasión de la península. Fuente: despertaferro-ediciones.com

Tras el desembarco y reunión de toda la hueste, Tariq afrontó con éxito la toma de Carteya e instaló su guarnición en la Isla Verde de Algeciras. Hecho esto se dedicó a realizar una serie de expediciones de saqueo por los alrededores que acabaron por atraer al duque de la Bética a su encuentro con desastrosos resultados. Estos acontecimientos precipitaron, como comentábamos antes, que Rodrigo acudiera a toda prisa a la Bética con todo su ejército desplazado al norte más las levas que pudiera reunir en Córdoba, ciudad adonde se dirigió. El ejército de Rodrigo, tanto los soldados mejor armados como las levas, debía ser muy numeroso, pero ¿Cuántos eran? Las fuentes árabes no coinciden en los datos, aportando cifras que van desde 40000 en el peor de los casos hasta 600000 en el más disparatado. La historiografía tampoco ha sabido confluir demasiado en este punto, si bien es cierto que José Soto se apoya aquí en la tesis de Pedro Chalmeta para defender que el ejército de Rodrigo oscilaría entre los 24000 y los 30000 efectivos, de los cuales, al menos 8000 serían jinetes visigodos excelentemente armados y adiestrados y el resto infantería mediocre.

En el caso musulmán, la hueste de Tariq estaría conformada, como describimos antes, por unos 1700 árabes, egipcios y sirios excelentemente armados y adiestrados, mientras que el grueso de la tropa sería infantería bereber escasamente armada, poco adiestrada y muy indisciplinada; de hecho, no faltan los testimonios de la época que describen el temor que los moros despertaban entre sus señores árabes, que los temían y despreciaban a partes iguales, así como también describen el salvajismo de estos soldados bereberes, armados a la ligera y guerreros extremadamente feroces y peligrosos, pero que enseguida caían en el desánimo y en la huida si el combate se prolongaba demasiado.

En cuanto a Tariq, seguramente fuera de origen persa según algunas fuentes, mientras que otras apuntan a que era de origen bereber. En este punto José Soto no parece demasiado conforme, ya que en esta época de expansión omeya era impensable que un bereber estuviera al mando de tropas árabes.

La batalla.

Llegados a la batalla, cabe pensar que la superioridad visigoda haría fácil la victoria, pero el ejército visigodo era un cuerpo resquebrajado y, de hecho, la Crónica Mozárabe es clara cuando indica que la derrota devino por la desunión y la defección de dos tercios del ejército en el momento decisivo de la batalla.

El ejército visigodo formó en un frente con el centro, donde se encontraba el rey y su comitiva real y las alas, comandadas por los hermanos de Witiza: Oppas y Siseberto. El choque principal se produjo en lo que hoy se conoce como el cerro de la Alcachofa, donde seguramente Tariq desplegó a su hueste. Éste fue muy hábil escogiendo el campo de batalla, ya que Rodrigo se vio obligado a desplegarse de espaldas a la laguna de la Janda para afrontar a un enemigo rodeado de montañas, lo cual impedía a la caballería visigoda envolver al enemigo y obligaba a los godos a adoptar una única posibilidad: La carga frontal. Rodrigo sabía que esta estrategia no era muy propicia a pesar de confiarse en su superioridad, y esas dudas le llevaron a no aceptar la batalla que Tariq le ofrecía durante varios días, días que Tariq aprovechó para negociar a escondidas con Oppas y Siseberto para que abandonaran a Rodrigo en la batalla a cambio de un pacto.

Así que el 26 de julio, afianzada la distribución del ejército, Rodrigo decidió cargar contra las tropas musulmanas. El choque frontal debió ser tremendo entre dos filas tan compactas de guerreros, pero los godos, a fuerza de embestidas y de ardua lucha, comenzaban a inclinar la batalla a su favor; las dos alas de su ejército le abandonaron. Superado en número, el rey siguió combatiendo, pero comenzó a ser empujado hacia atrás. Fue un combate desesperado en el que los godos ahora no combatían por la victoria sino para salvar la vida, y el propio rey o murió luchando o murió intentando escapar.

Figura 6. Rodrigo se bate en combate con un soldado de élite de Tariq. Fuente: despertaferro-ediciones.com

El desenlace fue rápido. Tariq se movió deprisa tras la batalla dirigiéndose hacia Medina Sidonia y Écija. Aquí enfrentó a los restos del ejército visigodo y a los fieles que quedaban al rey en una dura batalla que llevó de nuevo a Tariq a la victoria y a la caída de Écija. El camino a Córdoba quedaba expedito y aunque aquí las fuentes no se ponen de acuerdo en la ruta que siguió Tariq, lo cierto es que entre 711 y 713 la práctica totalidad del reino visigodo había sido conquistada.

La Crónica Mozárabe nos habla de crueles matanzas en Toledo y una especialmente cruel en Zaragoza, con crucifixiones de hombres y asesinatos de niños en una danza de muerte pero también de acuerdos y pactos; pues ciudades como Elvira (Granada) fueron capaces de sostenerse “independientes” ante el empuje musulmán a través de pagos de tributos y juramentos de fidelidad; algo similar al archiconocido pacto de Teodomiro, que le permitió mantenerse como señor de un amplio señorío a cambio de tributos y de reconocer la soberanía del califa.

En 713 Agila II, el rival de Rodrigo murió, y su sucesor, Ardón, continuó con la lucha, aunque acabó cayendo ante las armas del califato en 725, una fecha en la que el reino de Toledo era historia y las tropas musulmanas se hallaban ya en el corazón de Francia.

Figura 7. Detalle del llamado Fresco de los seis reyes, pintado en época omeya y
sito en el palacio de Qusayr Amra. En él, aparecen seis figuras que representan a
los reyes derrotados por los ejércitos musulmanes, algunos de los cuales podemos
identificar merced a las inscripciones que acompañan a las figuras. Así, la que se lee
Qaysar ha de interpretarse como Caesar, el emperador bizantino. También aparece
Rodorikos, el rey visigodo Rodrigo, derrotado en la batalla de Guadalete, y Kisra,
alusivo al monarca sasánida, asimismo derrotado por las tropas árabes. Por último,
Najashi, que ha de ser el negus («rey») del reino de Aksum (Etiopía). Fuente: wikimedia.org con descripción de José Soto (2023).

Pero, como todos sabemos, también hubo sitio para la resistencia y la no sumisión, tal fue el caso de Asturias, donde un noble visigodo, Pelayo, logró ofrecer una resistencia enconada que le llevó a una testimonial victoria en Covadonga sobre una expedición musulmana; sentando el germen de la Edad Media peninsular.

Bibliografía.

Soto Chica, J. (2023): Imperios y Bárbaros. La guerra en la Edad Oscura. Desperta Ferro Ediciones.

Camuera, J., Jiménez-Espejo, F.J., Soto-Chica, J. et al. (2023): “Drought as a possible contributor to the Visigothic Kingdom crisis and Islamic expansion in the Iberian Peninsula”. Nature Communications 14, 5733.

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