La creación del reino de Aragón y primera expansión

En esta entrada nos dispondremos a analizar brevemente las causas de la afirmación aragonesa sobre Navarra y también la expansión hacia el sur que llevó a cabo este pequeño condado que se convirtió en un poderoso reino peninsular.

Los condicionantes internos de Aragón: De condado a reino.

En anteriores entradas hicimos un repaso de la progresiva feudalización leonesa y su expansión exterior; hechos que no dejaron de ser muy precoces al respecto de los demás reinos peninsulares cristianos. La perfecta integración política y social de los territorios repoblados en el valle del Duero y la conquista del reino andalusí de Toledo dan fe de esa gran y exitosa feudalización llevada a cabo en este reino.

Como decimos, estos elementos presentan un importante desbarajuste cronológico respecto a otras formaciones del norte peninsular. Cuando Alfonso VI entró en Toledo en 1085, el condado de Barcelona acababa de salir de la crisis de feudalización que el reino leonés había superado sesenta años antes; y Navarra se integraba en el recién nacido reino de Aragón para así poder superar una gravísima crisis política y social que incluso había supuesto el asesinato del rey navarro Sancho IV. Aragón, por su parte, estaba esbozando apenas una expansión que, eso sí, mostró desde el principio un gran dinamismo.

Imagen 1. Condados aragoneses, siendo absorbidos Sobrarbe y Ribagorza por Ramiro I cuando murió su hermanastro Gonzalo. Fuente: wikimedia.org

A parte del factor cronológico, tenemos que tener también en cuenta un segundo factor en el retraso de las formaciones orientales en sumarse al proceso feudal: la sólida organización política islámica en la cuenca del medio y bajo Ebro que se contrapone al vacío político y poblacional de la cuenca del Duero donde la empresa colonizadora de Castilla y León se ha venido realizando sin el obstáculo de comunidades islámicas fuertemente arraigadas. Por estos dos factores tenemos que remitirnos a un diferente grado de consolidación interior o a una maduración más tardía de las estructuras feudales en las sociedades aragonesa y catalana.

Frente al declive navarro, los dos últimos tercios del siglo XI verán cómo el reino de Aragón se forma y se consolida. Desde comienzos del siglo X hasta la muerte de Sancho “El Mayor” en 1035, el pequeño condado pirenaico estuvo integrado políticamente en el reino de Navarra. A pesar de ello, siempre se mantuvo como una unidad territorial bien definida, y política y administrativamente coherente, lo cual facilitó el mantenimiento de una vía de evolución específica de Aragón frente a Navarra. La feudalización comienza a desarrollarse desde comienzos del siglo X, pues en esta época comienzan ya a aparecer las cesiones de tierras al conde, a monasterios o a particulares vinculados a la administración; cesiones realizadas por individuos, familias o comunidades campesinas en busca de protección y que son actos muy parecidos a los que se dieron ya en el reino de León y que constituyeron los primeros pasos hacia la feudalización en cuanto que a través de ellos se fue tejiendo una red de vinculaciones privadas de carácter personal que fue configurando la estructura básica de la sociedad aragonesa.

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Imagen 2. «Ramiro I de Aragón», óleo realizado por Manuel Aguirre y Monsalbe en 1885. Fuente: condadodecastilla.es

Al mismo tiempo, funcionarios y grandes propietarios comienzan a vincularse al conde con un juramento privado de fidelidad personal que transforma la vinculación pública en una relación de carácter privado, tal y como ya habíamos visto en el caso leonés. Todo esto va unido a la difusión de concesiones de inmunidad y del impuesto, heredado del impuesto carolingio, que se transforma ahora en una renta privada. Así pues quedaban sentadas las bases de la feudalización en la sociedad aragonesa del siglo X; pero el pequeño condado se mantuvo en paz y ajeno a movimientos expansivos de importancia y apenas se vio afectado por las tremendas contradicciones desencadenadas en la sociedad navarra en la primera mitad del siglo XI.

A raíz de la muerte de Sancho “El Mayor”, el antiguo condado de Aragón queda en manos del conde Ramiro (1035-1063), hijo bastardo del rey, y subordinado nominalmente a García de Navarra, una subordinación que se diluyó rápidamente. La crisis que sacudió a la sociedad navarra en las décadas centrales del siglo XI creó unas condiciones favorables para la afirmación interna política y social de Aragón, lo que constituyó una sólida base para una expansión que, en pocas décadas, llevó al primitivo condado a conquistar el reino taifa de Zaragoza. Este proceso de afirmación implica ya en sus inicios una notable ampliación del territorio condal a costa de los condados de Sobrarbe y Ribagorza que Sancho “El Mayor” había dejado al menor de sus hijos, Gonzalo, cuya muerte en fecha imprecisa propició que Ramiro se anexionara aquellos dominios, intitulándose desde entonces rey de Aragón. La muerte del rey navarro en Atapuerca en 1054 llevó a Ramiro a fortalecer sus posiciones fronterizas con Navarra negociando en una posición de fuerza respecto a su sobrino Sancho IV en la cesión de algunas plazas reivindicadas por el rey aragonés. Poco después sería el hijo de Ramiro, Sancho Ramírez, quien aprovecharía el asesinato de Sancho IV en 1076 para ocupar Pamplona anexionando el reino de Navarra al de Aragón.

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Imagen 3. A la muerte de Sancho «El Mayor», sus hijos heredaron los territorios agrupados por él a modo de reinos independientes entre sí. En el caso aragonés, Ramiro I absorbió muy pronto Sobrarbe y Ribagorza tras la muerte de Gonzalo I, el hermano menor. Fuente: navarraresiste.com

La feudalización seguida por el condado de Aragón siguió una vía distinta a los turbulentos sucesos en Navarra, León y Cataluña en cuanto a que no se detectaron episodios tan violentos como los que se han producido y siguen produciéndose en aquellas formaciones peninsulares. Un factor que nos permite explicar la relativa moderación con que se produce la feudalización es la existencia de un equilibrio muy ajustado entre el ritmo de la expansión territorial y el de la transformación interna del país. A pesar de que también existe un progresivo debilitamiento de la monarquía desde el siglo X, este debilitamiento es lento y se compensa con la anexión de nuevos territorios. Por otro lado, las comunidades campesinas parecen mantener aún trazas de componente ganadero y nómada, lo que las hace más resistentes y más difíciles de someter, lo que limitó fuertemente la capacidad expansiva de la aristocracia, que en este período no llega a alcanzar la fuerza requerida para debilitar decisivamente la autoridad regia.

Por otro lado, la expansión meridional permite la ocupación de extensos territorios y un control muy efectivo de los procesos políticos y sociales por parte de la monarquía. La existencia en el Ebro de fuertes concentraciones de población y de un asentamiento político muy sólido por parte musulmana hacía imposible la práctica de una colonización espontánea previa a la intervención oficial y similar a la que realizó el campesinado castellano-leonés. La nobleza aragonesa, por su parte, no tenía la capacidad de orden político y militar que sí tenía la castellano-leonesa, y por tanto es el rey quien activa y dirige la conquista de nuevos territorios y quien, una vez anexionados, organiza la repoblación asentando en los nuevos espacios tanto al campesinado como a la nobleza.

Desde los Pirineos hasta Zaragoza.

La expansión aragonesa se enfrentaba a serios obstáculos, fundamentalmente la densidad demográfica de la cuenca del Ebro y la solidez de la organización andalusí en la zona. Esa organización giraba en torno a núcleos urbanos con una importante actividad económica, lo cual posibilitaba una estructura defensiva de gran eficacia. Por tanto, la expansión aragonesa hacia las llanuras del Ebro exigía el control de dos núcleos cinturones defensivos: Graus y El Grado, que se apoyaban a su vez en emplazamientos más meridionales como Barbastro y Monzón. Más hacia el oeste, Huesca cerraba también el paso hacia el valle del río Gállego, la principal ruta hacia Zaragoza. Protegidos por este complejo defensivo se situaban finalmente los dos centros políticos más importantes del valle del Ebro: Lérida y Zaragoza.

Imagen 4. Mapa de la extensión de la taifa de Zaragoza, objetivo primordial del reino de Aragón. Fuente: wikimedia.org

A las dificultades relacionadas con la estructura defensiva de la región se añadían las derivadas de los intereses castellano-leoneses en la zona; unos intereses que ya se habían manifestado tiempo atrás en la expansión leonesa hacia La Rioja bajo el reinado de Ordoño I en 859. Las aspiraciones castellanas a dominar el valle medio del Ebro se fueron haciendo más insistentes a medida que aumentaba la presión política y militar sobre La Rioja. Este interés se materializó también en el compromiso por parte de León de proteger al rey de Zaragoza a cambio del cobro de parias, un compromiso plenamente operativo que se reveló muy eficaz en la derrota aragonesa y la muerte de Ramiro I en 1063 cuando asaltaba el emplazamiento de Graus, defendido por las tropas andalusíes de Zaragoza y por las castellanas de Fernando I.

La situación comienza a cambiar entre el siglo XI y el XII. En primer lugar, Sancho Ramírez de Aragón (1063-1094) aspiraba a sacudirse la tutela que le vinculaba nominalmente al reino de Navarra. Para ello intensificó los contactos con la Santa Sede para obtener el reconocimiento formal por parte del Papa del nuevo reino de Aragón. El asesinato del rey navarro Sancho IV en oscuras circunstancias no sólo eliminó los obstáculos para la plena independencia formal de Aragón, sino que le llevó a anexionarse el reino de Navarra, siendo reconocido como rey por la aristocracia navarra. La unificación navarro-aragonesa fortaleció la posición de Sancho Ramírez y al reino de Aragón, que ahora suponía un contrapeso al poder castellano-leonés en la región. La derrota de Alfonso VI en Sagrajas por los almorávides en 1086 vendrá a reforzar todavía más la posición aragonesa, pues el rey leonés tendrá que dejar de lado sus pretensiones territoriales en el Ebro para solicitar la ayuda militar del rey de Aragón en su lucha contra los almorávides.

Imagen 5. Recreación de la ciudad de Zaragoza en 1118 desde «La Isla». La ciudad era el principal objetivo de los reyes aragoneses, pero la gran cohesión interna del valle del Ebro suponía un obstáculo muy grande. Fuente: wikimedia.org

En este contexto comenzó el avance hacia el sur, siendo el más espectacular el que se produjo en el curso del río Cinca, pues en 1083 y 1084 se ocuparon Graus y Secastilla, que cerraban el avance hacia el sur. Cinco años después, en 1089, cae Monzón, una plaza clave que dejó a Barbastro en una posición vulnerable y amenazando así a Lérida. En 1100 el cerco se completó con la caída de Barbastro.

La segunda línea de avance tendrá como objetivo final la conquista de Zaragoza a través de dos vías. La primera se dirige hacia Huesca, cuya ocupación es imprescindible para que caiga la capital, y por ello se instaló en sus proximidades Montearagón, siendo Pedro I (1094-1104) quien la tome como su primera acción importante. Con la caída de Huesca quedaba prácticamente desmantelada la frontera septentrional del reino de Zaragoza.

Otra vía de avance se realizó por el margen derecho del río Gállego, un avance más fácil y rápido que permitió a los aragoneses amenazar simultáneamente Tudela y Zaragoza. Al tiempo que los aragoneses construían el dispositivo militar para la conquista final se fue configurando la estructura social y política de los territorios recién incorporados tomando como base la experiencia castellano-leonesa en el valle del Duero.

Arte románico en Aragón - Wikipedia, la enciclopedia libre

Imagen 6. Monasterio de San Pedro de Siresa, donde pasó su infancia Alfonso I y donde se educó. Fuente: wikimedia.org

La reacción almorávide y el desastre de Fraga.

Pero la conquista de Zaragoza hubo de esperar aún algunos años. La caída de Valencia en poder de los almorávides les abrió el camino hacia Zaragoza, que ocuparon en 1110. En 1104 moría Pedro I y su hermano y sucesor, Alfonso I “El Batallador”, se vio arrastrado a causa de su matrimonio con la reina Urraca de León a intervenir en aquellos territorios tan convulsos en la primera mitad del siglo XII.

Alfonso I repudió finalmente a Urraca en 1114, alejándose definitivamente de los asuntos castellanos y pudiéndose centrar exclusivamente en la toma de Zaragoza. Por un lado, Castilla y León estaba sumida en una crisis interna que la alejaba de cualquier empresa exterior, y por el otro, el conde Ramón Berenguer III que había accedido al gobierno del condado catalán en 1097 parecía más centrado en la expansión ultrapirenaica hacia la Cerdaña y Provenza que hacia el sur musulmán.

Así pues, la toma de Zaragoza era una cuestión que atañía únicamente a Alfonso I. En 1117 lanzó un ataque simultáneo hacia Zaragoza y Lérida, pero la intervención de ben Yusuf le obligó a levantar el cerco a la capital. Se centró entonces el rey en un cuidadoso preparativo del asalto final, buscando para ello apoyo extranjero a través de la propaganda, que tuvo gran eco en el sur de Francia y que le granjeó el apoyo de numerosos contingentes ultrapirenaicos. A pesar de los numerosos efectivos humanos y de las costosas inversiones en máquinas de guerra el asalto fue imposible, y Zaragoza hubo de ser rendida por hambre; rindiéndose la ciudad el 18 de diciembre de 1118 bajo condiciones honorables.

La toma de Zaragoza dejaba a Lérida y Tortosa completamente aisladas, aunque resistieron aún treinta años más, y además quedaba abierta la vía hacia Valencia, quedando en manos de Alfonso I las plazas de Tudela, Tarazona, Borja, Rueda y Epila, repoblando el rey en 1120 la ciudad de Soria como apoyo para el mantenimiento del poder aragonés en el valle del Ebro.

Imagen 6. Campañas de Alfonso I «El Batallador». En naranja encontramos los territorios arrebatados a los musulmanes y en verde oscuro los territorios arrebatados a Castilla (Álava y Vizcaya). Fuente: wikimedia.org

Consolidada la posición aragonesa en las zonas centrales y occidentales del valle del Ebro se inició inmediatamente el asedio de Calatayud. Un intento musulmán por recuperar Zaragoza en 1120 resultó en un estrepitoso fracaso en la batalla de Cutanda, lo que posibilitó a Alfonso I hacerse con Calatayud y Daroca ese mismo año, así como Molina de Aragón en 1128.

El Bajo Ebro fue más problemático. Aquí chocaban ya los intereses del rey de Aragón con los de los condes de Barcelona y Urgel; pero sobre todo la situación fue más problemática por la resistencia que ofreció Fraga, cuya conquista era crucial de cara a la toma de Lérida y Tortosa. A comienzos de 1133 Alfonso I descendió río abajo y ocupó Mequinenza, pero ante Fraga se estrelló completamente.

La derrota de Fraga supuso un golpe durísimo para Aragón, pues Mequinenza cayó en poder de los musulmanes y los aragoneses perdieron prácticamente el control de toda la región comprendida entre Lérida y Zaragoza. De hecho, incluso Daroca se sintió amenazada y sus habitantes la despoblaron, con el consiguiente peligro para el control de la ruta del Jiloca. La inseguridad llegó a amenazar hasta Barbastro, que también fue abandonada por sus habitantes. El desastre de Fraga abrió además una etapa de crisis interna en el reino de Aragón que no nos compete ya tratar en esta entrada.

Bibliografía:

MÍNGUEZ FERNÁNDEZ, J. Mª (2004).: La España de los siglos VI al XIII. Guerra, expansión y transformaciones, Editorial Nerea.

ORSI, M. (2004): “La guerra medieval en la Península Ibérica” en La Reconquista. Desperta Ferro Antigua y Medieval, Nº13, Madrid.

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