La intervención bizantina en la guerra entre Agila y Atanagildo

En la entrada anterior hicimos un recorrido por los convulsos años que siguieron a la muerte de Teudis y cómo éstos desembocaron en una guerra civil entre el rey Agila y el aspirante al trono Atanagildo. Fue una guerra que acabó con final desastroso para el primero de los contendientes pero, ¿Qué facilitó la victoria de Atanagildo? Hoy cambiamos la óptica de los acontecimientos para incluir en el conflicto civil visigodo a los nuevos protagonistas que se sumarían al escenario de Hispania hasta el siglo VII: los bizantinos.

Contexto y conversaciones con el emperador.

ae29842441dfe570039f58389e1969ee2b-2bcopia2b252822529

Imagen 1. Justiniano y su Corte, uno de los fantásticos mosaicos que se muestran en la iglesia de San Vital de Rávena, Italia. Fuente: lacamaradelarte.com

Para estos años, Justiniano era el emperador oriental que, con su gran empuje y ambición, había logrado deshacerse del reino vándalo de África y del reino ostrogodo de Italia. La violenta sucesión que siguió a Teudisclo, tras la cual Agila se proclamó rey parecía una ocasión perfecta para intervenir; pero lo cierto es que el Imperio no estaba en condiciones de lanzarse a una contienda abierta contra todo el ejército visigodo que, de momento, no presentaba divisiones. Así pues, la oportunidad no vendría dada tanto por la sucesión sino por la rebelión de Atanagildo en Sevilla, ciudad en la que contaría con numerosos partidarios contrarios al rey y que sería hogar de aristocracias tan poderosas como las de la Bética, aristocracias que lograron derrotar a Agila en Córdoba, matar a su hijo, robar el tesoro real y poner en fuga al rey; un detalle que no podemos ni debemos olvidar a la hora de hablar de los aristócratas hispanorromanos.

Además, Justiniano tenía graves discrepancias teológicas con la aristocracia eclesiástica occidental. Nos referimos al episodio denominado la “Condena de los Tres Capítulos y el Neocalcedonismo”; una polémica de corte cristológico que alejará al emperador de la Iglesia occidental hasta el punto de considerarlo ésta poco más que un hereje. A pesar de que no es algo que trataremos en esta entrada, sirva como aliciente a los impedimentos del emperador a la hora de intervenir en la Península Ibérica.

16-atanagildo

Imagen 2. Atanagildo, rey de los visigodos (555-568 d.C.). Fuente: wikimedia.org

Jordanes e Isidoro de Sevilla no titubean en afirmar que fue Atanagildo el que solicitó la ayuda imperial en su conflicto contra Agila. No deja de llamar la atención que el emperador decidiese apoyar a un usurpador contra el gobierno legítimo del reino visigodo, ya que es algo sin precedentes en sus actuaciones occidentales. Su intervención en África fue debida al propio deseo de deponer al rey Gelimer y su intervención en Italia se produjo una vez hubo muerto la reina legítima, Amalasvinta. Por ello, teniendo en cuenta que además los visigodos eran por entonces arrianos, no deja de sorprender. Parece ser, no obstante, que el emperador vio como su última oportunidad de intervención el apoyar al usurpador para así poder hacerse valer en la Península y evitar así enfrentarse a todo el ejército visigodo unido. Además, el aspirante no era tan fanático como el rey Agila –no olvidemos que en la entrada anterior vimos cómo la causa de la derrota de Agila en Córdoba fue haber entrado con hombres, armas y caballos a profanar la iglesia del mártir San Acisclo–. Atanagildo aceptó y Justiniano seguramente no dudó en exigir como contrapartida un área para dominar cercana al Estrecho de Gibraltar, argumentando proteger sus posesiones en Ceuta.

La llegada bizantina a la península.

Realizado el trato, se ha discutido acerca de quién mandaba las tropas, de la composición del ejército enviado a la Península así como del lugar de desembarco.

Pedro Marcelino Félix Liberio era un octogenario cuando comenzó la campaña en Hispania, con una abultada carrera administrativa y política a sus espaldas primero al servicio del rey ostrogodo Teodorico y después al de Justiniano. Su importante labor en Italia, su gran conocimiento de los asuntos visigodos y ostrogodos y su nombramiento como Prefecto del Pretorio de la Galia parecían suficientes méritos como para pensar en él de cara a la expedición hispana. Por otra parte se han planteado muchas dudas al respecto; en primer lugar por su avanzada edad, en segundo lugar porque dos años después de que Casiodoro finalice su Getica, en 553, Liberio está aún en Constantinopla estando aún vigente el conflicto con los visigodos, que no finalizaría hasta 555.

Consideramos así que se hablase del experimentado Liberio como comandante de la expedición hispana pero sólo estamos en condiciones de afirmar que posiblemente ayudase a Atanagildo en sus aspiraciones por su abultado conocimiento de los asuntos visigodos y que también lo ayudase a mantener sus pretensiones, pero no que visitara la Península.

660px-espac3b1a_bizantina_5.svg_

Imagen 3. Provincia bizantina de Spania en su máxima extensión. En verde se muestran los avances visigodos hacia el sur. Fuente: wikimedia.org

Otro asunto a resolver es la cantidad de tropas que Justiniano habría destinado a la expedición. En primer lugar debemos tener muy presentes las dificultades de reclutamiento que tenía el Imperio en aquel momento, dificultades que habían resultado patentes en la expedición itálica. En segundo lugar, el Imperio aún mantenía una cantidad de frentes abiertos muy considerable, por ello, tomar al pie de la letra la palabra exercitus como una tropa de 10.000 hombres según la interpretación del momento en la Getica de Casiodoro, es realmente arriesgada si no imprudente. Si tenemos en cuenta que la situación africana se había tranquilizado considerablemente y que de aquí habían partido tropas para auxiliar a las acantonadas en Italia, no es descabellado pensar que las tropas bizantinas que llegaron a Hispania procedían, en efecto, del norte de África. Una tropa no tan numerosa como la destinada en Italia pero sí suficiente y además complementada con parte de la guarnición de Ceuta.

El último punto a resolver es el lugar de desembarco, que con toda seguridad debió ser el Estrecho de Gibraltar. No es viable pensar que el ejército desembarcó en puertos levantinos como Cartagena, ya que desde allí tendría que atravesar un amplio territorio hasta llegar al Estrecho, territorio seguramente hostil.

f897db5acd6ab2b28f8c9e579cd5b9f3

Imagen 4. Máxima extensión del Imperio Bizantino durante el reinado de Justiniano. Fuente: preparaoposghgranada.blogspot.com

En definitiva, podemos saber que en 552 llegó a la Península un contingente bizantino a cuyo mando se encontraba un comandante desconocido si bien se pensó en el experimentado Liberio. Ese comandante dirigiría unas tropas procedentes del norte de África y no muy numerosas, experimentadas ya del conflicto con las tribus moras y bereberes y que habrían tomado contacto por primera vez con la Hispania visigoda en la zona del Estrecho de Gibraltar; desde donde acudirían en ayuda de Atanagildo.

A partir de este momento, los reyes visigodos tendrían que luchar durante prácticamente 75 años hasta ver la Península Ibérica unificada bajo su dominio.

Bibliografía:

MAAS, M.: «Las guerras de Justiniano en Occidente y la idea de restauración» en Desperta Ferro Antigua y Medieval, Nº 18, pp.7-10, Madrid, 2012.

VALLEJO GIRVÉS, M.: Hispania y Bizancio. Una relación desconocida, Madrid, 2012.

Deja un comentario