En la entrada anterior pudimos ver cómo la arqueología puede darnos datos –o no– acerca de las huellas que dejaron los pueblos germánicos. Con esa entrada pretendía poner las cartas sobre la mesa y mostrar, espero que con acierto, que ni la Historia ni la Arqueología son ciencias que aportan siempre los datos o los resultados esperados. Teniendo en cuenta que los pueblos germánicos fueron pueblos que se adaptaron a las estructuras preexistentes –tanto legales, ideológicas, religiosas y por supuesto arquitectónicas–, es difícil ubicar con exactitud dónde se hallaron estos pueblos. A pesar de todo el valor de la Arqueología para conocer la cotidianidad de todos los pueblos es incuestionable. Hoy vamos a retomar el relato tras la batalla de Vouillé, y vamos a desplazarnos hasta mediados del siglo VI, concretamente al reinado del rey Teudis.
Imagen 1. Grabado del rey Teudis (531-548 d.C.), dibujado por Rafael Ximeno y grabado por Mariano Brandi y datado entre 1783 y 1796. Fuente: memoriademadrid.es
A vueltas con las traiciones.
Teudis fue un rey de procedencia oriental ostrogoda, pero su nombramiento fue muy aclamado por la aristocracia hispanorromana ya que era el primer rey que buscaba dar mayor prioridad a la Península Ibérica para olvidarse del muerto y enterrado reino tolosano. Con él y en adelante empezaría a cimentarse el reino de Toledo. Además, el rey tomó como esposa a una influyente hispanorromana y con ella adquirió control sobre todas sus clientelas, algo que le acercó aún más a la población local. Es en el siglo VI cuando emergen ciudades con luz propia, como es el caso de Sevilla y Toledo, a pesar de que Mérida seguía en un eje fundamental desde antiguo.
La Península estaba dividida desde hacía casi un siglo en territorios fragmentados. De hecho la propia Mérida o Córdoba son claros ejemplos de dos ciudades que vivían de forma autónoma a cualquier poder desde hacía prácticamente cien años y por supuesto ni Mérida se consideraba dentro del control político visigodo ni mucho menos Córdoba, la cual se rebeló contra el poder de Ágila hasta el punto de derrotarlo y tener que huir éste de la ciudad.
Si algo caracterizaba a la monarquía visigoda era su endeblez a la hora de mantener gobernantes en el trono y tal y como sucedió y sucedería en más ocasiones, Teudis fue asesinado por una facción rival, los ostrogodos que habían apoyado a su antecesor Amalarico, mandado asesinar por el propio Teudis. Como el lector puede observar, el regicidio era algo inherente al pueblo visigodo. Sea como fuere, a Teudis le sucedió Teudiselo, un militar que había logrado gran influencia al poner en fuga a los invasores francos, que en 541 habían campado a sus anchas por el noreste peninsular llegando incluso a asediar Zaragoza. Sería en Sevilla donde Teudiselo caería, víctima de un nuevo complot por parte de sus rivales políticos y donde se alzaría un nuevo rey, Ágila, algo más longevo en su reinado aunque no duró más de cinco años. El propio Isidoro de Sevilla no le concedía ningún triunfo y lo acusaba de profanar la iglesia del mártir Acisclo en Córdoba al entrar en el recinto con tropas y caballos; osadía que pagó cara ya que, como comentábamos hace un momento, los ciudadanos cordobeses se alzaron contra él, mataron a su hijo en la revuelta y perdió el tesoro real —recordemos que hasta que los reyes godos no fijan una sede permanente, se llevaban con ellos el tesoro real a donde quiera que fuesen—.
Imagen 2. Pavimento de la iglesia visigoda de San Vicente Mártir (Córdoba), aparecido durante las excavaciones arqueológicas de la Mezquita-Catedral de la ciudad, edificada sobre esta iglesia. Fuente: ermitiella.blogspot.com
El enfrentamiento entre Agila y Atanagildo.
Fue Sevilla el centro neurálgico desde el que los godos orquestarían la conquista de la Bética, ya que Córdoba, la antigua capital provincial de la Bética; siempre se mostró reacia al dominio de éstos. Precisamente se encontraba Ágila guerreando para conquistar la ciudad de Córdoba –baluarte inconquistable hasta el reinado de Leovigildo–, cuando el noble Atanagildo se alzó rey en Sevilla con un apoyo de la nobleza. Ágila hubo de retirarse a Mérida a recabar apoyos para su causa tras haber fracasado en la toma de Sevilla al que ahora era el usurpador aunque por poco tiempo; ya que Ágila encontró su fin en Mérida. Los hispanorromanos tenían un nuevo rey, un rey que permitiría la entrada en escena del emperador bizantino Justiniano, requerido para apoyarlo en su lucha contra el finado Ágila, asunto que trataremos más detenidamente en otras entregas.
A pesar de que Mérida era un eje fundamental para la política territorial visigoda, la Lusitania en su conjunto era un territorio marginal ya que los godos desde siempre y aún en estos tiempos tenían su “base” en Barcelona y ejercían un control directo en el valle del Ebro. Poco a poco comenzaban a entender la necesidad de dominar la Bética para controlar gran parte del tráfico comercial del Mediterráneo occidental ya que, sin este control, los puertos de la Tarraconense se mantenían constantemente en una situación precaria. No olvidemos que para el siglo VI el reino vándalo de África ya había desaparecido y toda África era ahora de nuevo romana. Si a esto le sumamos la voluntad de Justiniano de reconquistar Hispania, la preocupación era evidente y al tiempo, necesaria. La excusa que Justiniano necesitaba para pasar el estrecho de Gibraltar era precisamente la guerra civil entre Agila y Atanagildo. Por otro lado debemos analizar la situación económica de ciudades tan preeminentes a nivel comercial como serían Cartagena o Málaga, ciudades que veían muchísimo más beneficioso asociarse con el emperador de Oriente a la hora de obtener riqueza económica, que ponerse al servicio de un reino consumido constantemente en luchas civiles y casi fratricidas y barrido recientemente de las Galias por los francos.
Imagen 3. Reconstrucción ideal de la ciudad de Toledo en el siglo VII sobre la base de las excavaciones más recientes. Diferenciamos el conjunto fortificado real sobre la plataforma del antiguo foro romano a la izquierda del recinto amurallado, el conjunto episcopal y la basílica en el espacio del Alcázar en la parte central del espacio amurallado y la zona de los palacios de la aristocracia en primer término. Fuente: alamy.es, ilustración original de despertaferro-ediciones.com
Atanagildo moriría posteriormente en Toledo, ciudad que podría ser escogida por varias razones entre las cuales yo escojo dos: por ser un punto céntrico desde el que poder abarcar toda la Península de forma relativamente más efectiva y rápida. Por ser un lugar alejado de toda intriga política o de lucha entre facciones, ya que Toledo sólo aparecer reflejada una vez en la obra de Hidacio por cuestiones religiosas. Desde Teudis, los godos estuvieron buscando claramente una sede regia donde instalar la capitalidad del reino pero lo cierto es que Barcelona estaba demasiado cerca del reino franco, Sevilla estaba demasiado cerca de la rebelde Córdoba y de los invasores bizantinos y Mérida, aunque había sido una ciudad amiga, siempre parecía querer librarse de la presencia visigoda cuanto antes. Toledo sería la respuesta.
Bibliografía:
MORÍN DE PABLOS, J.: «Toledo visigodo, el paisaje de una sedes regia» en Desperta Ferro Arqueología e Historia Nº7, pp.32-38, Madrid, 2018.
SANZ SERRANO, R: Historia de los godos. Una epopeya histórica de Escandinavia a Toledo, Madrid, 2009.