Proseguimos con el recorrido que estamos haciendo por los reinos cristianos peninsulares en la lucha por su supervivencia y por la expansión de la cristiandad hacia tierras más meridionales. En la entrada de hoy vamos a ser testigos de la primera unificación que se dio entre los reinos de Castilla y León, con las consecuencias que eso tuvo para la conquista de Toledo en 1085 por Alfonso VI. ¡Bienvenidos a Hispania!
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Reseña del número 16 de Arqueología e Historia Desperta Ferro “Visigodos en Hispania”. Religión de Estado y pervivencias
Aunque particularmente no me considero un estudioso de las religiones del pasado, ni siquiera del ámbito peninsular tardoantiguo, en esta entrada descubriremos brevemente estos aspectos tan relevantes para el pueblo godo desde que adoptara el arrianismo como fe tribal frente al catolicismo que comenzaba a ser lo común en el Imperio. Los visigodos tardaron en darse cuenta, pero gracias a Recaredo, supieron jugar bien sus cartas para atajar la amenaza sobre todo franca y bizantina a las fronteras. ¡Bienvenidos a Hispania!
Imagen de cabecera: Murallas emirales de la alcazaba de Mérida junto al río Guadiana, realizada con algunos materiales reutilizados de la urbe tardoantigua.
La arquitectura cristiana “de época goda” en Hispania por Artemio M. Martínez Tejera – Universidad Autónoma de Madrid.
En este artículo leeremos datos muy interesantes acerca de la arquitectura ya católica que tuvo lugar en el reino visigodo, sobre todo en el siglo VII.
Cuando hablamos de templos construidos o reformados entre los siglos VI y VIII en la Península se pueden hablar de cerca de 80 complejos que, en su mayoría, surgieron en espacios precedentes como santuarios paganos o antiguas villae. Según los datos que nos proporciona el autor, un poco más de la mitad de los complejos cumplen esta premisa, mientras que los restantes se corresponden con construcciones nuevas o refacciones muy superficiales en edificios existentes.
¿Cómo datar un complejo religioso?
A esta pregunta es difícil responder, según el autor, ya que la edilicia religiosa de este período arroja muchas dudas sobre si se trataría de un edificio tardoantiguo (Siglos VI-VII) o altomedieval (siglos VIII-X).
Es, por tanto, la práctica de la liturgia, la que puede arrojarnos más luz en cuanto a la datación de los complejos para un período u otro. La liturgia y la arqueología a la hora de estudiar las cimentaciones de los edificios tienen mucho que decir al respecto.

Los complejos episcopales del ámbito urbano son sobre todo los más representativos para este período, complejos relacionadas con las iglesias principales o catedralicias y en las cenobíticas. En el ámbito rural, en cambio, la presencia de lugares de culto es ya extraordinaria, una existencia debida a la aristocracia, la monarquía o el poder eclesiástico urbano inmerso en una gran labor evangelizadora del territorio. Sin duda, fueron los complejos episcopales hispanos los que recibieron la mayoría de las inversiones de la élite eclesiástica; y cuando no empleaban aquí su dinero lo hacían en crear complejos nuevos como el del Tolmo de Minateda, en Hellín, con apenas un siglo de vida.
Así pues, el autor menciona unas características que definen esta sobria arquitectura del siglo VII, como pueden ser su sencillez y acento social, pues estaba enfocada a la reunión de fieles. Se reutiliza gran cantidad de material romano para erigir los edificios y también tiene gran presencia la influencia oriental del Imperio Romano de Oriente en el reino visigodo, plasmándose en técnicas constructivas, liturgias y decoraciones ya que, aunque ahora lo que podemos ver son los muros de piedra desnuda, en su tiempo estos lugares estuvieron bien decorados con pinturas y motivos litúrgicos. Un ejemplo de esta influencia constructiva lo hallamos en el famoso arco constructivo de herradura, atribuido a los godos, pero perteneciente realmente al mundo bizantino y más oriental todavía; una influencia que también se dejó sentir en la orfebrería con la técnica del cloisonné, de clara tradición oriental.
Arrianismo y catolicismo. La conversión y la integración del reino por Pablo C. Díaz – Universidad de Salamanca.
En este artículo, podremos comprobar las razones que llevaron a todo un pueblo a convertirse a la religión cristiana arriana, oficial del Imperio por aquel momento. Se ha interpretado que, en un primer momento, los godos acudieron al emperador Valente para que les enviara emisarios y sacerdotes que les instruyera en la verdadera fe.
Sea como fuere, será sobre todo en el 382 cuando los godos sean reconocidos como cristianos cuando el emperador Teodosio los admita como federados de Mesia. Lo que no se explican las fuentes es por qué lo hacen como cristianos arrianos cuando, en el 381, la fe oficial tornó al cristianismo católico. El principal motivo de esta elección consciente pudiera deberse a que los reyes godos querían ser la cabeza de la tribu y además la cabeza religiosa de la misma; para diferenciarse además de los romanos católicos.

Ya como reino, los visigodos no tendrán más que problemas debido a su fe, ya que allí donde van la mayoría de la población profesa el catolicismo. Eurico tuvo problemas con los obispos cuando intentó que estos le obedecieran, y Alarico II permitió concilios católicos para que Clodoveo no se atrajera a su causa a la población gala católica. En la Península Ibérica hubieron de encarar multitud de peligros que les acechaban de todas partes; por una parte, la propia Iglesia Católica hispana distaba mucho de ser unitaria en cuanto a dogmas, además había consagraciones indebidas, falta de clérigos… la población estaba en contra de estos nuevos gobernantes herejes y con ella los terratenientes, que promovían revueltas y desórdenes. En el sur el Imperio Romano Oriental siempre permanecía vigilante desde que Atanagildo les permitiera tomar las tierras levantinas y, en el norte, los suevos y los francos católicos suponían otra amenaza siempre latente. El arrianismo, en suma, suponía una fortaleza común para este pueblo.
En un momento dado, Leovigildo comprende que, si los godos desean unificar la Península para remar en una misma dirección, el credo oficial debe abrirse a la población. El rey patrocinará una política de unificación religiosa sin precedentes, convirtiendo al arrianismo en una religión proselitista cuando nunca lo había sido.
Leovigildo convocó un concilio en el 580 en el cual abogó por pulir los extremismos que defendía Ulfila para hacer el arrianismo más próximo al catolicismo y que el resto de la población pudiera unirse a la fe del Estado. El rey se dirigió a los sepulcros de los mártires y a las iglesias católicas a rezar para hacer ver a la gente que el rey creía igual que ellos. Intentó atraerse a los obispos de las diferentes diócesis, pero sólo tuvo éxito con el obispo de Zaragoza.
Es probable que, a pesar de sus esfuerzos, Leovigildo percibiera que su propuesta era inalcanzable, comprendiendo que el arrianismo no sería adoptado por el resto de la población.
Recaredo comprendió muy bien esta problemática y, al poco de acceder al trono, convocó el III Concilio de Toledo para mudar la religión oficial al catolicismo niceno. Esa conversión no fue bien asumida por una parte de la nobleza, y a pesar de que las fuentes relatan lo contrario, las revueltas y las conspiraciones no dejaron de sucederse en el entorno regio durante varios años. Es, en definitiva, este cambio el que permitió a los godos sobrevivir un poco más tanto dentro como fuera de sus fronteras, antes de ser engullidos por los adversarios políticos y religiosos.
Pervivencias y recuperación del pasado visigodo en al-Ándalus por Jorge Elices – Universidad Autónoma de Madrid.
La conquista musulmana de la Península Ibérica fue una realidad en apenas unos años. Todo el territorio sucumbió a los conquistadores, excepto algunos pequeños reductos que suscribieron pactos de obediencia a cambio de independencia como fue el caso de Teodomiro, probablemente un dux de la región de Murcia, Albacete y parte de Granada. Pero el paisaje no cambió mucho, ni tampoco las gentes o las creencias. El paisaje tardoantiguo visigodo pervivió en los momentos posteriores a esta conquista y, por ejemplo, Mérida conservó sus murallas y su puente en buen estado hasta bien entrado el siglo IX.
El nuevo territorio, al-Ándalus, fue gobernado por enviados omeyas desde Damasco hasta que en el 756, abd al-Rahman I, último califa omeya, recaló en al-Ándalus huyendo de la derrota a la que su familia fue sacudida ante sus rivales abasíes. El nuevo emir proclamó la independencia de Damasco y tanto él como sus sucesores comenzaron a mejorar administrativa, militar y políticamente la nueva realidad política. Sus sucesores al-Hakam I y abd al-Rahman II se dedicaron a expandir la autoridad omeya por todo el territorio peninsular; ya que todavía estaba gobernado por diferentes poderes locales surgidos de la conquista como grupos árabes y bereberes, así como los linajes muladíes y mozárabes (anteriormente cristianos) cuya poderosa posición se debía a la conquista mayormente colaborativa que se llevó a cabo al inicio.

En cuanto el emir intentó centralizar la órbita andalusí en Córdoba, todos estos poderes regionales se sublevaron, siendo Umar ibn Hafsun, rebelde malagueño que aglutinó bajo su causa a prácticamente todo el sur peninsular, el máximo de sus exponentes.
Tuvo que ser el siguiente emir, abd al-Rahman III quien aplastara a todos estos rebeldes y se proclamara califa en 929, iniciando un proceso de consolidación e imposición de un estado andalusí centralizado en Córdoba. Este proceso continuó durante todo su reinado, así como el de su hijo al-Hakam II y su nieto Hixam II hasta llegar al año 1009, momento en que culmina el proceso. La población es islamizada y la ciudad tardoantigua es abandonada, demolida o reconvertida en la medina islámica.
Pero ¿qué hay acerca del pasado visigodo en la cotidianidad de al-Ándalus? El autor nos cuenta cómo hay cantidad de referencias de cronistas e historiadores árabes acerca del pasado visigodo de la Península Ibérica, fijándose sobre todo en san Isidoro de Sevilla al cual traducen al árabe y anotan también. Se habla de la medicina hispano-visigoda y también de la astronomía y de personajes relevantes de la Antigüedad romana y después visigoda. Una recogida de un pasado que no se ve en ningún otro lugar del mundo islámico y ni siquiera dentro de la propia Península Ibérica. Una labor ardua, probablemente para legitimar el poder omeya asentado ya en el siglo X y para contrarrestar las aspiraciones de conquista de los reinos cristianos del norte.
NOTA: El número posee además dos páginas a todo color sobre enclaves museísticos y arqueológicos relevantes por toda España relacionados con el reino visigodo y la Antigüedad Tardía. Es muy interesante de consultarlo. También posee un apéndice dedicado a la influencia minoica en Akrotiri (Thera) elaborado por Carl Knappett de la Universidad de Toronto, que no desgranaremos al ser de otra temática pero que nos ha parecido fascinante.
Bibliografía:
Martínez Tejera, Artemio M.: “La arquitectura cristiana “de época goda” en Hispania” en Arqueología e Historia Desperta Ferro, nº16, pp. 40-43.
Díaz, Pablo: “Arrianismo y catolicismo. La conversión y la integración del reino” en ad supra, pp. 46-50.
Elices, Jorge: “Pervivencias y recuperación del pasado visigodo en al-Ándalus” en ad supra, pp. 52-55.
Los orígenes del reino de Asturias (I)
Teniendo en cuenta lo turbulento del panorama político actual en España, he creído buena idea realizar un estudio sobre los orígenes de lo que fue la Alta Edad Media peninsular; qué es lo que surge tras la súbita caída del reino visigodo en toda la cornisa cantábrica y pirenaica del norte de la Península Ibérica. ¿Fue el mismo proceso el que llevó al reino astur a formarse que el que siguieron los territorios del Pirineo occidental y oriental? Este es un tema que me interesa mucho como investigador y ya me acerqué a este período cuando realicé el trabajo de fin de grado acerca de la formación del reino astur y su transformación posterior en el reino de León. Espero que a vosotros también os guste, y habrá más entradas al respecto. ¡Bienvenidos a Hispania!
Sobre las cenizas del reino visigodo.
Es de sobra conocido que, en las décadas anteriores a la conquista musulmana de la Península Ibérica, la estructura política centralizada del reino visigodo se hallaba completamente desarticulada con motivo de las transformaciones económicas y sociales que venían realizándose desde tiempo atrás. Me atrevo a afirmar que la caída del reino visigodo fue posible gracias a que ese Estado no fue capaz de ofrecer una resistencia coherente.
Imagen 1. Rutas de conquista seguida por los conquistadores de 711. Fuente: unprofesor.com
Era tal la fragmentación política que los nuevos invasores tan sólo hubieron de echar mano de las políticas de pactos y concesiones que tan bien les había funcionado en Siria y en Egipto previamente, y sólo tuvieron que emplear la violencia en contadas ocasiones. Los musulmanes tan sólo hubieron de comprometerse a respetar tanto los bienes de la nobleza territorial, así como los dominios que esta poseía sobre territorios extensos. Se garantizó la libertad de los habitantes, se respetaron sus propiedades y se les permitió seguir ejerciendo su culto a cambio de tributos. Estos pactos son los que revelan la gran fragmentación; pactos que revelan que la aristocracia visigoda veló primero por sus intereses particulares abortando cualquier defensa de cualquier institución superior.
Veamos ahora en qué regiones operaron unos factores u otros dependiendo de su ubicación y lo integradas que estuvieron en el sistema administrativo romano y visigodo.
La marginalidad de la cuenca del Duero.
En este amplio espacio proliferaron las villae lujosas a partir del siglo III. Debido a esta cronología, son espacios que surgen cuando la romanidad comienza ya su inexorable declive y cuando se da inicio la Antigüedad Tardía. La amenaza de la nueva invasión y la emigración de la aristocracia visigoda que había posibilitado que esta región siguiese funcionando dan al traste con este espacio; la situación esclavista tocó a su fin al huir los “amos” y los campesinos permanecieron en estos espacios en situaciones de completa independencia de cualquier poder.
A esto tenemos que sumarle que la frontera andalusí nunca terminó de incluir este espacio, sino que más bien se quedó fijada en la vertiente sur del Sistema Central, mientras que en la cuenca del Duero se asentaron determinadas tribus bereberes que habían contribuido a la conquista debido a la excepcionalidad del territorio para la ganadería. El reino asturleonés tampoco comenzaría a integrar este espacio hasta ya la mitad del siglo X.
Imagen 2. Núcleo originario del reino de Asturias y posterior expansión. Fuente: danielylosquince.blogspot.com
Esta situación es completamente antagónica a la que se vivió en la cuenca del Ebro y, por ende, en el noreste peninsular. Aquí teníamos importantes ciudades como Calahorra, Zaragoza, Lérida, Tortosa, Tarragona, Barcelona, etc. Esto revela la gran actividad romanizadora de este entorno y lo integrada que estaba esta región en una estructura administrativa superior, primero romana, después visigoda y finalmente musulmana. Pero a esta región nos acercaremos más adelante.
Los habitantes de las montañas. La transformación de la sociedad.
En estos territorios que se corresponden a los grupos humanos que residían en la Cordillera Cantábrica y los Pirineos, la romanización fue mucho más débil que en otros territorios; y así también lo fue la dominación islámica.
En estos territorios, dicha imposición se materializaba únicamente en la recaudación periódica de tributos posible gracias a una tibia e intermitente presencia militar concretada en guarniciones asentadas en pasos específicos y estratégicos, sobre todo en la cadena de fortificaciones visigodas posicionadas para controlar y someter a los cántabros siglos atrás. En el caso pirenaico, el control de los pasos fue decisivo sobre todo para proseguir la ofensiva hacia territorio franco o para repeler una contraofensiva.
Esta situación nos lleva a fijarnos en un detalle interesante. Parece que quienes asumen la iniciativa y el protagonismo de la expansión del siglo VIII no van a ser los pueblos que se habían incorporado plenamente en la estructura administrativa romano-visigoda sino esos pueblos insumisos que habían permanecido relativamente aislados que ahora experimentaban transformaciones sustanciosas.
El caso de la sociedad cántabra.
Está claro que, con la integración de este territorio en la órbita imperial, los pueblos astures y cántabros comienzan a tener acceso a sistemas de ordenación y de organización novedosos para ellos, así como también acceden a los sistemas de producción romanos.
Esto se materializa en la proliferación de villae productoras de recursos en Asturias y Cantabria, con un sistema esclavista muy poco arraigado según parece deducirse de los datos. Esta teoría, de la cual soy partidario, nos dice que este sistema de organización económica y social de grandes terratenientes propietarios puede haberse generado por la influencia romana pero no como resultado de la romanización; esto es, puede ser una evolución autóctona pero influenciada por elementos externos. La permeabilidad está clara, como también parece aceptado que al mismo tiempo que se desarrollan estos sistemas de producción basado en un modelo de villae, también existe población que va cambiando del modelo tradicional de familia extensa a modelos familiares más segmentados en el que la agricultura ha ganado mucho espacio junto a la ganadería tradicional.
Imagen 3. Los pueblos cantabro-astures, más aislados, desarrollaron pronto unas técnicas productivas y una organización social que permitió su posterior expansión. Fuente: pinterest.com
Este modelo produce una clase terrateniente permeable a influencias externas y poseedora de grandes territorios frente a una base social campesina más reticente y apegada a los sistemas tradicionales. Un dualismo que no debemos olvidar para explicar el origen del reino astur desde una perspectiva de “herederos de la cultura romano-visigoda”. Un posible ejemplo son las primeras expediciones llevadas a cabo por Alfonso I y por su sucesor Fruela contra el valle del Duero; expediciones recogidas en la Crónica de Alfonso III y que tienen una enorme crueldad y afán depredatorio; elementos alejados de los cánones civilizadores y colonizadores de la romanidad.
La verdadera expansión no se producirá hasta el siglo IX, momento en el que quizá la sociedad astur-cántabra llegue a una cohesión interior que le permita expandirse hacia el sur, cohesión unida a la generalización de un sistema productivo basado en la agricultura y la ganadería totalmente sistematizado. También será este el momento en que se produzca la creación definitiva de la familia conyugal como unidad económica de explotación y que será la célula de las comunidades campesinas de este período, permitiendo una agricultura más productiva y de un crecimiento demográfico más rápido.
Los pueblos pirenaicos.
El contraste entre estos pueblos y el cántabro-astur está claro. Mientras que los pueblos cantábricos se encuentran en un estado de semi aislamiento, los pueblos de los Pirineos centrales y orientales se hallan entre dos zonas muy desarrolladas en época romana: el valle del Ebro y el sur de la Galia. Dos zonas estrechamente relacionadas y además bien comunicadas con vías que cruzan los valles pirenaicos y que servirían como polos irradiadores de la civilización romana.
Los visigodos del reino de Tolosa necesitaron afirmar su control sobre estos pasos para poder penetrar y asentarse en la Península, y los musulmanes trataron de controlarlos también para proseguir la conquista de la Galia o para prevenir ataques francos, quienes también hubieron de controlar estas vías de comunicación cuando establecieron la Marca Hispánica.
Imagen 4. Los valles pirenaicos más inaccesibles fueron baluartes de grupos humanos que aún se movían en la organización tribal. Los pasos montañosos en cambio fueron muy disputados por carolingios, musulmanes y autóctonos. Fuente: abthirion.blogs.sudouest.fr
Esta situación entre dos formaciones políticas antagónicas propició que los valles pirenaicos se convirtieran en un lugar de refugio para los habitantes de comarcas vecinas y, en los altos valles aislados de las llanuras aún podemos encontrar sistemas tribales de organización social en pleno siglo X. Esta conjunción de habitantes propició que quienes ofrecieran resistencia a los musulmanes fueran individuos pertenecientes aún a ese orden tribal en los valles más aislados, habitantes hispanorromanos y visigodos de la llanura y el ejército carolingio, siempre pugnando por crear un colchón defensivo en los Pirineos.
Los vascones del Pirineo occidental también muestran diferencias respecto al resto de sus vecinos. Durante la época romana, Pamplona se convirtió en el núcleo urbano más importante de la región, con una función eminentemente militar y de vigilancia. La influencia romanizadora de la ciudad fue muy débil en la transformación del entorno, un entorno habitado por un sustrato de población rural que no modificó sus tradiciones, economía y estructura social. La crisis del Imperio dio al traste con la autoridad romana casi de manera instantánea; y Pamplona fue absorbida por el sustrato rural vascón; dividiéndose el territorio en demarcaciones repartidas entre jefes tribales. Los visigodos recuperaron la ciudad como foco de control de los levantiscos vascones y en ella establecieron una guarnición militar que capituló en el 718 al invasor musulmán. Pero esa capitulación no sometió a la población rural, que siguió enfrentándose a los musulmanes primero y a los carolingios después.
Dos sociedades, la vascona, la de los Pirineos orientales y la cántabro-astur, que evolucionaron de manera similar desde un sustrato indígena muy poco influenciado por romanos y visigodos hacia un tipo de sociedad unifamiliar y con una economía más desarrollada que posibilitaría los acontecimientos posteriores que seguiremos desgranando en más entradas.
Bibliografía:
MÍNGUEZ FERNÁNDEZ, JOSÉ MARÍA: La España de los siglos VI al XIII. Guerra, expansión y transformaciones, Editorial Nerea, 2004.
ISLA FREZ, AMANCIO: Ejército, sociedad y política en la Península Ibérica entre los siglos VIII-X, Editorial CSIC, 2010.