En la entrada anterior pudimos ver cómo los suevos se fueron asentando en un territorio como la provincia hispana de Gallaecia con mayor o menor fortuna, mayor o menor belicismo; pero que al final pudieron controlar el territorio y con él a las gentes que lo habitaban, tanto propias como ajenas. Eso es visto desde la óptica sueva, pero ¿qué sucede con la óptica hispanorromana del proceso de asentamiento? Tan sólo dimos algunas pinceladas que es menester desgranar más, y es lo que pretendemos hacer en este nuevo artículo. ¡Bienvenidos a Hispania!
Es natural y hasta cierto sentido lógico que, en un siglo como el V, en el que el Imperio hacía aguas por todas partes, la población estuviera cuanto menos desencantada con el poder y con el Estado; habida cuenta de que el propio Imperio estaba inmerso desde el siglo III en una vorágine de usurpaciones constantes y de rebeliones militares de unas partes u otras del orbe romano. Como decimos, es una impresión lógica, pero por las palabras de Hidacio podemos deducir que existía al menos entre la élite hispanorromana una fidelidad no ya al emperador o al Imperio sino al mundo concebido por los romanos, la patria, en peligro debido a las gentes bárbaras.
Imagen 1. Yacimiento del castro de Viladonga, Galicia. Este tipo de estructuras, aunque con poblamiento residual, pervivieron en lugares del Norte peninsular incluso hasta el siglo VI d.C. y podrían haber sido utilizados para defensa de los lugareños respecto a los bárbaros. Fuente: elpais.com
¿Vieja etnicidad frente a la nueva etnicidad?
Se pone aquí sobre la mesa una cuestión que siempre suscita un candente debate, y a la que nosotros haremos alguna aportación. Cuando en el 411 Hidacio nos escribe, nos dice que todas las gentes de Gallaecia están sometidas a los bárbaros mientras que, en el 432 y con veintiún años de diferencia, nos dice cómo la plebe, que se había apoderado de los lugares elevados y de los castros, sorprendieron a los suevos que les rapiñaban y capturaron a algunos al mismo tiempo que mataron a otros. En esta última referencia a la plebe, Hidacio la llama Callicis/Gallecis, en referencia seguramente a algún etnicismo local o regional y arrojando la siguiente cuestión: ¿Es posible que ahora, siglos después de una dominación impuesta, salgan a relucir viejos etnicismos y antiguas organizaciones sociales o tribales diluido ya el antagonismo entre los “romanos” y los “no romanos” dentro del propio Imperio? Los propios romanos dividieron las regiones en provincias y después en diócesis atendiendo no sólo al fenómeno administrativo, sino también social y político.
Estas referencias étnicas deben entenderse en el contexto de las invasiones. Podría deberse al desdibujamiento imparable de la condición de “ciudadanía romana” frente a una multitud de nuevos estatus jurídicos y sociales condicionados por los bárbaros dentro del Imperio; unos estatus que muchas veces dejaban a los ciudadanos a merced de sus nuevos señores, que no lo eran. Quizá por eso, frente a los recién llegados, van a surgir nuevos referentes de identidad, alternativos al Imperio y a sus antiguas instituciones. Si bien durante un tiempo los elementos localistas o incluso regionales habían sido socavados y diluidos en una suerte de “conciencia romana colectiva”, ahora el proceso se invierte; pues el elemento integrador romano ha desaparecido y es necesario volverse a los elementos identitarios más próximos; que hará así la lucha con los recién llegados la norma en vez de la excepción.
Así, entre el 379 y el 469, en el relato del cronista seguirá apareciendo el calificativo “romanos”, sobre todo para la élite local, mientras que va a ir reconociendo otras identidades bajo esta nueva perspectiva. Aquí Callicis/Gallecis debe de ser entendido como “plebe” pero sin hacer alusión a la condición social o económica de esas gentes, sino simplemente apelando a su condición de pueblo. Como Hidacio no muestra el más absoluto interés etnográfico en su narración no podemos precisar si esos elementos identitarios entre localizaciones de Gallaecia eran visibles o externos, pero seguramente no lo fueran, porque incluso los romanos habían adoptado ya en modas y en formas de vestir y de adornarse el estilo germánico o bárbaro en muchos de sus aspectos.
Imagen 2. Calzada romana que da acceso al castro «La espina del gallego», en Cantabria. Otro ejemplo de reocupación romana de un castro indígena de cara a las guerras de conquista y que, en lugares como Gallaecia, pudo continuar en funcionamiento. Fuente: lugaresconhistoria.com
Según soplasen los vientos.
Por la realidad que podemos extraer de Hidacio y de otros cronistas contemporáneos, la conclusión es que la resistencia a los suevos es generalizada, pero la realidad parece ser otra; pues esa resistencia es local y más o menos fuerte en según qué momentos.
La resistencia al invasor tiene una gran parte de épica que queda muy bien en los relatos cronísticos, Hidacio alaba a aquellos que se oponen férreamente al invasor y desprecia a los que abren sus puertas a los suevos o les informan de tácticas de las tropas defensoras. Incluso acepta que se medie y se parlamente con los suevos, pero sólo porque de allí debe salir un trato ventajoso de los hispanorromanos frente a los invasores.
Y lo cierto es que todo lo que Hidacio celebra o de lo que se lamenta refleja una realidad muy variopinta en la que algunos deciden luchar, otros incorporarse al nuevo orden y otros deciden negociar.
Cuando el cronista hace referencia a la plebe que ha conservado posiciones estratégicas fortificadas, lo más aceptable es que se trate de una comunidad campesina que radicó su aldea en un antiguo castro, bien porque han conservado la tradición social de habitar lugares elevados y que había propiciado el surgimiento de un núcleo de resistencia campesina o bien porque la inseguridad palpable desde el siglo IV los llevó a ocupar aquel lugar. La arqueología aún es confusa en esto pues, aunque han aparecido materiales arqueológicamente constatables del período tardoantiguo, sólo permiten constatar una ocupación, pero no nos hablan de una ocupación ocasional o más bien permanente. A pesar de ello, esta última posibilidad es más que aceptable pues, ¿por qué no se iba a ocupar un lugar de fácil defensa —y posiblemente en funcionamiento en mayor o menor medida— para defenderse de unos invasores?
En cuanto al problema de la terminología entre castrum, castellum, villa, villula y demás topónimos en esta época remitimos al lector la lectura de un interesante artículo de Amancio Isla y que hemos incluido en la bibliografía.
Algunos de estos viejos lugares asociados a un tipo de población castreña se constatan aún en funcionamiento en el siglo VI d.C., lugares como Laetera, Berese y Carioca; pues el primero fue ceca visigoda y el segundo fue ceca sueva. Es posible que esa plebe que se encarama a los cerros para defenderse no sea gente libre y ajena a todo, sino que esos castros, castella y lugares fortificados estén dentro de grandes propiedades terratenientes y sean lugares de habitación dentro de esa propiedad o lugares de socorro donde huir en caso de necesidad. Hemos ido contemplando que en el Bajo Imperio la aristocracia terrateniente ha ido engrandeciendo sus villas convirtiéndolas en verdaderos centros de poder y representación, costosísimos de mantener, que habría llevado al abandono progresivo de otras residencias rurales para centrar la habitación y la defensa en un lugar principal, bien fortificado como si de un verdadero castillo se tratara.
Imagen 3. Conjunto idealizado de la villa de la Olmeda, Palencia. Este conjunto responde a un modelo de villa bajoimperial y eran centros de control territorial de grandes dimensiones además de estar fortificados. Fuente: villaromanalaolmeda.com
Bibliografía:
DÍAZ, P.: El reino suevo (411-585), Akal, 2013.
ISLA FREZ, A.: “Villa, villula, castellum. Problemas de terminología rural en época visigoda”, en Arqueología y Territorio Medieval, 8, 2001, pp. 9-19.
JIMÉNEZ GARNICA, ANA Mª: Nuevas gentes, nuevo Imperio: los godos y Occidente en el siglo V, UNED Editorial, 2010.