Aldeas, pueblos y villas. La organización del territorio.

En la entrada anterior pudimos observar de forma desgranada cómo los visigodos utilizaron la red urbana hispana para establecer su control del territorio. Un dato fundamental para entender la importancia de la ciudad en este período es que los obispos residían en las más importantes y esta figura por sí sola comenzaba a ser un polo de atracción. Otro polo de atracción fue la construcción de templos y santuarios allá donde habían sido asesinados mártires defensores de la fe cristiana, y junto a estos lugares de culto se establecieron sus propias necrópolis. A pesar de esto, los visigodos no encontraron sólo una red de ciudades establecidas, sino que también “heredaron” toda una red de establecimientos rurales que fueron modificándose bajo su reinado. ¡Bienvenidos a Hispania!

Tipos de poblamiento rural.

A pesar de que el poblamiento rural fue el que más se vio afectado por la llegada de los bárbaros en general –no olvidemos que hubo que repartir tierras para dárselas a modo de subsitencia– y que, para entonces muchos predios y explotaciones agrarias se habían ido modificando a medida que los terratenientes eran mayores tenedores de tierra en el Bajo Imperio, podemos establecer una jerarquía de poblamiento militar y civil para los siglos VI y VII gracias a las descripciones de San Isidoro. Así pues, en el ámbito militar, el autor nos habla de castra o lugares fortificados ubicados en elevaciones donde el obispo ubicaba principalmente soldados, los castella, con funciones similares pero de tamaño más reducido y los oppida plazas fortificadas donde se acumulaban y guardaban las riquezas de los pueblos aledaños y que San Isidoro asemejaba a las propias ciudades, pero con un estatus inferior a éstas.

En el plano civil, el obispo habla de los vici (aldeas), que estaban formados por casas y calles sin ningún tipo de protección y los pagi (caseríos), que era la forma de vida habitual en el campo, un modo de vida aislado que también encontraremos citado como conciliabula.

Concretamente la actividad de los castros está muy bien documentada. Lejos de abandonarse en época romana, experimentaron un auge ante la inseguridad generalizada del siglo V, y de hecho Hidacio nos narra cómo los habitantes del castro Coviacense –Valencia de don Juan, León– se defendieron tras sus muros de los godos que habían derrotado a los suevos en el año 459. Julián de Toledo en su Historia Wambae también menciona otros castros que vigilaban los pasos pirenaicos cuando el rey Wamba acudió a sofocar la rebelión de Paulo en la Narbonense; tal es el caso de Caucoliberi, Bulturaria y Castrum Libiae. Por último, también tenemos referencias al castro de Osser –San Juan de Aznalfarache, Sevilla– en la campaña de Leovigildo contra Hermenegildo. Como vemos, en época visigoda, el ámbito rural estaba defendido y vigilado en mayor o menor medida por estas fortalezas que normalmente dependían de las ciudades. Su principal función, como sucedía con los castella, era la defensa de rutas o pasos naturales, y si bien la gran mayoría de ellos están localizados en el norte Peninsular, tenemos otros en el sur que, por ejemplo, controlaban la ruta de Despeñaperros o la vía de la Plata.

El mando de castra y castella recaía en manos de un rector, que tenían funciones administrativas, militares y judiciales en estos centros. Eran la extremidad más alejada de la ciudad y su función era aglutinar la recaudación de impuestos y vigilar a los campesinos que vivían diseminados por los campos y los valles.

Precisamente es de esos vici y pagi de los que tenemos menos información, ya que al constituirse como hábitats campesinos dispersos son muy difíciles de localizar; por no hablar de que los materiales de estas construcciones consistirían en barro, paja y adobe, siendo rastreables como mucho algún zócalo de piedra o los fondos de cabaña, y no siempre. A pesar de todo, es lógico buscar estas estructuras en zonas llanas próximas a los centros de control de los que hablamos.

Las villae.

Muchas de estas estructuras residenciales campesinas formaban parte de una estructura urbana centenaria como eran las villae romanas. Para la etapa bajoimperial y para época visigoda, las villas eran ya núcleos destinados a la agricultura, la ganadería y a actividades industriales que controlaban en muchos casos grandes extensiones de terreno, incluyendo pagi, vici y también castra. En muchos casos el propietario de tan amplia extensión era un miembro del Aula Regia o el propio rey, y era frecuente que poseyesen territorios similares en varias provincias.

Imagen 1. Reconstrucción 3D de la villa romana de La Olmeda (Palencia). Es un ejemplo de villa monumental con espacios claramente diferenciados para la residencia, la producción y el ocio. Fuente: nationalgeographic.com

Las villas aglutinaban tal cantidad de gente y de hábitats que constituían por sí mismas un complejo administrativo y jurídico. Los propietarios eran grandes aristócratas que solían ostentar las magistraturas urbanas, como decíamos, pertenecer al círculo más próximo del rey o ser el propio rey.

Estas villas venían heredando en muchos casos un ocupamiento ya desde época altoimperial, y en su arquitectura se reflejaba una verdadera ostentación del poder y de la ideología en muchos casos pagana aún para los siglos VI y VII. Sidonio Apolinar nos describe cómo era la villa del galo Poncio Lencio, en el valle del Garona, y al parecer contaba con varios pórticos, patios, galerías, habitaciones de mármol, ricas pinturas, columnatas de piedra, conducciones de agua, termas, graneros con pabellones para los excedentes y para albergar las mercaderías procedentes del comercio, el taller textil, su bodega, un puerto propio en el río, los bosques y los viñedos e incluso las elevadas torres defensivas para contemplar los montes y el ganado. Tal era su monumentalidad que el autor la describió como un burgo, pensando que se trataba de un lugar fortificado al encontrarse en un lugar de paso obligado y en un terreno un poco escarpado.

Evidentemente no todas las villas cumplirían unos rasgos tan suntuosos en Hispania, pero tenemos algún ejemplo válido como el caso de la villa de Liédana, en Navarra, cuya superficie habitable ascendía a 1 hectárea con termas, almacenes, galerías decoradas con mosaicos, más de 40 habitaciones, estanque, murallas, almacenes y molinos (En Rosa Sanz, 2009, p.399).

Imagen 2. Recreación artística de la villa de Almenara de Adaja (Valladolid). Es una muestra del complejo urbano, pero no hay que olvidar que seguramente todo el territorio en torno a la villa fuese un territorio de explotación directa. Fuente: viajes.chavetas.es

Todo este complejo entramado urbanístico, social y administrativo estaba en manos del villicus, que recibía desde la ciudad la cantidad de impuestos que debía pagar y las órdenes de armar a los esclavos para la guerra en caso de necesidad. Tenía que rendir cuentas a los magistrados de estos aspectos y de sus actividades comerciales, por lo que las villas quedaban ligadas al transcurso de la propia ciudad. A pesar de esto, el rango del villicus o patrono fue tenido muy en cuenta dado su poder; y a menudo era él mismo el que dirigía a los ejércitos a la guerra, administraba justicia personalmente y perseguía el paganismo en sus tierras ya que, como decíamos, estos patronos solían ser aristócratas ligados al poder real o urbano.

Tal y como sucede con la propia Historia, este sistema de villas también fue un cuerpo vivo en su momento y muchas de ellas cambiaron y se adaptaron a las circunstancias, tal y como veíamos para el caso de las ciudades. Así, muchas de ellas abandonaron su función residencial y de recreo para amortizar esos espacios como talleres de producción que bien podía ser textil, labores agropecuarias o incluso fundiciones y armerías en el caso de villas que estaban en entornos de explotación minera. Esto se debía a que sus propietarios no necesitaban ese espacio para residir, ya que o bien tenían otras residencias diseminadas por ahí o residían de forma permanente en la ciudad y querían sacar el máximo rendimiento a sus propiedades rurales.

Imagen 3. Villa romana de Veranes (Asturias). Un buen ejemplo de pervivencia y transformación desde el Alto Imperio hasta el pleno reino de Asturias. Fuente: gijon.es

Para el caso de las villas asociadas a explotaciones mineras contamos con ejemplos como la villa de Los Villares, Las Murias o Tremañes en Asturias o la del Hospital en el río Órbigo. Estas instalaciones siempre se encontraron en la costa o al pie de los montes, pero nunca en terrenos más montañosos. La villa de Veranes, en Gijón, es un ejemplo fascinante de pervivencia y evolución, pues comenzó siendo un asentamiento agrícola altoimperial, después se mantuvo como villa bajoimperial y finalmente se convirtió en un complejo artesanal con iglesia propia y necrópolis en uso hasta el siglo IX.

Respecto a los territorios pertenecientes a las jerarquías eclesiásticas es de suponer que sufrieron una evolución similar, si bien es cierto que estas élites harían desaparecer antes instalaciones como las termas, por considerarlas demoníacas, y otros espacios de ocio, además de fomentar la proliferación de iglesias y capillas en sustitución de altares y templetes paganos de esas villas.

En conclusión para este ciclo de mundo urbano y rural, podemos decir que los godos se amoldaron a una situación existente de red urbana y red rural, si bien fue esta última la que más acusó los cambios propiciados por los tiempos que corrían. Muchos de esos asentamientos dieron lugar después a pueblos medievales, hasta el punto de que más de un pueblo actual podría presumir de sus orígenes en una de esas villas altoimperiales.

Bibliografía:

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FERNÁNDEZ OCHOA, C., GIL SENDINO, F., VILLAR CALVO, A., FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, N., ÁLVAREZ TOLEDO, G., MORÁN, O.: “La villa romana de Veranes (Gijón, Asturias). Aportaciones preliminares sobre la transformación funcional del asentamiento en la Tardía Antigüedad”, en Formas de ocupación rural en la «Gallaecia» y en la «Lusitania» durante la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media, pp. 137-194, vols. 31-32, 2005-2006.

FUENTES HINOJO, P.: “Sociedad urbana, cristianización y cambios topográficos en la Hispania tardorromana y visigoda (Siglos IV-VI)”, en Studia historica. Historia antigua, pp. 257-289, vol. 24, 2006.

GURT ESPARRAGUERA, J.M., SÁNCHEZ RAMOS, I.: “Las ciudades hispanas durante la Antigüedad Tardía”, en Zona arqueológica, pp. 183-202, vol. 9, 2008.

ISLA FREZ, A.: Ejército, sociedad y política en la Península Ibérica entre los siglos VII y XI, Madrid, 2010.

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SANZ SERRANO, R: Historia de los godos. Una epopeya histórica de Escandinavia a Toledo, Madrid, 2009.

2 comentarios en “Aldeas, pueblos y villas. La organización del territorio.

  1. enrique

    Y que me decis de la ciudad de Recopolis? una auténtica ciudad visigoda…en una zona como la Alcarria sobre el Tajo…Los visigodos eran el brazo armado de Roma en Hispania, que era el granero de Roma y cuna de Emperadores. Hispania era romana, los visigodos no tuvieron mucho que conquistar

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    1. Hola Enrique, muchas gracias por comentar 🙂 Por supuesto los visigodos heredaron una estructura urbana y rural establecida durante siglos aunque cambiante (Si quieres ver la entrada anterior te animo a hacerlo, es donde hablo de las ciudades).

      Fundaciones como Recópolis o las hipotéticas Victoriacum y Ologicus son del período godo, pero desde luego los godos supieron muy bien cómo ensamblar su dominio en el de una estructura ya establecida como la romana (De nuevo en las entradas anteriores hablamos de esto).

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