Leovigildo. Un rey conquistador.

En la última entrada realizamos un acercamiento a la realidad bajoimperial y tardoantigua de un territorio castellanomanchego muy concreto como es Puertollano y su comarca. En ella pretendía poner en valor este territorio y con ello concienciar a la gente de que el pasado no siempre es visible pero está ahí, bien presente si se me permite el juego de palabras. Hoy retomamos el hilo cronológico principal del blog y dejamos atrás a Atanagildo y la invasión bizantina para centrarnos en el monarca principal que dio origen al reino visigodo de Toledo. Hoy hablamos de Leovigildo.

Dos reyes para un solo reino. Un solo sucesor.

En 568 ocurrió un hecho trascendental en Hispania y es que Liuva –sucesor de Atanagildo– consideró que su hermano Leovigildo era el más indicado para gobernar los asuntos de los hispanorromanos mientras él se trasladaba a la Septimania para poder frenar el avance de los francos. Así pues hubo dos reyes gobernando al mismo tiempo, si bien con objetivos diferentes en ámbitos territoriales distintos. Hay debate al respecto de si Liuva se reservó la Tarraconense además de la Septimania, pero es un asunto que aún no está resuelto.

Imagen 1. Retrato idealizado del rey Liuva (567-572 d.C.). Liuva decidió asociar a su hermano al trono para poder afrontar mejor los problemas de Hispania mientras él afrontaba los problemas del norte provocados por la expansión de los francos. Pintura de Antonio Gisbert, Museo del Prado. Fuente: wikimedia.org.

En 572 falleció Liuva, quedando como único rey su hermano Leovigildo. Cuando éste ascendió al trono todo a su alrededor se tornaba en adversidad, ya que existían unos bizantinos afianzados en el sur en lo que consideramos como Marca Hispánica, un reino suevo independiente en el noroeste, unos francos con un ojo permanentemente puesto en territorio visigodo y, por supuesto, territorios independientes a cualquier poder, ya que escapaban de su dominio muchas regiones de la Bética, la Lusitania, las regiones más septentrionales de la Tarraconense, donde sólo contaba con algunas fidelidades en los valles medio y bajo del Ebro y por supuesto también escapaban de su control muchas regiones de la Cartaginense. No debemos olvidar que aun encontrándonos ya a finales del siglo VI, la Península Ibérica era un lugar hostil para los visigodos, que seguían siendo una minoría cultural y étnica sumergida en una amalgama de etnias, culturas y poderes aristocráticos regionales que, por supuesto, funcionaban de forma autónoma.

Precisamente esa heterogeneidad favoreció el emprendimiento de acciones militares en algunos casos y de acuerdos en otros. La diversidad de situaciones jugaba a favor del rey, ya que había regiones más ricas y más pobres, ciudades poderosas y regiones sin apenas una estructura urbana, territorios en abierta competencia comercial y económica y otros centros ajenos muy difíciles de controlar. Todas estas teselas de un mosaico tan dispar estaban de acuerdo no obstante en algunos puntos fundamentales:

  • El mantenimiento de las redes de comunicación y comercio.
  • Acciones contra el bandidaje, que proliferaba sin control.
  • Defensa ante las pretensiones de poderes ajenos y más fuertes.

Por tanto consideramos que la vuelta a un poder central que no heredara la corrupción y la desidia de la antigua administración romana era querida por muchos y Leovigildo lo supo aprovechar.

Imagen 2. Retrato idealizado del rey Leovigildo (569-585 d.C.). Leovigildo fue uno de los reyes visigodos fundamentales, y de aproximadamente los veinte años de su reinado pasó en paz muy pocos de ellos. Pintura de Juan de Barroeta, Museo del Prado. Fuente: wikimedia.org

La primera tarea era la pacificación interna, y por ello el rey casó con la viuda real, Goswintha, logrando así todas las clientelas que ésta ya poseía. Fue un matrimonio de Estado pero ello significó la unión de los dos linajes más poderosos del reino, uno de Narbona encarnado en Leovigildo y el de Toledo encarnado en Goswintha. Después casó a su hija Brunqeuilda con el rey Sigeberto de Austrasia, matrimonio que funcionó bien; no tanto como el de su otra hija, Galsvinta, a la que casó con el monarca Chilperico de Neustria, el cual la mandó matar ya que prefirió quedarse con su primera mujer Fredegunda.

El rey acuñó moneda rápidamente, presentándose ante los hispanorromanos como un monarca triunfante y heredero del antiguo Imperio. El oro fluyó a las cecas de la frontera que emitieron moneda sin cesar para pagar el acero que combatiría contra el invasor bizantino. Así encontramos la leyenda Dominus Noster Liuvicildus Rex en monedas fabricadas en Sevilla, Itálica y Córdoba. Se presentó como un rey romanizado, entronizado y portando la diadema y el paludamentum, símbolos de un poder restaurado. Toledo se convirtió entonces en la capital del reino de forma oficial y adquirió una relevancia política que jamás había tenido; ya que la ciudad sólo era conocida por los concilios religiosos celebrados en ella y por su ubicación estratégica en un importante cruce de caminos.

Leovigildo reformó el Código de Alarico para afianzar su monarquía territorial formada por godos y romanos y cuyo fin fundamental era acabar con leyes obsoletas como la prohibición de matrimonios mixtos; ya que se buscaba todo lo contrario, la rápida integración de unos con otros. El sistema de poder que se mantuvo fue el mismo que el Imperio había utilizado con los godos siglos atrás: el patrocinium y el hospititum; por tanto la ruptura con lo establecido previamente queda descartada.

La ampliación del reino.

Imagen 3. Mapa del reino visigodo con los territorios incorporados por Leovigildo y sus respectivas fechas. Este rey fue de los más expansionistas, y su reinado fue de los más pacíficos gracias a la derrota de sus rivales políticos llevada a cabo por Atanagildo cuando ganó la guerra civil a Agila. Cabe destacar la fundación de Recópolis y de Victoriaco, pues la fundación de ciudades en Occidente era ya algo inédito desde la dominación romana. Fuente: wikipedia.org.

En primer lugar el rey recuperó territorios perdidos en las guerras civiles y después se lanzó a la conquista de nuevos lugares. Esto no debe llevarnos a engaño, ya que aunque se dominaron grandes ciudades, no tenemos un soporte documental suficiente como para suponer que ello conllevaba el control absoluto sobre amplias regiones dependientes de esos centros. En teoría sí, en la práctica no podemos saberlo.

El primer lugar objeto de conquista fue la Bética por razones puramente económicas, ya que seguía siendo una de las provincias más ricas en todos los ámbitos y con los mejores puertos del Mediterráneo. Logró dominar Granada, Medina Sidonia y por fin Córdoba, conquistada en 572 con gran esfuerzo.

La Tarraconense no fue objeto de campañas, lo cual nos indica que en aquel territorio no existían problemas acuciantes. Por ello se dirigió a la Meseta norte contra los sappi, posiblemente un etnónimo prerromano que volvía a surgir ante el vacío de poder localizado en algún lugar entre Zamora y Salamanca. También Isidoro de Sevilla le atribuyó la conquista de regiones cántabras al sur de las montañas como el castro prerromano de la Peña Amaya, pero no logró ir más allá de las montañas, ya que evidentemente los apoyos que poseía más allá de Pamplona eran nulos.

Por supuesto el reino suevo fue un objetivo más, un reino que probablemente se extendía por parte de la Meseta norte controlando lugares como Lugo y Astorga. El catolicismo de los suevos, que los había llevado a pactar con bizantinos y francos para defenderse de los visigodos terminaron por detonar unas relaciones que siempre habían sido hostiles y finalmente el reino fue incorporado a la monarquía visigoda en 585.

Con esta conquista Leovigildo abría una salida a los puertos del norte y al Atlántico, pudiendo ejercer control sobre la piratería y los francos. Además controlaba Braga y las vías de comunicación que la enlazaban con Mérida, ciudad en la que poseían algunas alianzas. Al mismo tiempo controlaba Lugo, Astorga y podía asomarse a los pueblos más allá de las montañas con mayor claridad.

Su última actuación conquistadora estuvo encaminada a dominar una región rebelde que conocemos como Oróspeda y que la mayoría de autores coincide en localizar en algún lugar entre la Bética y la Cartaginense, en lo que hoy englobaría partes de Albacete, Jaén, Granada y Murcia.

Por último, no podemos olvidar que Leovigildo siempre intentó emular a los emperadores de Oriente para así legitimar aún más su poder. En ese afán fundó Recópolis (Zorita de los Canes), para su hijo Recaredo y Victoriacum, para poder controlar mejor a los pueblos del norte.

Bibliografía:

SANZ SERRANO, R: Historia de los godos. Una epopeya histórica de Escandinavia a Toledo, Madrid, 2009.

THOMPSON, E. A..: Los godos en Hispania. Madrid, 2013.

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