Atanagildo y Justiniano, la espada y los pactos.

En la entrada anterior pudimos desgranar el conflicto civil entre Agila y Atanagildo desde el punto de vista bizantino y cómo Justiniano, contra todo pronóstico, decidió apoyar al que, por entonces, era el usurpador contra el poder establecido. Hoy veremos qué sucedió cuando Atanagildo se alzó con la victoria y cómo cambiaron drásticamente las tornas.

La disputa por Hispania.

El año 555 es el año decisivo tanto para los visigodos como para los bizantinos. Para los primeros supondrá el año en que Atanagildo se logre alzar como vencedor sobre Agila debido a la muerte de éste a manos de sus partidarios y para los segundos será el año en que finalice la lucha contra los ostrogodos en Italia; con lo cual el Imperio tenía vía libre para conquistar más suelo hispano. ¿Qué llevó al rey visigodo a ver como una amenaza a los soldados imperiales que le habían ayudado? La teoría que parece más certera es la que se refiere a la evolución de los soldados imperiales por suelo peninsular entre 552 y 555 –años de guerra civil–, una evolución autónoma de apropiación de territorios, si bien aún poco extensos, que el rey podía ver como una amenaza muy cercana. Si a esto le sumamos el que la Crónica Caesaraugustana nos diga que Atanagildo tuvo que reconquistar Sevilla a finales de su reinado –aunque no dice por qué razón ni contra quién la perdió–, nos puede dar una razón para sospechar de la evolución de estas tropas y de sus mandos.

Así pues, el enfrentamiento entre ambos soberanos estará enmarcado entre 555 y 565 para el reinado de Atanagildo y hasta 625, cuando Suintila expulse definitivamente a los bizantinos conquistando Cartagena.

Tanto San Isidoro como Gregorio de Tours hacen referencia a que el emperador rompió el pacto llevado a cabo con el rey, haciendo alusión a que los bizantinos se apoderaron de algunas ciudades injusta y violentamente. Que ambos autores coincidan en afirmar que Atanagildo hubo de reconquistar algunas ciudades pero sin lograr expulsar al bizantino nos da la idea de que Justiniano había venido para quedarse.

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Imagen 1: Fotografía del teatro romano de Málaga con la alcazaba musulmana al fondo. En torno a este barrio se desarrollaría toda la actividad bizantina de la ciudad hasta el año 615; momento en que pasa a la órbita visigoda. Fuente: nizacars.com

El litoral mediterráneo. Una franja fundamental.

A lo largo de la costa mediterránea discurre una calzada que comunica sin dificultad los puntos del litoral; por tanto la conquista bizantina debió ser relativamente rápida.

La conquista de Cartagena debió ser un objetivo fundamental para el Imperio, ya que conectaba perfectamente el territorio peninsular con Baleares y Cartago; haciendo mucho más fácil el traslado de tropas y suministros. Esta conquista debió producirse en algún momento entre 555 y los años inmediatamente posteriores. Además, parece indudable que puntos tan señalados como Málaga, El Ejido, Barbate o Carteia pudieron convertirse en bases desde las que emprender la conquista de tierras más interiores como Medina Sidonia, Antequera, Granada, Guadix, Baza y Mentesa, que a su vez pondría en contacto a los bizantinos con Lorca y Cartagena. Málaga adquiría así un papel fundamental en el control de las comunicaciones de Sevilla y Córdoba con el mar. En resumen, el Imperio en aquella última década antes de la muerte de Justiniano poseía enclaves como Cartagena, Málaga y los importantes puertos del Estrecho de Gibraltar, pero la reacción de Atanagildo le impidió continuar con sus planes.

Fue esta reacción visigoda, que incluso logró retrotraer mínimamente el avance bizantino, la que propició que Atanagildo y Justiniano volvieran a pactar como años atrás.

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Imagen 2. Mapa de calzadas romanas de la Península Ibérica. La vía Hercúlea, que discurría por el litoral de CÁdiz, Málaga, Almería y Murcia sería la principal vía que propició la rápida conquista bizantina de estos territorios capturando los principales enclaves. Fuente: pinterest.com

Una política de pactos.

Si bien la intervención de Justiniano en la Península era legítima a ojos del Imperio; ya que Hispania había sido posesión imperial desde hacía siglos, el emperador se vio obligado a pactar tácitamente con Atanagildo para lograr unos territorios que sin duda serían escasos y concentrados en el Estrecho de Gibraltar. Ese pacto quedó roto cuando los imperiales comenzaron su expansión autónoma y Atanagildo decidió combatirlos.

Agatías, autor bizantino del siglo VI y contemporáneo a los acontecimientos peninsulares, menciona el cansancio de Justiniano debido a su vejez como causa de la firma de un segundo pacto y el cambio de estrategia emprendido por el emperador. El autor hace referencia a la drástica reducción de efectivos necesarios para hacer frente a todos los frentes abiertos en el momento, estos es, guerra contra ávaros y eslavos en los Balcanes sobre todo. Si a esta necesidad sumamos las sucesivas pulsaciones de peste derivadas de la de 548 y que el tesoro imperial comenzaba a agotarse, es comprensible la referencia de Agatías al cansancio del emperador que, sin lugar a dudas, decidiría renunciar a la conquista de más territorios peninsulares, territorios que Atanagildo lograba acosar exitosamente. ¿Qué llevó al visigodo a firmar? Pensamos que la situación de práctica independencia de Córdoba y de regiones como la Oróspeda –en el sureste peninsular–, le impedían atacar de forma directa los territorios bizantinos. Así comprendería el rey que era necesario tener efectivos dedicados exclusivamente a esa empresa y que, por el momento, no disponía de ellos. Esta pudo ser la razón de que acatase la firma del pacto propuesto por el emperador.

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Imagen 3. Foto de la planta del primer monasterio bizantino hallado en la Península Ibérica y ubicado en Elda, Alicante. La presencia bizantina en Hispania dio para esto y mucho más, siendo un territorio plenamente integrado en el Imperio de Oriente. Fuente: historia.nationalgeographic.com.es

A modo de colofón, me gustaría compartir con vosotros una reflexión de Margarita Vallejo que me parece perfecta para concluir esta serie de dos entradas acerca de la visión bizantina del reino visigodo:

“(…) Atanagildo fue el único rey germánico con el que Justiniano firmó un pacto no de rendición sino de ayuda, lo que implicaba que el Imperio estaba reconociendo la legalidad de la soberanía visigoda sobre un antiguo territorio imperial; pero también a la inversa, esto es, que el reino visigodo reconoce el derecho del Imperio a ejercer soberanía sobre algunos territorios peninsulares hispanos. (…) Justiniano tampoco pudo publicitar las victorias sobre el visigodo del mismo modo que lo había hecho con el vándalo y el ostrogodo en Constantinopla. (…) No pudo capturar al rey visigodo y llevarlo hasta aquella ciudad, como había hecho con los monarcas Gelimer y Witiges; no consiguió pasearlo en triunfo. (…) No pudo la emperatriz Sofía, esposa de su sobrino y sucesor, hacerle un sudario con la imagen del visigodo vencido, mientras que sí lo pudo hacer con la de los otros dos. (…) Con la firma de ese segundo pacto, el Imperio Bizantino estaba reconociendo la legalidad de la existencia de un reino visigodo en Hispania. Lo cierto es que con ello se pondría al reino visigodo en pie de igualdad con el Imperio. Leovigildo, sucesor de Atanagildo, lo comprendió y enseguida lo aprovechó (…)”. (En Margarita Vallejo, 2012, pp. 163-164).

Bibliografía:

VALLEJO GIRVÉS, M.: Hispania y Bizancio. Una relación desconocida, Madrid, 2012.

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